En lo que se conoce como países desarrollados es habitual el gesto de tirar a la basura restos de comida de los platos, alimentos de los que desconocemos casi todo: desde su origen, el modo de producción o cómo han llegado a nuestra mesa. Conocer la ruta de los alimentos y los impactos que se producen en cada paso, es importante para concienciarnos de la importancia de nuestra alimentación y sus consecuencias en el planeta: desperdicio alimentario, pérdida de biodiversidad, emisiones de gases de efecto invernadero.

A diario consumimos enormes cantidades de alimentos, procesados y transportados por la industria alimentaria. Estas actividades tienen un impacto directo y dejan huella de carbono, hídrica (de agua) y ecológica. En nuestra salud, y en el medio ambiente a través de la emisión de gases de efecto invernadero, consumo de agua, pérdida de biodiversidad, contaminación por fertilizantes y restos orgánicos, pérdida de suelos, deforestación, etc.

La huella de carbono de un alimento será mayor o menor dependiendo de los métodos de producción y la distancia que deban recorrer estos alimentos hasta llegar a su destino, además del empaquetado que se utilice. Desde que un alimento se produce hasta que llega a manos del consumidor, se emiten gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono, aunque en el caso de la ganadería una parte importante de las emisiones generadas son de metano.

Por otro lado, el agua dulce de calidad es fundamental en el sector agrícola. Por eso influyen tanto en la huella hídrica el aumento de las temperaturas y la disminución de las precipitaciones en muchas partes del mundo la presión sobre las aguas superficiales, así como en los acuíferos. Consecuencia: la implantación de regadío en zonas donde antes no era necesario y la intensificación del mismo en las que ya está presente para poder mantener la producción actual.

El uso intensivo de fertilizantes y pesticidas (fitosanitarios) y la generación de purines en grandes cantidades en la ganadería intensiva, contaminan suelos y agua y producen daños en la flora y fauna silvestre. Son actividades que impactan en la huella ecológica, así como el uso de maquinaria pesada, la deforestación o la conversión de pastos a tierras arables afectan al suelo aumentando la erosión y por tanto la pérdida de suelo, aumentando la huella ecológica de un alimento.

Reducir el desperdicio

Estos impactos llevan a la pérdida de biodiversidad. Dependiendo de cómo sean los métodos de producción de un alimento, su huella ambiental será mayor o menor ya que tanto la agricultura como la ganadería y la pesca, bien gestionada, tienen efectos beneficiosos sobre el entorno.

Variar hábitos alimentarios y reducir el desperdicio alimentario son aspectos del sistema alimentario actual que se pueden hacer, y aunque pueden parecer sencillos, marcan una gran diferencia. Muchos de estos impactos pueden llegar a ser inevitables o difíciles de evitar, como el alto consumo de agua en la agricultura, e incluso suponer un gasto elevado para el productor.

La relación entre cambios en la dieta y el cambio climático está demostrada. Hay investigadores que estiman que aumentar el consumo de alimentos procesados y carnes rojas podía llegar a incrementar las emisiones de gases de efecto invernadero alrededor de un 80% a nivel global. Y en el caso contrario, un aumento del consumo de alimentos vegetales podría llevar a una reducción del 50% de las emisiones de CO2 equivalentes referidas a la producción alimentaria, además de reducir las causas de mortalidad relacionadas con la dieta.

Para entenderlo hay que retroceder a después de la Segunda Guerra Mundial, cuando había un objetivo común: incrementar rápidamente la producción de alimentos. Durante los años siguientes la producción de alimentos de manera industrial e intensiva se convirtió en la norma y cambió los patrones dietéticos y de distribución. En un principio el aumento del rendimiento de los sistemas agrarios permitió que disminuyera la pobreza, la salud de las personas mejorara y la esperanza de vida aumentara.

Riegos para la salud y para el plantea

Sin embargo, en los últimos años se ha visto que esta tendencia hacia lo industrial junto con una mayor población principalmente urbana, un aumento en los ingresos y la dificultad para acceder a alimentos nutritivos de calidad, han hecho posible una transición a dietas poco saludables con alto contenido calórico, abundancia de proteína animal y alimentos ultraprocesados. Este tipo de dietas, no solo aumentan la incidencia de enfermedades relacionadas con la dieta (obesidad o la diabetes tipo 2), sino que también contribuyen a la degradación ambiental.

Si estas tendencias alimentarias, combinadas con el crecimiento demográfico que se estima en 9.000 millones de personas para 2050, se mantienen, aumentarán los riesgos para la salud de las personas y del planeta. Es decir, empeoramiento de la incidencia de enfermedades asociadas a la dieta, aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero debido a la producción de alimentos, mayor contaminación por nitrógeno y fósforo, pérdida de biodiversidad y empeoramiento de la calidad del agua y el suelo. Es fundamental llevar a cabo una transformación a dietas saludables y sostenibles.

