Barakaldo - “Sabes que todos estamos compartiendo tu dolor”. Con esta frase trataban de consolar a César, hermano del joven fallecido en el incendio de Zorrotza, mientras operaban a sus padres, ingresados en estado muy grave en el hospital de Cruces a causa del fuego que calcinó su vivienda. Él fue el único que se libró de las llamas al no estar en el domicilio familiar en el momento de la tragedia. “Se ha salvado porque estaba con su novia en Galerías Omega, donde se ha enterado y ha venido directamente aquí”, relató José Jiménez, patriarca que atesoraba la mayoría de la información. Una vez en el centro sanitario, sin embargo, ninguno de los presentes quiso comunicar a César, de 18 años, que su hermano y su cuñada, igual que sus sobrinos, habían perecido. “En el pueblo gitano hay unas leyes que no podemos sobrepasar. ¿Y si le da un infarto mientras se lo decimos? Nosotros nos basamos en eso. Tiene que ser un familiar directo”, argumentaba el patriarca, mientras arropaban al joven.
El apoyo de la comunidad gitana de Bizkaia se tradujo en un centenar de personas que se congregó en los tres hospitales a los que se trasladaron los heridos del incendio de Zorrotza. El hospital de Cruces, que alberga la unidad de Grandes Quemados, fue escenario de momentos de tensión mientras diferentes grupos de personas aguardaban noticias. “Es lo que tiene el pueblo gitano, es la cultura que hemos aprendido. Si cada uno tiene que poner 20 euros para ayudar en el entierro, lo haremos”, aseguraba Antonio Pisa, vecino de Zorrotza y allegado de las víctimas. “Mi hija pequeña, que era amiga de la Jenni, me ha preguntado antes: ¿Ya no va a venir más al colegio? También conocía a sus padres, de verles en el colegio, en el parque...”, declaró este vecino, quien indicó que los mercadillos de Algorta y Portugalete se habían suspendido. “Mañana -por hoy- tendré que ir a Bolueta, porque no puedo estar sin trabajar, pero a la tarde ofreceré mi ayuda en lo que pueda”, repuso. De lo que no les cabía duda era de que haría falta ayuda, además de la proporcionada por el equipo de atención psicológica de la Cruz Roja en la plaza del hospital. “Como les ha tocado a ellos nos podía haber tocado a cualquiera”, se lamentaba el patriarca. Mientras la familia de Rocío, oriunda de Avilés, realizaba el trayecto para llegar hasta el centro sanitario vizcaino, el patriarca aseguró que les prestaría su casa para lo que hiciera falta. “Tenemos que enterarnos de en qué tanatorio están los cuerpos, para poder llevarles cuando lleguen. Pero aún no saben que su hija y sus nietos han muerto. No les puedes dar la noticia a 300 kilómetros”, exponía José Jiménez, quien -como paradoja de su argumento- pocos minutos antes había recibido una llamada de un familiar de Madrid para darle el pésame, después de haberle visto en un canal de televisión estatal.
A las puertas de Urgencias esperaba en una silla de ruedas Aarón Sánchez, el joven de 15 años que, de forma heroica, se encargó de que sus hermanos saltaran por la ventana de la vivienda contigua en la que se originó el fuego. “Tengo lo pies rotos, pero ya he recibido el alta. Aquí tienen que operar a uno de mis hermanos y el resto están en Basurto”, expuso el joven, quien reveló que pasó toda la noche en vela. “No podía dormir, pensaba que era del calor... pero no. Es como si el cuerpo me dijera que algo iba a ocurrir. Si me llego a quedar dormido no sé lo que habría ocurrido”, señaló mientras una mujer que pasaba por ahí le preguntaba: “¿Tú eres el que vivía en el piso que estaba alquilado? ¿Y qué ha pasado, cariño?”
Los instantes de angustia, estoicismo y desconsuelo se sucedieron durante una jornada en la que predominó la sensación de que la desgracia podía haberse evitado. “Las casas estaban muy mal”, consideró el patriarca, residente en el número 3 de la calle Barinaga. “La zona estaba declarada en ruinas. Hace un año se derrumbó otro bloque al lado, pero en ese momento no hubo víctimas. Solo se arreglan las cosas cuando hay desgracias. ¿Cuándo se pone un semáforo? Cuando mueren ocho personas”, declaró José Jiménez. La misma desazón exteriorizó José López, vecino de Barakaldo que conocía “de vista” a los fallecidos, aunque aseguraba tener constancia de la pésima situación del edificio que ardió.