Bilbao - Hodei Arrausi (Gasteiz, 1984) no se queja ni de la contaminación que equivale a fumar una cajetilla diaria. Entre sus retos pendientes hay uno que parece imposible: cubrir informaciones en Corea del Norte.
Casi cuatro años en China. ¿Ha disipado ese halo de misterio que tiene Oriente o necesitaría quedarse hasta la jubilación?
-Acabo de regresar a Pekín tras las vacaciones y los primeros días han sido como volver a descubrir una ciudad nueva: el bullicio de las calles, los olores, la iluminación de los neones por la noche... Aunque ya tengo mis rutinas y disfruto con ellas, aquí nunca dejas de ser un elemento externo que sorprende y es sorprendido. Con todo lo bueno y malo que eso tiene.
¿Qué costumbres ha adoptado sin proponérselo?
-Ahora como pronto, sobre las doce o la una; me gusta el agua caliente, acepto el picante, me encanta circular con la bici sin apenas normas... en eso me he achinado un poco. No me logro adaptar a los inconvenientes de una ciudad enorme, contaminada y a veces un poco hostil.
¿Sigue pensando que en China todo es posible, pero nada es fácil?
-Sí, todo es posible... pero para unos pocos. Para la mayoría, las cosas son duras y complicadas. En cuanto a mí, he ido conociendo mis limitaciones: como extranjero, como periodista de un medio pequeño, como persona que no domina el idioma... Es cuestión de aceptar las reglas del juego, de adaptarse y elegir tus batallas.
Las alertas por contaminación en Pekín se comparan con un invierno nuclear. ¿Ha tenido problemas?
-Hay estudios que apuntan a la incidencia de la contaminación en el aumento de los casos de cáncer, enfermedades respiratorias, etc. El problema es serio y el propio Gobierno lo reconoce, pero tampoco soy partidario de dar titulares alarmistas. Los días más extremos, mascarilla y purificador en casa sí pero... ¿De qué me voy a quejar yo si estoy aquí por mi propia voluntad? Las familias chinas con niños pequeños, los ancianos, son los que sufrirán las consecuencias a largo plazo y los que con su descontento tienen que presionar para que se adopten soluciones.
China obligará a sus televisiones a emitir series patrióticas y antifascistas en septiembre y octubre. ¿Los jerarcas temen que la transición se les vaya de las manos?
-A excepción de la económica -más economía de mercado, más consumo privado, menos Estado e inversión pública-, no hay ninguna transición en marcha en China. La llegada de Xi Jinping al poder hace más de un año despertó ilusión, pero en materia de libertades lo que ha habido es un claro retroceso. En este año y medio China se ha llenado de detenciones de activistas, censura en los medios e internet y campañas populistas.
¿Se ha vivido un ambiente especial por el 25 aniversario de la matanza de Tiananmen?
-Durante los meses previos al aniversario comprobamos cómo el Gobierno estaba apretando más que nunca a las voces que tratan de recordar a las víctimas. Madres vigiladas día y noche y enviadas fuera de Pekín, abogados detenidos, presión e injerencia directa sobre la prensa... Tiananmen sigue siendo el gran tabú para los actuales dirigentes.
Se acaba de inaugurar el tren entre Lhasa, capital del Tíbet, y Shigatse, segunda ciudad de la región autónoma. ¿Le gustaría viajar en la línea férrea más alta del mundo?
-Me gustaría viajar al Tíbet y contar qué está pasando. Pero, lamentablemente, con visado de periodista y una cámara es algo muy difícil.
¿El tema tibetano es el más sensible para el Gobierno chino?
-La situación en Xinjiang -la gran provincia de mayoría musulmana al oeste de China- preocupa tanto o más al Gobierno que la del Tíbet. La integridad territorial, Tiananmen y las críticas a los altos dirigentes del Gobierno central y la legitimidad del régimen son tres líneas rojas que nadie puede cruzar.
El ‘Chinaleaks’ es sorprendente. ¿Hay periodismo de investigación?
-Sobre todo para los medios anglosajones, Asia, y China en concreto, son el centro en ebullición del mundo. Aquí mandan a los mejores y se hace muy buen periodismo. Al sur de Europa quizá todavía no nos hayamos dado cuenta y estamos cometiendo un error. Chinaleaks es un buen ejemplo de ese buen hacer porque puso números y caras a lo que en China es vox pópuli: que existe un entramado de familiares de altos miembros del PCCh, empresas, favores y corruptelas y que dentro de esa élite están muy extendidas prácticas como amasar fortunas en paraísos fiscales. Fue un excelente trabajo de colaboración periodística entre varios medios internacionales. Lo que pasó es que al día siguiente hasta las aplicaciones para móvil de esos medios estaban censuradas. Chinaleaks nunca ha existido dentro de China para el gran público.
