AL igual que en el film Smoke, donde Auggie Wren, un fotógrafo autodidacta toma cada mañana una instantánea de su calle, Federico Valenciano enfocaba con su cámara, desde su ventana en Ciudad Jardín, un encuadre mágico. “En alguna fecha incierta, pero anterior a que nadie en Bilbao pensásemos en el Guggenheim, inicié una colección de fotografías. De toda la panorámica, elegí un encuadre que recogía la curva del puente de La Salve. La idea era tomar fotos con distintas luces, en distintas horas y estaciones de una misma vista”. Así inició el serial este matemático. Pero en un momento dado empezaron a aparecer unas feas grúas que estropeaban la vista y abandonó el proyecto. Sin embargo, pronto le resultó interesante ver crecer la extraña estructura. Y emergió el museo. “Al final el Guggenheim completo entraba exactamente en un encuadre elegido antes de que ninguno supiésemos que iba a alzarse allí”. Y como en una ecuación perfecta, mucho antes que el propio Frank Gehry -que subió a Artxanda y señaló como un visionario el solar y el emplazamiento exacto del museo-él ya lo había adivinado.

En septiembre (el día 19 del 09 de 2019 a las 19 horas) realizará una exposición de pinturas en la Bilbaína que incluirá también esta colección de fotos que tomó durante varios años del Puente de La Salve, pillando en medio el museo. Bajo el sugerente título El nuevo Bilbao: Guggenheim y otros animales, mostrará paisajes urbanos, con el Guggy y la ría como denominador común, pero también con puentes como el de Calatrava, Euskalduna, Rontegi, y la pasarela de Deusto, el Palacio de Euskalduna, la Carola, e incluso la Torre Iberdrola. Paisajes, casi todos ellos, enclavados en un radio aproximado de un kilómetro de su actual domicilio en Deusto.

Porque Federico Valenciano es un bilbaino nacido en Madrid hace casi 71 años. Matemático y profesor de la UPV/EHU desde 1972, se adentra ahora en el mundo de la pintura. Aficionado al dibujo, cuenta que pintó un par de óleos hace más de 40 años y tres acuarelas hace 25. Quizá influenciado por su padre que pintaba marinas sin ver el mar, fue hace poco más de diez cuando, de modo autodidacta, se introdujo en el acrílico, por lo que se considera “un debutante tardío”.

Su faceta como matemático le ha mantenido atado a la Villa. Nada menos que la friolera de 46 cursos ininterrumpidos dando clases en la Facultad de Economía de Sarriko. Porque además de pintor, este profesor de matemáticas recién jubilado es un investigador muy destacado en Teoría de Juegos, una herramienta que ha contribuido a comprender más adecuadamente la conducta humana frente a la toma de decisiones. Son las fórmulas de un hombre renacentista que se anticipó al futuro.