Las personas marcadas por traumas psicológicos en la infancia tienen cuatro veces más probabilidades de desarrollar depresión en el futuro y responden peor al tratamiento y a la remisión de la enfermedad, sobre todo si la mala experiencia se ha producido antes de los siete años.
Cuanto más crónico sea el episodio traumático, más riesgo de que la enfermedad se alargue de por vida, según han expuesto profesionales de la salud mental durante el XXI Seminario Lundbeck, La depresión, ¿nace o se hace?, en el que se han abordado los factores biológicos, psicológicos y sociales que convergen en ella.
Traumas derivados de abusos sexuales o psíquicos, negligencia, bajos cuidados o pérdida de un progenitor son factores psicosociales de riesgo para hacer aflorar una depresión de adulto, pero es el de la violencia interpersonal el que mayor prevalencia acumula.
Uno de cada cuatro niños y adolescentes que han tenido uno de estos episodios traumáticos, cumplen los criterios de depresión; la mayor parte de los adultos que la tienen cuenta con antecedentes de trauma infantil, y suelen generar una peor respuesta al tratamiento e incluso a la remisión, sobre todo si la experiencia se ha producido antes de los siete años.
Pero es que, además, pasar por uno de estos traumas duplica, y puede llegar a quintuplicar, el riesgo de suicidio infantil, adolescente o adulto.
Otra de las amenazas psicosociales que incitan la aparición de la depresión es la soledad, que multiplica hasta por cinco veces el riesgo; sin embargo, es también el factor más modificable de todos.
El aislamiento y vulnerabilidad social y la soledad son comunes en los adultos mayores y se asocian a una morbimortalidad. En este sentido, los profesionales de Atención Primaria tienen “una posición única” para identificar a las personas socialmente aisladas.
No obstante, y aunque la soledad se atribuye sobre todo a la gente mayor, las últimas evidencias apuntan a que los menores de 25 años son los que actualmente tienen más sentimiento de soledad no deseada, relacionada principalmente por los factores económicos como el desempleo o las dificultades para acceder a una vivienda. Sin olvidar, tampoco, el uso de redes sociales y la falta de acción social en persona.