Dirección y guión: Quentin Tarantino. Intérpretes: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Samuel L. Jackson y Kerry Washington. Fotografía: Robert Richardson. Premios: Dos Globos de Oro (Guión y actor).
CUANDO Álex de la Iglesia ganó los premios al mejor director y guión por Balada triste de trompeta en el Festival de Venecia, muchos señalaron a Quentin Tarantino como el autor material de tales decisiones. Ahora es el realizador estadounidense quien está recibiendo merecidamente por Django desencadenado, un spaghetti western marca de la casa, los parabienes de la crítica y los festivales (en especial por su dominio de la escritura).
Tarantino es un autor que sabe descontextualizar como nadie: expresa a través de los latigazos de la cámara (violentos zooms) el ambiente opresor y sureño de la esclavitud en EE.UU., con oportunas transfusiones de música ecléctica, guiños irónicos y pícaros. Un tiempo pretérito con savia nueva, renovada. Lo que dicho en otros términos se llama posmodernidad. Por cierto, ¿existe algo más posmoderno que la reutilización del imaginario nazi en el ambiente de la esclavitud? En Malditos bastardos la mirada sobre el universo nazi era explícita, directa. En Django descencadenado no existe divergencia en la forma que retrata y relanza la historia social de Estados Unidos. Se podría encontrar la misma equiparación de crueldad y torpeza en los nazis de Malditos bastardos que en el retrato opresor de la esclavitud de Django desencadenado.
Otro punto singular es el uso de la lengua como elemento disuasorio e irónico. El alemán presentado como metalenguaje que provisiona confianza y extrañeza (la mujer de Djanjo, esclava, habla alemán). En sus dos últimas películas, Tarantino ha realizado un juego seductor basándose en la picaresca y el extrañamiento de las lenguas, en su poder de ser otro y de desenmascarar al mentiroso.
Christoph Waltz, convertido en su bendito actor fetiche, es un maestro del tempo cinematográfico, perfecto para el tipo de diálogo tarantiniano: impresionista primero, directo y explosivo después. En Djanjo desencadenado, desde el comienzo (con la aparición de Waltz), los diálogos son tan hilarantes como las escenas violentas: una mirada casi pop de la muerte, como una celebración fortuita y liberadora. Una venganza aplaudida. El papel de Di Caprio, que se mueve entre la farsa (gusto desencajadamente francés y ramplón) es otro de los atractivos de la película. Sobre todo cuando interpreta su lado más salvaje (justo cuando el espectador tiene más información que los personajes de la escena). Toda esta estrategia en la que se basa su película (hacer que el espectador disfrute del desenlace de las escenas y que esté pendiente del momento en el que la farsa se va a evaporar) es uno de sus puntos fuertes. Los personajes de Django asumen una serie de roles que determinarán su posición en la vida: Tarantino hace de Jaime Foxx un escudero brillante que está redescubriendo un nuevo estatus. Una mirada transfronteriza entre el spaghetti western, el drama social y la comedia más salvaje y estimulante.
El director de Reservoir Dogs y Pulp Fiction consigue mantener el pulso narrativo desde el principio hasta el final, cuando presenta a los elementos capitales del filme: el pseudodentista de origen alemán que se dedica a cazar recompensas y su próximo cómplice, Django, un duro esclavo. Desde ese momento hasta el final (hasta cuando Tarantino se reserva unos minutos para aparecer en pantalla e interpretar un pequeño papel), Django es una fiesta del despropósito bien controlado; una jugarreta irónica y sarcástica (los Ku Klux Klan); los sheriff… Palabrería bien ajustada y narrada donde la violencia, el arte de la desintegración, es un festín de sangre líquida. Violencia enrabietada con elementos cómicos y disparatados que consigue no solo no-molestar sino fascinar con su vibrante balada.