Hoy, tenemos una sociedad de la información, y no tanto industrial como en 1901. Casi 4.000 millones de personas están en Internet hoy en día. La economía de los datos ha provocado ya más crecimiento económico que el comercio de productos. El teléfono móvil es la tecnología de la historia de mayor rapidez de penetración (más rápido la hemos usado mucha gente). Es indudable que nos ha cambiado, unido y mejorado. Incluso podemos llevar esta era un siglo atrás, a la electricidad que nos alimenta. Poder informar y guardar ese conocimiento es posible por los sistemas eléctricos. Tesla o Edison, nunca tendrán ya su Premio Nobel, por ejemplo (aunque en el caso de Tesla hay algo de polémica por si pudiera haberlo rechazado). En física, ha habido algún caso. Pero de las 881 personas premiadas, solo 28 eran ingenieros/as. ¿Nobel solo quería “ciencias básicas”? ¿las aplicadas no cuentan? Más allá de usar la excusa del Premio Nobel, lo que sí quería es poner en contexto el impacto de las tecnologías digitales en nuestras vidas. Especialmente, porque lo están haciendo a la velocidad de la luz. Una tecnología exponencial es aquella que, por el mismo coste, mejora en rendimiento a una tasa anual compuesta de al menos el 10%, durante varias décadas. Por ejemplo, el motor diésel mejoró muy aceleradamente en sus primeros años de vida. Luego se detuvo. Sin embargo, los microchips de los ordenadores han estado mejorando su rendimiento a tasas del 50% en los últimos 50 años. Si cambiamos de coche cada 10 años, veremos que la eficiencia del motor en consumo de gasóleo ha mejorado alrededor de un 10%. Si cambiamos de ordenador cada 10 años, veremos que su potencia de cálculo se ha multiplicado por 60.

economía global

Esta exponencialidad se ha expandido a cuatro dominios de la tecnología, que, en conjunto, conforman la base de la economía global: computación, energía, biología y manufactura. Son además campos que aportan mucho bienestar a nuestras vidas. La energía nos mueve y calienta. La biología es la base de nuestras vidas. Y producir o procesar nos permite tener economías prósperas. Conceptos como transición energética, biotecnología, manufactura aditiva o computación cuántica no hubieran sido concebidos si no fuera porque esta exponencialidad está impactando. Estamos creando nuevos sistemas monetarios (Bitcoin y revolución de las finanzas descentralizadas), Tesla ha roto el monopolio de la automoción tradicional, hemos fabricado vacunas a una velocidad récord y ya es posible la edición genética. Son todos campos que a buen seguro nos traerán opciones en nuestras vidas que ahora mismo no somos capaces siquiera de imaginar. Por eso utilizaba la metáfora del Premio Nobel; dado que todavía no entendemos la trascendencia de alguna de estas tecnologías, no las estamos proyectando a nuestras vidas.

El desarrollo digital es inevitable. La automatización de los procesos físicos -vía la robotización- y los mentales -por la inteligencia artificial-, están viviendo su era dorada. Los humanos siempre mantendremos el monopolio de ciertas cuestiones: la creatividad, la interacción compleja con objetos y humanos (especialmente importante en un país de servicios), etc. Pero habrá otras cuestiones en las que los robots nos superarán. Básicamente, porque son mucho mejores repitiendo tareas rutinarias (no se cansan, no duermen, etc.).

Mientras tanto, es evidente que tenemos una brecha exponencial derivada de nuestra incapacidad de adaptarnos. Quizás sea momento de entender el orden de magnitud del cambio.

El desarrollo digital es inevitable. La automatización de los procesos físicos -vía la robotización- y los mentales -por la inteligencia artificial-, están viviendo su era dorada