Goicoechea propone la desmitificación de creencias erróneas sobre la enfermedad, apostando por el modelo pedagógico como instrumento para enfrentarnos a los síntomas sin patología orgánica, ofreciendo los conocimientos y las herramientas para aliviar el dolor en la batalla de la recuperación, y brindando, además, la información necesaria sobre el origen de las dolencias en términos neuronales, con la finalidad de desaprender conductas y reprogramar las respuestas del cerebro. 

Valle de lágrimas, superar el dolor te hace más fuerte... ¿No tenemos demasiado interiorizado que el dolor es liberador?

Hay quien convierte el dolor en una especie de sublimación y que a través del dolor podemos crecer como personas. El dolor no aporta nada bueno, porque indica que algo está dañado en el organismo. El dolor crónico no es para siempre (Ed. Vergara) va de dolores que no tienen justificación por daño en los tejidos. Al cuerpo no le pasa nada, en términos físicos, pero está actuando como si le estuviera sucediendo algo. Intento situar el dolor en su lugar, que está en la integridad física de los tejidos. Decir que el dolor nos ayuda hace flaco favor a la gente que lo padece.

¿Es lo mismo el dolor crónico de alguien que padece migraña o cáncer, que el de quien sufre un dolor puntual por un trauma?

El dolor agudo puntual se asocia a una situación de riesgo de destrucción de una forma del cuerpo y es bueno, porque nos informa y obliga a cuidar esa zona mientras se repara. Pero si ese dolor aparece sin ninguna causa aparente en la zona donde lo sentimos, sin que necesite protección, cuidado o vigilancia, es como estar en una casa en la que suena una alarma que nos avisa, pero nos molesta porque no encontramos el origen de esa alarma, agravado porque incluso haya quien no crea que la alarma está sonando. El dolor crónico no asociado a una lesión de tejidos incapacita mucho más que un dolor agudo de un incidente de daño.

Alguien que sufre por ejemplo cáncer y dolor, ¿qué padece, una enfermedad con dolor o dos enfermedades?

Tiene una enfermedad y un síntoma. Cuando hay cáncer hay una enfermedad que destruye tejidos, y el dolor es la manera con la que el organismo expresa la detección de la destrucción de tejidos. 

Pero muchos especialistas sostienen que el dolor de por sí ya es una enfermedad.

No estoy de acuerdo; el dolor por sí mismo no es una enfermedad, a no ser que se consideren enfermedades los errores de activación de esta voz de alerta y de activación cuando no hay una justificación. La alergia y las enfermedades autoinmunes son enfermedades, pero se presentan sin que haya un motivo para que se produzcan. En una alergia, el aire con polen no es peligroso, no es un aire que infecte los pulmones, sin embargo, el organismo está actuando como si lo fuera. Esto sería una enfermedad por error de atribución por parte del sistema inmune. Si en vez del sistema inmune el que comete el error es el sistema nervioso, estaríamos ante una enfermedad similar, el dolor, pero habría que tipificar esa enfermedad como error de atribuciones. Calificar el dolor como una enfermedad en sí misma sin precisar por qué lo decimos mortifica e invalida a quien lo padece. 

En su libro habla de dolor crónico como algo no permanente, ¿no parece contradictorio?

El dolor crónico no tiene por qué estar ahí de por vida. Los sistemas biológicos evolucionan, aprenden, se adaptan y en un momento determinado, en función de distintos factores, pueden desaparecer cuando no hay un motivo de destrucción de tejidos. Otra cosa es si al acudir a los profesionales nos dicen que sufrimos una enfermedad que tenemos que aceptar, que no vamos a poder hacer nada para eliminar ese dolor, y le ponemos una etiqueta de enfermedad misteriosa e irreversible; en ese momento si el cerebro acepta esa propuesta, sí estamos cerrando la solución al problema. 

¿Qué habría que hacer?

Explicar el proceso del dolor crónico como un error de atribución por parte del sistema nervioso y plantear una visión abierta a la solución; pero para ello hay que utilizar una herramienta fundamental, la información. Hay que corregir errores de atribución que la cultura profesional propaga y luego hay que hacer un trabajo de educación, de información, desde la biología. Si se hace ese trabajo, en muchos casos se modifica sustancialmente el sufrimiento que induce el dolor. No digo que sea una terapia milagrosa ni mucho menos, porque, además, requiere un trabajo por parte del paciente-alumno en una situación similar a un aprendizaje de desescolarización, y en cualquier aprendizaje puede haber fracaso escolar.

Combatir el dolor es una cosa psíquica, de fármacos, ¿o todo a la vez?

