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Y comieron perdices

Y comieron perdicesFoto: afp

He sentido pena por Fernando Torres, que después de realizar un Mundial negado va y se lesiona minutos antes de coronarse de gloria sin marcar un solo gol. Lloraba destemplado ajeno a la magnitud de la situación. Efectivamente, España se ha proclamado campeón del mundo de fútbol, el deporte más universal; foco de pasión desmedida, que une y divide, divierte y encorajina, a casi nadie deja indiferente y se ha disputado en África, donde es todo eso y además una vía de escape para huir del hambre sin arriesgar la vida sobre una patera.

Al contrario, me ha dado mucha alegría que el gol de la victoria lo haya marcado Andrés Iniesta, ese chico de pueblo de la España profunda, un antidivo que juega que da gusto verle, que se quitó la camiseta para compartir su momento estelar con Dani Jarque, aquel jugador del Espanyol, el arisco rival del Barça, que falleció de muerte súbita.

La forma que tuvo Iniesta de agitar la camiseta celebrando su hazaña me recordó otro antológico episodio: cuando anotó también en otro instante agonístico aquel gol en Stamford Bridge, que sirvió para que el Barça derrotara al Chelsea y clasificarse para la final de la Champions que ganó al Manchester United en 2009, y que, junto al 2-6 al Real Madrid tres días antes, provocó nueve meses después un auténtico boom natalicio en Barcelona.

¿Ocurrirá el mismo fenómeno de júbilo concupiscente en la España de la roja? ¿Servirá al menos el prodigio futbolístico para algo práctico, como es asegurar el sistema de pensiones para el futuro?

Miguel Sebastián, ministro de Industria, Comercio y Turismo, vaticinó el pasado jueves que la previsión de crecimiento del producto Interior Bruto (PIB) podría mejorar si la selección española ganaba el Mundial. Por su parte, Javier Gómez-Navarro, presidente de las Cámaras de Comercio, aseguró que el triunfo futbolístico "cambiaría la psicología del país significativamente", es decir, que el acontecimiento disparará la autoestima de los ciudadanos, perspectiva que también destacó y a la que se apuntó con denuedo José Luis Rodríguez Zapatero.

En consecuencia, señoras y señores, agárrense bien fuerte ante el notición que se avecina: la crisis económica, la insondable angustia que aprieta y estrangula al personal ¡ha terminado! por mor de la excelsa victoria de la roja, cielo santo, será posible que sean tan demagogos; que nos sigan tratando de necios apelando a la mística de un partido de fútbol, como si el patrioterismo sobrevenido sirviera para terminar de súbito con el paro.

Miro el televisor y me encuentro con uno de los momentos álgidos en el devenir mundialista: el romance entre Iker Casillas y la pizpireta Sara Carbonero, a quien el sagaz portero le estampa un beso de tornillo, en vivo y en directo, que habrá hecho las delicias de la prensa del corazón y sin duda alimentará hasta el infinito y más allá los programas de telebasura con los que Telecinco ilustra su ventanilla.

A la reportera en cuestión le supo a rayos el apasionado arranque de su mozo pues, aunque no lo pareciera, estaba trabajando, aunque la chica también puso lo suyo para elevar el ardor guerrero de su novio preguntándole con candor algo así:

- ¿De quién te acuerdas en estos momentos, Iker?

-De mis padres, de mis amigos, de (comienza a sollozar)...

-No pasa nada, hablemos del partido...

- Y de ti ¡schmuack! (supuesto ruido que hacen dos labios chocando apasionadamente).

Grande fue la final, pues sacará a España de pobre, Casillas está enamorado y su amor le supo inspirar frente a Holanda, protagonizando un par de antológicas paradas.

Al fin, el legendario Nelson Mandela honró con su solemne presencia el acontecimiento, sobre el cual el emergente y dinámico fútbol africano ha pasado de puntillas, pero no así su sentido de la hospitalidad.

Creo, me parece, espero ¿o a lo peor es que no son capaces de semejante gesto altruista?, los chicos de Vicente del Bosque, más ricos aún, más famosos, ungidos con el laurel de héroes populares para siempre jamás decidirán donar los 600.000 euros de la prima acordada, sin duda una fruslería para ellos, a paliar al menos un poco el desastre humano que arrasa aquel continente.