El maestro Ponce (Chiva, 1971) lleva siendo noticia toda la semana. Tras más de dos décadas de feliz matrimonio con la sofisticada empresaria Paloma Cuevas, el figurón del toreo ha apuntillado su relación conyugal. Ahora se va de becerradas con Ana Soria, una rubicunda estudiante 27 años más joven. Nadie es capaz de imaginar los motivos de este cambio de actitud. Bueno, casi nadie. Vale, a decir verdad, la inmensa mayoría sí que lo imaginamos. El propio Ponce nos lo detalla.

“Me han cautivado los profundos conocimientos acerca del sentido de la vida, su magnética serenidad y las conversaciones acerca de numismática, colombofilia y ontología kantiana que mantenemos. Anita ha cumplido 21 años, pero su experiencia vital y profundidad espiritual resultan asombrosas. Cada vez que me cuenta lo que le cayó en el examen de selectividad, me deja con la boca abierta. Bueno, en realidad estoy con la boca abierta todo el rato”, expresa un matador que parece que ha perdido peso durante las últimas semanas. Totalmente comprensible: las largas conversaciones sobre Kant y el imperativo categórico hacen sudar mucho. Y más con este calor.

¿Cómo se siente, maestro?

—Como un toro. Estoy hecho un recental. Me levanto por la mañana, me tomo la pastilla de la tensión y algunas otras que me hacen falta y, venga, a brincar por la dehesa.

¿Qué espera de la temporada?

—Que las cosas vuelvan a su ser. Piensa que he ido a más de cien corridas por temporada durante una década. Sin descanso. El único caso en la historia del toreo. Ni Luis Miguel Dominguín, que fue un grande, alcanzó esa marca. Últimamente había bajado un poco a consecuencia de las lesiones y la edad, que se va notando. Pero creo que ahora volveré a alcanzar las mismas cifras. Luego están los toros, que también dan su trabajo, claro.

¿A qué se ha debido su distanciamiento de la señora Cuevas?

— Ojo, que tampoco nos hemos distanciado tanto. Nos respetamos y mantenemos un mal rollo muy afectuoso. No hay distancia, ella sigue viviendo en la península Ibérica. Y yo también. Pero, la verdad es que hacía ya unos añitos que se nos murió el amor de tanto usarlo, que decía Rocío Jurado. Estaba un poco cargado de tantas Cuevas y tanta espeleología. Mientras que Soria, ya lo dice el eslogan turístico, ni te la imaginas.

¿No será la crisis de los casi sesenta?

— A ver, mozo, que yo soy el maestro Ponce, un profesional de los cuernos. Llevo cuarenta años asomándome a los pitones. Yo no me aturullo con tanta facilidad. Sé lo que quiero de la vida. Si tengo que ayudar a Anita con sus tareas de la uni, la ayudo; si tengo que ir a recogerle de la disco porque ha salido de fiesta con sus compis de la facul, voy a buscarla; me apunto al botellón en el parque; y jugamos al Risk por Zoom con los coleguis. Lo que me fastidia más es salir el sábado por la mañana a patinar y comer a mediodía en el wok ese de buffet libre. Pero bueno, hay que acomodarse a los tiempos. Eh, crisis de los cincuentaytantos, para nada.

¿Viajará Anita con usted de corrida en corrida?

—¿Es una pregunta con doble sentido? ¡Te corto las orejas!

Cálmese. Quería decir que si la señorita Soria, ahora que está de vacas en la facul, le acompañará a las ferias en las que se anuncie usted como matador.

—Bueno, bueno...Pues no. Viajó en el minibús de la cuadrilla hasta la plaza de Alcayatos de la Burriata, por las fiestas de San Toribio Cornúpeta, y pfff... No lo repito. El mozo de espadas, que es el chófer, todo el rato mirando para atrás. El picador, venga lanzar puyas. El peón de brega intentando darme la larga cambiada. Y los banderilleros, ni te cuento. Se ponen muy nerviosos y es mejor dejarlo estar como siempre, sin Anita en el minibús.

¿Cree que esta nueva relación influirá en su carrera?

—Pues hombre, no lo sé. Lo único cierto es que ya hay varias ciudades que me han pedido fotos para los carteles de sus ferias taurinas. Fotos de ella, digo. Prefieren ponerla a ella que a mí. Que el cartel queda más espectacular, me dicen. No me fío.

Suerte. Y ojo con los cuernos, maestro.

— Esta sí que va con segundas ¿Eh? ¡Macanito, traéme el estoque, que le corto las orejas al listo este! Quietoooo. Tócamelo, Macanito. Pónmelo ahí. Ejé, eeeejé.