Bilbao. Bilbao y otros 101 municipios considerados zona catastrófica; 34 muertos y cinco desaparecidos; pérdidas económicas por valor de 200.000 millones de pesetas de los que 60.000 millones correspondían a Bilbao; municipios aislados, sin agua potable, sin alimentos, sin suministro eléctrico, sin noticias del exterior... solos. Las inundaciones de 1983 fueron una "prueba de fuego" no solo para la ciudadanía, también para los servicios de emergencia.
El auditorio de la Alhóndiga acogió ayer las jornadas Inundaciones en Euskadi, 30 años. El evento reunió a expertos en el ámbito de la seguridad, la protección civil y la meteorología, así como a diversas personas que, bien por su profesión, bien por casualidad, vivieron y participaron en las inundaciones que asolaron la capital vizcaina y municipios como Bermeo, Bakio y Laudio, entre otros.
"Evitar las grandes inundaciones es imposible, porque cuando el agua sube, sube; pero se puede evitar que se produzcan daños mayores. Debemos trabajar con humildad para evitar víctimas mortales, minimizar los daños y recuperar rápidamente la normalidad", sostuvo Pedro Anitua, director de Atención de Emergencias y Meteorología del Gobierno vasco.
Las inundaciones de 1983 son, sin duda, la mayor catástrofe natural que se recuerda en Euskadi en las últimas décadas. La buena noticia es que, según los expertos, sus consecuencias no se volverían a repetir. No solo porque unas condiciones meteorológicas como las que se dieron el 26 de agosto de 1983 tal vez no vuelvan a repetirse en mil años, sino porque la existencia de planes de emergencia, las mejoras en la prevención, la información, el uso de nuevas tecnologías, el estudio de la evolución y situación de los ríos y, especialmente, la coordinación entre los diferentes actores que intervienen en este tipo de acontecimientos ofrecerían el tiempo necesario para evitar unas pérdidas como las sufridas hace treinta años.
"Las inundaciones de 1983 fueron un máster. Fue mucho lo que perdimos entonces, pero también ha sido mucho lo que aprendimos y lo que hemos ido ganando en materia de seguridad y de prevención de emergencias", afirmó el viceconsejero de Seguridad del Gobierno vasco. "Fue un golpe duro, pero nos levantamos y, 30 años después, somos más fuertes y volvemos a ser una ciudad relevante a nivel internacional", añadió el concejal de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento de Bilbao, Tomás del Hierro.
La gota fría fue el término con el que Mariano Medina acuñó el acontecimiento meteorológico que causó las inundaciones de 1983. Según explicó ayer el responsable de meteorología y director de Euskalmet, José Antonio Arana, en el auditorio de la Alhóndiga, se trató de un fenómeno "extraordinario". "En el mes de agosto de aquel año cayeron 813 litros por m2, una auténtica barbaridad que nos demuestra lo extraordinario que fue", matizó el meteorólogo. En apenas 24 horas, se registraron dos golpes de lluvias torrenciales que dejaron 600 litros de agua por m2. "Solo en Larraskitu se contabilizó la caída de 503 litros de lluvia por m2 en apenas 24 horas, unos valores que nunca se han vuelto a registrar en Bilbao", expuso Aranda, quien puntualizó que sobre el Casco Viejo cayeron 789.000 m3 de lluvia directa. En ese momento, la ría absorbía a su paso por Bilbao 3.000 m3 de agua por segundo, "una cantidad diabólica", según el experto.
En la actualidad, los avances tecnológicos permiten detectar las situaciones de alerta o alarma meteorológica con días de antelación, gracias a las más de cien estaciones meteorológicas que cada diez minutos envían automáticamente la información a los centros coordinadores. Sin embargo, treinta años atrás, las predicciones meteorológicas eran "más voluntariosas que reales", según Aranda.
"Hoy en día, las predicciones y avisos son fiables, la información es importante y nos da tiempo para gestionar la emergencia de forma organizada y coordinada", señaló Pedro Izaga, subdirector de Protección Civil de Bilbao.
Voluntariado Las jornadas sirvieron también como homenaje a los miles de voluntarios que colaboraron de forma desinteresada y altruista para rehabilitar el territorio. En cuestión de minutos se vieron obligados a cambiar los disfraces y el ambiente festivo de Aste Nagusia y calzarse las botas de agua para ayudar en todo lo que fuera necesario.
"Fue complicado pasar de disfrutar las fiestas en pleno día grande a vivir la tragedia. Aquello fue un curso avanzado de autoprotección. La gente se comportó con una disciplina y una entereza que ponían la carne de gallina. Todo el mundo quería ayudar; el problema era poner algo de orden en todo aquello", rememoró el comparsero de Moskotarrak, Jose Mari Amantes.