Esa división entre físico y psíquico es una división que hacemos los humanos para organizarnos profesionalmente. No tiene sentido separar lo físico de lo psicológico porque forman parte de la vida del organismo, de todo nuestro yo. En el dolor crónico está claro que cuando no hay destrucción de tejidos, las terapias farmacológicas no aportan más que efectos secundarios y el beneficio se puede interpretar como un efecto placebo. Lo psicológico también es biología y en el dolor intervienen creencias y expectativas, por lo que la atención se organiza en relación con la motivación, la conducta, el impacto emocional, con la socialización, etc. Hay que manejar y trabajar conjuntamente todos esos factores que rodean al dolor crónico y modificar hábitos adquiridos durante el tiempo en el que se ha padecido el dolor; esto lo hace el colectivo de fisioterapéutica y algunos de atención primaria. 

¿Contra el dolor crónico hay otras esperanzas que no sea ligarse de por vida a los fármacos?

Cuando el dolor no está asociado a ningún daño, existen terapias milagrosas que pueden funcionar ante cualquier caso, como efecto placebo de por vida. Pero eso no siempre es así, porque la mayoría de las veces, las aportaciones terapéuticas oficiales o alternativas no funcionan. Lo que hay que hacer es no ofrecer otra terapia milagrosa ni habilitar al paciente para que acepte la situación ni minimizar la ansiedad, la depresión, etc. Hay que explicarles lo que es el dolor, las neuronas, el cerebro... y para eso se organizan cursos de formación en dolor.

¿Las unidades del dolor tendrían que estar más extendidas en el sistema sanitario?

Tienen una concepción de resolución del dolor; utilizan fármacos más o menos potentes y hacen un trabajo de paliación del dolor bueno en patologías como el cáncer y tras las intervenciones para paliar el dolor en situaciones de daño. Pero cuando estamos ante un dolor crónico, no justificado por situaciones de daño, no consiguen los resultados; y entonces se recurre al abordaje biopsicosocial. Aparte de los fármacos está la psicoterapia, los masajes, las dietas alimenticias, etc. pero sin cambiar la estructura de atribución. El paciente sigue pensando que tiene una enfermedad con la que no dan. Pero en el tema del dolor crónico no oncológico ni asociado a daño, las aportaciones de las unidades del dolor pinchan en hueso. 

Patapoutian fue premio Nobel por descubrir los PIEZOS, proteínas receptoras celulares del dolor. ¿Existirá pronto la posibilidad de eliminar el dolor crónico por edición y control de estas proteínas?

Creo que no. Le dieron el Nobel por descubrir la estructura de las proteínas receptoras de la energía mecánica de la presión. Él hablaba del conocimiento molecular que puede abrir nuevas vías, pero el tema del dolor no es un tema abordable por moléculas. El sistema nervioso humano es complejo, trabaja desde la inmersión del individuo en un entorno social que aporta información al organismo. Lo que solucionará el dolor es el cambio de paradigma de cómo entenderlo, en vez de considerar que donde duele tiene que haber algo alterado o que hay moléculas en el sistema que no son las correctas. Esto sí sucede en algunos casos en dolores extremos que son muy raros, en los que ciertos sensores pueden dañar los circuitos por una sensibilidad anormal debido a una genética concreta, pero eso es excepcional. Los investigadores buscan soluciones moleculares, de lo que nos beneficiamos porque nos hace conocer mejor la biología, pero los problemas neuronales no van a tener una solución molecular. La farmaindustria, lógicamente, investiga moléculas, pero reducir la depresión a una serotonina baja no me convence. En este campo de investigación, la farmacológica sobre neuronas está un poco en declive y hoy en día se buscan nuevas fórmulas de estimulación con campos magnéticos, microchips, etc. La ciencia evoluciona al compás de la época en que se desarrolla; creo que la solución más simple es conocer toda la trama de la biología del dolor y educar a los pacientes para que se autogestionen y no hagan aquello que está complicando el problema.

QUIÉN ES

Arturo Goicoechea (Mondragón 1946) es licenciado en Medicina por la Universidad de Valladolid, especializado en Neurología en los Hospitales San Pau y Bellvitge de Barcelona. En 1978 creó la sección de Neurología del hospital de Santiago de Vitoria- Gasteiz, de la que fue su director hasta la jubilación, en 2011. Inicialmente dedicó atención especial al alcoholismo crónico, para más adelante centrarse en la investigación de los «síntomas sin explicación médica». Ha publicado Jaqueca, análisis neurobiológico de un dolor irracional (2004), Migraña, una pesadilla cerebral (2009); Desaprender la migraña (2019); y Sapiens, ma non troppo (2020).