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Las promesas, en la noche y en el día

Las promesas, en la noche y en el día

Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Guion: Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Reparto: Javier Pereira y Aura Garrido. Premios: Festival de Málaga (2013); Mejor Director, Actriz (Aura Garrido) y Guion novel.

Ante la avalancha de cine gore y de terror (Retornados y The Collection) que se avecina la próxima semana, llegó el momento para el respiro de una película menuda y reluciente. Ese tipo de propuestas artesanas que afloran en el mustio panorama de la industria estatal: obras que se escudan en la profesionalidad de equipos reducidos y que cuentan con escasos intérpretes. El director Mariano Barroso confió en Eduard Fernández y unas sobresalientes actrices para narrar los territorios de la (des)confianzas en Todas las mujeres. Isabel Coixet se fue a un inhóspito escenario para encerrar y confrontar a Javier Cámara y Candela Peña en Ayer no termina nunca.

El autor de 8 citas hace lo mismo con sus dos únicos protagonistas en Stockholm. Acude a un edificio, laberinto de hormigón, para encerrar y liberar a Él y Ella, dos jóvenes que se encuentran y se miran en una fiesta en la que juegan a verse y ser vistos. Suficiente para que Rodrigo Sorogoyen triunfara en la última edición de Festival de Málaga (tampoco es que sea el certamen de referencia, pero entre productos escaparate de algunas cadenas de televisión, se esconden filmes de mayor poso y sustancia).

El director escenifica el día y la noche, o lo que es lo mismo, las promesas y los hechos que nacen y se reproducen en estados etílicos o mágicos. En ese juego de causa-efecto, la dirección de fotografía reconstruye el blanco y el negro; la oscuridad o la luz. Es interesante el trabajo realizado para retocar el efecto ensordecedor de la noche y el efecto luminoso del día: los dos momentos en los que se recrea el relato de un chico y una chica en las relativamente reconocibles calles de Madrid, como el edificio majestuoso de Plaza de España, uno de los refugios del donostiarra Iván Zulueta en Madrid.

Stockcholm se alía con lo básico: actores que se creen lo que dicen y lo que hacen. Conversaciones mundanas repetidas en muchos rincones callejeros de todo el mundo, muy a pesar de los turísticos y fetichistas cerrojos del amor. La gravedad del asunto es que lo que escuchamos y compartimos en esta película no es un lugar común sino fruto de una conversación natural construida con intención y algo de artificio.

El día, subrayado por la atonalidad del blanco (ropa blanca, muebles blancos, la luz de la mañana), poco tiene que ver con el calor mágico de la noche, en el que se puede hablar, ligar y vender la moto. Es probable que a algunos les guste la primera parte y otros pierdan el aliento con la segunda. No hay elección: la noche o al día. El hecho y lo dicho.

La primera parte del filme (la noche) puede sorprender menos y gustar más. La segunda parte sorprende más y gusta menos. Muchas personas se sentirán identificados con lo que visto y escuchado. El título, de hecho, no es un lugar físico sino el lugar de otra historia de amor, que nos dará pistas acerca de lo que les pasará a los dos protagonistas. Una película dirigida desde la conciencia y el plano general y estable (fíjense cómo no se mueve cuando la protagonista recae). Planos fijos que narran la inestabilidad. Sin actores conocidos, pero virtuosos. Buen cine, ligero, denso y duro para narrar las peripecias de dos jóvenes. ¿O es una película de vampiros?