Los problemas en la industria alimentaria son pérdida y desperdicio de alimentos, envasado excesivo y alto consumo de energía, suelo y agua. Y la transformación hacia hábitos alimentarios más sostenibles no se logrará sin que las personas reconozcan estos problemas y cambien su consumo de alimentos, para lo que tienen que saber qué es la dieta sostenible.

Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), es aquella que genera un impacto ambiental reducido, que contribuye a la seguridad alimentaria y nutricional, y a que la generaciones actuales y futuras lleven una vida saludable. Además, protege y respeta la biodiversidad y los ecosistemas, es culturalmente aceptable, accesible, económicamente justa y asequible. Nutricionalmente es adecuada, inocua y saludable, y optimiza los recursos naturales y humanos.

¿Qué comemos y cómo se produce?

A la falta de una cultura gastronómica y de educación alimentaria, y un modelo de alimentación, se suma el bombardeo publicitario de estilos de vida insostenibles que dan lugar a hábitos negativos para nuestro bienestar y la salud del planeta. En el colegio no hay muchas posibilidades de elección sobre lo que comemos, y en casa decide la familia. Esto empieza a cambiar cuando crecemos y las decisiones autónomas empiezan a tener más peso en la alimentación: preparar la comida o comprarla. Es importante conocer qué capacidad tiene la gente para tomar decisiones sobre su alimentación, y en concreto, sobre una alimentación más sostenible. También, hasta qué punto nuestras ideas influyen en nuestras decisiones alimentarias, y si se tiene en cuenta la sostenibilidad.

La ONU decretó el 28 de enero como el Día Mundial de la Acción frente al Calentamiento Terrestre, o Día Mundial por la Reducción de las Emisiones de CO2 para sensibilizar y concienciar a los habitantes del planeta sobre el cambio climático y los impactos ambientales ocasionados por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Estos (dióxido de carbono, metano, óxidos nitrosos y clorofluorocarbonos) no permiten que se escape el calor al espacio lo que afecta a la regulación de la temperatura en la tierra haciendo que el clima sufra bruscos cambios y variaciones, con consecuencias muy graves a nivel planetario.

Entre las fuentes de gases de efecto invernadero, está el sector de la alimentación y la producción de alimentos. Es conocida la gran autopista de alimentos: podemos consumir cualquier alimento que haya sido producido en la otra punta del mundo, como la fruta tropical. Para ello son necesarios varios medios de transporte que dejan una gran huella de carbono.

En este punto destacan los piensos porque las materias primas empleadas en su fabricación son fundamentalmente cereales (maíz, trigo,cebada), subproductos de maíz y trigo, leguminosas (guisantes, soja), oleaginosas (girasol, colza) y componentes adicionales (melazas, harinas de pescado y carne, entre otros). Además, dependiendo de las exigencias nutricionales y médicas del tipo de animal, los piensos pueden incluir vitaminas y medicamentos.

De hecho, un tercio de la producción mundial de cereales y un 80% de la soja, se destina a la producción de piensos para animales. Para que en zonas como Europa, de gran tradición ganadera, se pueda obtener carne barata, se importan las materias primas de otros países, muchas veces a costa de su biodiversidad. Por ejemplo uno de los grandes exportadores de materias primas para piensos es Brasil, donde se produce deforestación en el Amazonas al sustituir el bosque tropical por grandes campos de soja. Y si a estos impactos le sumanos las emisiones que genera el transporte hasta nuestro país, nos encontramos con piensos con una alta huella de carbono.

No obstante, muchos ganaderos son conscientes de esta realidad y tienden a criar a su ganado en régimen extensivo por lo que parte de su alimentación se basa en lo que encuentran en la finca (pasto, bellotas, frutos...) y es completada con piensos ecológicos producidos con materias primas de origen nacional, muchas veces incluso se incluyen restos vegetales de agricultores locales.

El consumo se puede mejorar dando varios pasos: adquirir productos de manera regular convirtiéndose en un hábito de compra sostenible y respetuosa con el medio ambiente; elegir los productos que se van a consumir teniendo en cuenta criterios como la calidad, la producción local y de temporada para reducir el impacto ambiental al máximo; apoyar a los productores consiguiendo unos precios más justos, una demanda más predecible, pagos más rápidos, etc.; obtener productos que no se venden en tiendas o supermercados porque se producen a pequeña escala, en el territorio cercano y de variedades locales; entre otras cosas. Salud y planeta están comprometidos.