SOLO ante el peligro. Sin saber ni una palabra de inglés y con una prótesis de cadera. 70 años en sus piernas que tenían que mover a diario 55 kilos de bici y pertrechos. Un total de 6.800 kilómetros desde Perth hasta Rockhampton en 63 etapas. Son algunas cifras de esta aventura de infarto. José Luis Casado sonríe satisfecho solo quince días después de llegar de Australia. Lo peor lo tiene claro. "Tuve una inflamación en la rodilla en la 14ª etapa. Eran muchos kilos, viento en contra y me molestaba la rodilla. A los 90 km. ya se me empezó a hinchar y cuando faltaban 30 no podía ni doblarla. Estaba en pleno desierto, no podía venir nadie a socorrerme y tuve que hablar con un médico por teléfono. Menos mal que en una gasolinera había una argentina que me sirvió de intérprete". "La clave fue ser positivo todo el tiempo", repite Casado como un mantra.

Y es que la epopeya de este joyero jubilado es para quitarse el sombrero. Ciclista desde los 14 años, fue hace nueve, tras quedarse viudo, cuando se lanzó a su periplo viajero sobre las dos ruedas. Hizo la ruta 66 Los Ángeles-Chicago-Nueva York, 5.500 kilómetros, en 2017. "También he dado la vuelta a la península con Portugal incluido. El año pasado di la vuelta a Singapur. Este año voy a hacer más de 21.000 kilómetros en bici", precisa. Y eso que en 2018 estuvo un tiempo en el dique seco. "Sí, en abril me operaron la cadera", aclara.

Bautizada Sawyer, como su nieto, la bici ha respondido en Australia a las mil maravillas. "En EE.UU. llegué a tener hasta cinco pinchazos, aquí nada". Ni una caída. Y eso que no lo ha tenido fácil. "Con los camiones fue horrible. Son trailers gigantes y cuando se cruzaban dos, no bajaban la velocidad y pasaban rozando. Fíjate que casi me pegaban en las zapatillas que llevaba en el costado. Cuando pasaban te absorbían y tenía que andar sujetando la bici y agachándome porque ¡te pegaban unos bandazos! Y las autocaravanas, ¡vaya peligro!". Una baliza, un localizador de satélite a través de cuyas coordenadas le localizaban sus hijos y dos móviles eran su compañía. Es en este punto cuando reconoce que no es una aventura para cualquiera. "Es muy duro. Las heridas en el culo son inevitables. Y se pueden tener facultades físicas pero no aguantar la tensión". Por eso también eligió hacerlo solo. "Necesitas mucha fortaleza mental. Coincidí con una pareja, una polaca y un holandés. Acampé con ellos en medio de la nada, hicimos una etapa juntos, al día siguiente ya se habían enfadado e iban uno por cada lado", explica divertido.

En aquellas extensiones desérticas brutales, no faltaron a su encuentro los animales. "Muchos días había 115 kilómetros y nada alrededor. Solo centenares de canguros muertos por los atropellos. Vivos habré visto una docena". Pero también se ha topado con koalas, alguna serpiente que estuvo a punto de picarle y urracas y cuervos que le atacaban para defender sus nidos. "Y a veces había moscas que, en lugar de aguijones, parecían tener lanzas porque me dejaban la mano hinchadísima", detalla.

Sin embargo, la positividad fue siempre su lema. "Mi único objetivo era acabar. Y eso que también me encontré con los incendios. Una vez, pasada Sidney, me tuve que desviar porque me pillaron los fuegos". "Pero nunca quise tirar la toalla", exclama. Y eso que con ocho kilos menos de vuelta, la comida tampoco era para tirar cohetes. "Era muy monótona, hamburguesas con patatas, pollo con patatas, si había pescado, era pescado rebozado también con patatas. Creo que solo dos veces comí una chuleta".

Cuenta maravillas de la gente y expresa algunos recelos con los aborígenes. "Un día recorrí 145 kilómetros con un viento durísimo, quise acampar, pero vi a los aborígenes, que tenían una pinta muy rara, y preferí seguir hasta otra gasolinera en medio de la nada". Persistente, en marzo retomará de nuevo el país para hacer la costa norte de Australia "porque ahora es época de lluvias tropicales". Decididamente, para quitarse el sombrero.