lo largo de mi carrera profesional, he tenido la fortuna de trabajar en numerosos proyectos en los que hemos investigado sobre la relación humano-máquina. Os confieso que es un campo fascinante. Entender realmente qué de una máquina funciona bien en la relación con un humano es un campo en el que se puede aprender mucho. Se descubren cosas tanto desde una manera humanística (cómo somos, qué nos gusta, etc.) como desde una perspectiva de diseño (cómo hacer las cosas para que se relacionen mejor con su principal usuario).

Por ello, siempre que leo sobre políticas públicas que buscan introducir en los sistemas organizativos más máquinas (ordenadores fijos o portátiles, dispositivos móviles, etc.), mi cerebro piensa en esta clave. No es nuevo que existan planes y políticas públicas para que alumnos de primaria y bachillerato tengan ordenadores financiados por presupuestos públicos. A vuelapluma, creo que genera consenso social: las familias lo ven como una forma de que sus hijos e hijas tengan acceso a estos dispositivos que tanto nos han cambiado. Desde una perspectiva de equidad, también ayuda. En una situación y contexto como el de la pandemia actual, tener gente que no podía disfrutar de la educación por no tener un ordenador fue algo duro. La introducción de recursos TIC en las aulas se puede observar desde dos miradas: (1) Que la sociedad tenga cada vez mayor competencia digital (encuentre como algo natural el uso de un ordenador); (2) llevar a cabo los procesos educativos intermediados por dispositivos informáticos. Respecto al primer punto, entiendo que nadie discute que todo lo que sea pasar más tiempo con estas máquinas, mejora sus destrezas. Pero otra cosa es que mejore la educación en sí. Una cosa son las reacciones de la sociedad y las familias, y otra es lo que la ciencia de la educación nos enseñe que funciona realmente a efectos de los procesos de enseñanza-aprendizaje.

Por poner algunos programas y sus posteriores estudios encima de la mesa, veamos algunos casos estudiados. El programa eduCAT 2.0 de Cataluña, lanzado en 2009 y que buscaba que todos los niños y niñas tuvieran un portátil, tuvo un impacto negativo en el aprendizaje de catalán, español, inglés y matemáticas. En el programa Escuela 2.0, muy similar al anterior, también se observaron consecuencias negativas en los resultados en matemáticas a partir de las pruebas que se hacen para PISA. Por si el contexto socioeducativo tuviera algo que ver, miremos alguna evidencia por otras latitudes. En Los Ángeles, consideran una debacle haber introducido iPads en el aula. En Carolina del Norte, la introducción de portátiles trajo una evidencia parecida al caso de España: impacto negativo en la capacidad lectora y matemática. La OCDE, para resumir este punto, utiliza una representación de una U invertida. Es decir, hay un punto a partir del cual usar el ordenador, empeora los resultados. Un uso limitado del ordenador en el colegio puede ser mejor que no usarlo. Sin embargo, un uso del ordenador en el colegio por encima de ese punto óptimo de la OCDE (España está por encima de la media) da resultados significativamente peores.

La información consume la atención de su destinatario. Una riqueza de información crea pobreza de la atención. Los estudios asocian la multitarea con superficialidad en el pensamiento, colapso de la memoria de trabajo y la dificultad para identificar lo relevante. En la mente inmadura de un joven, de una joven, una máquina tan potente a nivel informacional no sé si ayuda tanto como creemos. Los estudios indican que la atención es una función ejecutiva clave para el rendimiento escolar. Por lo tanto, quizás liberar las clases de máquinas de robar la atención pueda ser una buena medida para usarlo en aquellas en las que sí puedan aportar cualidades positivas. En definitiva, buscar ese pico de la U invertida que decía la OCDE. Ahí es donde creo que debería estar la conversación

Un uso limitado del ordenador en el colegio puede ser mejor que no usarlo. Sin embargo, un uso por encima del punto óptimo que fija la OCDE da resultados significativamente peores