LA vida del club es un gran misterio, y sus adeptos deben ser cautos para explicar el tabú del club a los bárbaros externos (Sala).

Deme la mano y adéntrese, quienquiera que sea, en el túnel del tiempo para conocer los orígenes del club social. Cuentan las crónicas que los clubes son una forma de organización social creada en Inglaterra y encarnada en una tipología arquitectónica en Londres durante el siglo XVIII. Nadie sabe bien cómo, pero durante el siglo XVII la palabra club empezó a formar parte del vocabulario inglés y, desde entonces, ha sido intensamente difundida a otras lenguas sin alterar su fonética. En 1659, John Aubrey usó por primera vez la palabra club en un texto al referirse al encuentro constante de un tipo de gente, sin lazos sanguíneos, en un lugar específico.

A fines del siglo XVII, los clubes se multiplicaron en Londres usando tabernas y las piezas traseras de algunas cafeterías como sus centros de operaciones transitorios. Y si bien en sus inicios usaron espacios existentes para reunir a hombres de distintas clases sociales (separándolos del resto de la sociedad para compartir sus intereses en común, comer y beber, leer y socializarse), cuando la cantidad de miembros empezó a crecer los clubes fueron haciéndose con las cafeterías completas como lugares de reunión. Los clubes fueron evolucionando a locales autónomos regidos por un comité de miembros electos, donde la conversación era abierta y estaba protegida por la confianza entre sus miembros. Dicho queda.

Ubicándonos ya en aquel Bilbao del primer tercio del siglo XIX, un grupo de bilbainos, hoy de nombres desconocidos, pusieron sus ojos en la corriente imperante ya en media Europa y en 1833 decidieron crear un club social bajo el nombre Sociedad Bilbaína. La iniciativa fue tomando forma y, en mayo de 1839, se nombró a la primera comisión directiva y se celebró la primera junta general. Si hacen cuentas, se cumplen este año 180 años de vida de la Sociedad Bilbaína que, según cuentan los cronicones, se fundó de manera oficial el 15 de octubre de ese mismo año, cuando se aprobó el reglamento por el que se regirían y se eligió como local social. Durante sus primeros 75 años de vida ocupó el primer piso de la casa número 5 de la Plaza Nueva de Bilbao. El club contaba entonces con 133 socios, entre los que destacaban figuras de la talla de Máximo Aguirre, Francisco Gaminde, Juan de Aguirre o Pedro P. Uhagón, entre otros.

Poco a poco la Sociedad Bilbaína fue agigantándose y se decidió trasladar la sede del club a un nuevo recinto. Así, en mayo de 1910, se colocó la primera piedra y, tras dos años y medio de construcción, se inauguró, en el número 1 de la calle Navarra de Bilbao. El edificio, calificado como Bien de Interés Cultural en categoría de Monumento por el Gobierno vasco, continúa a día de hoy como sede del club.

¿Cuántas cosas no han sucedido allí durante tantos años, de cuantas dichas y desdichas no han sido testigos los socios de la Sociedad Bilbaina? A lo largo de sus 180 años, la Sociedad Bilbaína ha resistido la primera, segunda y tercera Guerras Carlistas, así como las penurias de la Guerra Civil. La Bilbaína, tomando como modelo los gentlemen’s clubs de Londres, sobrevivió tanto y tanto que no perdió jamás el porte, la atmósfera sobre la que comenzó a gestarse.

¿Qué no habrá sucedido entre aquellas paredes? Cuenta la leyenda que hay pasadizos subterráneos entre sus instalaciones y parece corroborado que Bob Dylan visitó la Sociedad Bilbaína en 2012 para un reportaje fotográfico con la revista Rolling Stone y una de sus asistentes, al planchar una de sus camisas sobre una de las mesas de ajedrez, dejó la plancha posada demasiado tiempo. Por ello, la mesa de la sala de ajedrez -al parecer la más antigua del mundo en uso...- quedó marcada para siempre. ¿Ajedrez, les decía...? El gran maestro del ajedrez Anatoli Karpov disputó una partida simultánea contra veinte socios en 2007, duelo que terminó en 18 jaques mates y dos tablas. Aún se recuerda su paso por aquellas instalaciones.

Volvamos a los días de fuego. Según relata la propia institución, la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) no afectó prácticamente a Bilbao y, por ende, tampoco a la sociedad. No así la Tercera (1872-1876), en que la ciudad sufrió un terrible asedio por parte de las fuerzas del Pretendiente. Este sitio -el cuarto de los padecidos en las guerras civiles del XIX- se extendió desde el 28 de diciembre de 1873 hasta el 2 de mayo de 1874. Haciendo gala de singular sangre fría, los socios pidieron el 8 de marzo, durante el asedio, que se blindaran dos salas del piso alto para así poder seguir acudiendo a la sociedad sin estar expuestos al bombardeo. A pesar de ello el impacto de un obús destruyó la mesa de billar, uno de los más firmes símbolos de la Bilbaína. Fue inmediatamente reparada.

En 1900, cuando aún estaba enclavada en la Plaza Nueva, se aprobó instalar un salón restaurant. Entraba por esa puerta en la Bilbaína su más famoso chef, Alejandro Caverivière. No en vano, trabajó en sus fogones desde 1908 hasta su jubilación en 1936. El cocinero de Burdeos era célebre porque había improvisado, en el txakoli de Tablas, su receta más afamada, el bacalao Club Ranero. Esta receta apareció ya en 1933 en el libro de recetas La cocina completa, de la Marquesa de Parabère.

Van y vienen las historias, las aventuras, las anécdotas. Conviene recordar que su biblioteca-hemeroteca es una de las bibliotecas privadas más importantes de España, al estar dotada con más de 40.000 volúmenes. No en vano, la sociedad se vio afectada por la Guerra Civil. Los representantes locales de la República contemplaron al instante con recelo a la Sociedad Bilbaína. En solo dos días, el 20 de julio de 1936, se mandó acordonar la manzana de la calle de la Estación, emplazar una ametralladora delante del portalón y penetrar en el club para registrar, desde el segundo piso a los sótanos, todas las dependencias. El edificio fue incautado, pasando a usarse según interesaba a cada bando. Su razón social, recreo y lectura, le han dado aire en los malos y los buenos tiempos. 180 años después, la sociedad ahí se mantiene. En pie.