BILBAO. Los hechos juzgados sucedieron el 26 de mayo de 2011, cuando un anciano de 78 años fue asesinado en su casa, en la calle Párroco Unzeta de Bilbao, de una puñalada en el abdomen y degollado, y del piso desapareció una caja de caudales donde la víctima guardaba habitualmente cierta cantidad de dinero.

El acusado, M.A.S.P., de 39 años y de nacionalidad colombiana, ha sido condenado a 18 años de prisión por un delito de asesinato y a otros cuatro años y medio de cárcel por robo con violencia y uso de armas.

La sentencia también le condena a indemnizar a la hija de la víctima con la cantidad de 150.000 euros.

El fallo publicado hoy considera hechos probados que el acusado acudió al domicilio de la víctima en la calle Párroco Unceta de Bilbao, con "ánimo de apoderarse de lo que hallase de valor en el mismo", es decir, de robar.

El acusado trabajaba como empleado de hogar en ese domicilio desde varios meses antes, acudiendo cada quince días, y por ello conocía que la víctima vivía sola y guardaba dinero en metálico en su hogar.

Una vez en el interior de la vivienda, le propinó a la víctima, de manera sorpresiva y sin posibilidad de defensa, una puñalada en el abdomen, y además, una vez introducida el arma en el cuerpo, la giró, provocando unas heridas que de por sí ya hubieran sido mortales.

Con el anciano herido, le obligó a desplazarse hasta su habitación, para que le entregara dinero y una caja de caudales.

El anciano se sentó en un sofá, y allí, el asesino se colocó detrás de él, le sujetó la cabeza con la mano izquierda y le clavó el cuchillo en el cuello, causándole una herida de 16 centímetros de longitud que acabó con su vida.

Después, el asesino dejó la vivienda, se fue a casa de su madre, se cambió de ropa y se dirigió al aeropuerto de Loiu, desde donde cogió un avión hasta Madrid y de allí otro a Colombia. Fue detenido unos meses después en su país y extraditado a Bilbao.

El acusado defendió en el juicio su inocencia y dijo que fue al piso a despedirse del anciano antes de volver a Colombia y que al llegar la puerta estaba abierta y la víctima ya muerta.

Según su versión, el acusado se manchó de sangre al mover el cadáver y después le entró el "pánico" y se marchó a su casa, donde se cambió de ropa, y se marchó a Madrid para volar a Colombia.

En cambio, la sentencia considera probado que asesinó al anciano con ánimo de robarle y dice que la versión ofrecida por el acusado para justificar la presencia de sangre en sus ropas y manos "se ha demostrado falsa en extremos nucleares de la misma".

La sentencia desmonta, basándose en las declaraciones de los policías y forenses, toda la versión del acusado, y concluye que el asesino sabía lo que estaba buscando -el dinero y la caja de caudales- porque nada estaba revuelto en la casa.

La sentencia insiste en que la intención era la de robar, y en efecto, así lo hizo, y "fue en el curso del hecho cuando decidió matar al anciano".

Los jueces desconocen si la decisión surgió porque no esperaba encontrar a nadie en la casa o porque se encontró una resistencia en la víctima que no esperaba, pero "lo cierto es que ya la primera de las heridas que produce, y la maniobra de rotación que fue explicada por los forenses, produjo una hemorragia interna tan considerable que habría tenido como resultado el fallecimiento".

La sala concluye que el autor del hecho fue el acusado, y opina que la versión defendida por el acusado es "tan poco probable, tan irrelevante", que la descarta.

Por ello, le condena a 18 años por el asesinato, con el agravante de que causó sufrimiento a la víctima durante varios minutos, desde que le clavó la primera cuchillada hasta la definitiva, y otros cuatro años y medio de prisión porque aunque la cantidad robada no fue excesiva, cometió el robo en una casa habitada y con uso de armas. La sentencia puede ser recurrida ante el Tribunal Supremo.