¿Creó mucho escándalo conocer el enriquecimiento de la ‘nobleza roja’ y la evasión de capital?
-Nadie se escandaliza porque es un secreto a voces. Los fuerdai (los ricos de segunda generación) se pasean con sus Lamborghinis por Pekín. Pero la élite del PCCh es intocable... hasta que ellos deciden que alguno de los suyos tiene que caer en desgracia. Entonces los medios chinos sí pueden hablar de ello. Ahora mismo el presidente Xi está haciendo bandera de su lucha anticorrupción a todos los niveles, “desde las moscas hasta los tigres” lo llama él. Así que en los últimos meses hemos visto cómo la maquinaria estatal construye las caídas de estos tigres: primero detenciones y condenas a personas del entorno, después rumores de que están siendo investigados, luego filtraciones de que han sido desposeídos de sus cargos y finalmente detención del tigre y exposición mediática para dejar claro que es culpable y dar ejemplo.
Mientras crecen los millonarios, ¿aumentan los pobres? ¿Es igual que en los países capitalistas?
-No nos engañemos. Hace 25 años Deng Xiaoping se inventó aquello del socialismo con características chinas para dar un envoltorio teórico a una realidad muy dura de justificar en aquel momento: el Partido Comunista Chino, si quería mantenerse en el poder, tenía que abrir su economía. Ahora el Estado sigue teniendo un grado de control importante pero con las nuevas reformas económicas el país está más cerca del modelo de Singapur que de la sociedad igualitaria que imaginaron los revolucionarios maoístas. No aumentan los pobres, pero sí aumenta la diferencia entre los de más arriba y los de más abajo. El matiz es que también se está creando una gran clase media acomodada que es la que, de momento, da estabilidad al régimen.
Este año informó desde Filipinas del devastador tifón Haiyan. ¿Pasó mucho miedo?
-Fue uno de los más destructores de las últimas décadas y ha sido la vez que más cerca he visto a gente sufrir, después de haberlo perdido todo y pasando sed y hambre. No pasamos miedo porque, en una situación tan extrema, la reacción de la gente fue admirable. El que acababa de perder a sus hijos y su casa te ayudaba a orientarte entre los escombros. Hubo saqueos e inseguridad en algunas zonas muy concretas y durante los primeros días, pero para la magnitud del desastre la dignidad de los filipinos fue impresionante.
Aunque fue a Fukushima, ¿había visto antes una destrucción igual?
-Fukushima fue un desastre en el primerísimo primer mundo. Con el Haiyan pude ver lo que ocurre cuando la desgracia se ceba con un país con menos recursos. En Japón, al mes del tsunami no había ni un solo afectado sin atender. El sufrimiento y el miedo eran palpables, pero no tan visibles. En Tacloban, semanas después del Haiyan seguían sacando cadáveres y la gente andaba entre los escombros buscando agua y comida.
¿Con qué estado de ánimo viajó a las elecciones de Tailandia?
-Allí sí pasé miedo. Bangkok llevaba bloqueada casi un año, la oposición amenazaba con no aceptar los resultados y en algunos distritos había rumores de que podía haber episodios de violencia, con armas en los dos lados. En uno de ellos estuvimos por la mañana y horas más tarde hubo disparos y un muerto. Luego la situación se estancó hasta que en mayo, con el golpe de Estado, se vio que el ejercito está con las élites opositoras y que los partidarios de la presidenta Sinawatra no han querido o no han podido responder.
¡Quién le iba a decir que en el Tour de Pekín vería las últimas pedaladas del Euskaltel-Euskadi! ¿Qué sintió?
-Los ciclistas están hechos de otra pasta. Me encontré con unos tremendos profesionales que, a pesar de los meses de incertidumbre que pasaron, venían a cumplir con su trabajo sin perder el humor, la tranquilidad y la curiosidad por estar en China. Fue triste porque significaba que los masajistas, los preparadores, los ayudantes y muchos ciclistas se iban al paro y desaparecía un equipo que nos ha puesto la piel de gallina muchas veces. Pero estar allí con ellos, viendo cómo se hacían la última foto en Tiananmen, fue algo bonito.