Praia do Carvalho, una cala escondida que puede tu último rayo de sol este comienzo de otoño
El Algarve portugués puede se alza como un destino en el que disfrutar de los primero días del otoña en un paisaje distinto
Para muchos, para casi todos, se asocia el otoño con los colores ocres y rojizos de las hojas de los árboles. Ir al campo, a los bosques y al monte para disfrutar del cambio de color es una de las actividades más habituales en este comienzo de la estación entre los que disfrutan con los viajes y las excursiones. Pero este color otoñal también puede disfrutarse en otros paisajes. La difusa y brillante luz de final del verano y de entrada al otoño tiñe de un tono especial los amarillentos acantilados de la costa sur del Algarve portugués.
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Allí, Benagil y Carvoeiro son dos de los pueblecitos más conocidos de esta comarca lusa. El primero es famoso por su espectacular cueva, a la que sólo se puede acceder por mar y que constituye una de las excursiones imprescindibles para quienes visitan el sur de Portugal. El segundo, por su playa de postal, arropada por acantilados y casitas blancas, una de las más visitadas del Algarve. Entre ambos puntos se esconde también una de las playas más mágicas y sorprendentes de la región del Algarve: la Praia do Carvalho, una cala escondida tras un túnel excavado en la roca.
Una playa con túnel y leyendas…
El acceso a la playa de Carvalho puede parecer complicado y, de hecho, fácil no es. De entrada, no está demasiado anunciada y, además, tampoco es visible desde la carretera. No es de extrañar que haya que hacer varias idas y venidas porque se pase de largo el acceso desde tierra. Ante el viajero solo aparecerá la entrada a un estrecho túnel abierto en la roca. El túnel es angosto, de apenas metro y medio de anchura, con fósiles en las paredes y escalones irregulares y en ocasiones empinados que conviene bajar y subir con cuidado, puesto que la misma arena depositada en ellos puede provocar resbalones, pero vale la pena atravesarlo.
Desde la entrada es imposible adivinar qué hay al otro lado, pero cuando llegamos al final de sus 15 o 20 metros de longitud, aparece la magia: una cala protegida por altos acantilados dorados, con arena fina, aguas turquesas y un peñón que emerge del medio del agua.
Esta es probablemente la mejor playa de Portugal y debes visitarla en cuanto tengas ocasión
En Praia do Carvalho no encontraremos chiringuito, ni música, ni alquileres de hamacas. Y eso es lo que también la hace especial. Aquí sólo tendremos el rumor del mar, el sonido acompasado de las olas, el sol reflejándose en la roca y la sensación de haber descubierto algo maravilloso, un tesoro natural que no todo el mundo conoce… Como el arenal es pequeño, los acantilados también proporcionan mucha sombra, perfecto para no tener que preocuparse por el exceso de sol. Aunque en esta época del año ya ha bajado bastante su fuerza.
Sobre el túnel excavado en la roca se cuentan varias leyendas. Según una de ellas, un tal capitán Carvalho, un pirata, encontró este sitio cuando el acceso era sólo por mar y decidió abrir un pequeño túnel para abastecer a su barco desde tierra. Como buen pirata, también necesitaba algún sitio donde esconder sus tesoros, y por eso también ordenó abrir agujeros en la roca. Otra leyenda nos habla de una reina mora que quería tener un acceso privado para llegar a semejante paraíso, y por eso mandó construir este pasadizo.
Un poco de senderismo costero
Si el día no está de playa, este arenal de Carvalho también se puede disfrutar desde arriba, sin necesidad de pasar por el túnel, siguiendo la Ruta de los Siete Valles Colgantes (Percuso dos Sete Vale Suspensos en portugués), una ruta de unos seis kilómetros (no es circular) que discurre por la costa, entre Praia da Marinha, al este, hasta la Praia de Vale Centeanes, al oeste de Carvalho. Para los más andarines, desde esta última villa se extiende un ramal de unos 5 km que llega hasta la playa de Carvoeiro. Es una muy buena manera de disfrutar la infinita belleza de los paisajes costeros del Algarve y oler el océano Atlántico.
Se trata de una de las rutas de senderismo más famosas de toda Europa, no tanto por dificultad de su trazado, que no es demasiado exigente aunque sí tiene algún tramo algo duro, sino por la belleza geológica. Este recorrido baja y sube por barrancos que casi siempre desembocan encima del nivel del mar —los valles colgantes. En un pasado lejano, cada valle colgante estaba asociado a la desembocadura de un arroyo, debiendo su formación a un retroceso rápido del litoral no acompañado por el corte de la línea de agua.
Al verde denso de la vegetación mediterránea sucede un paisaje de características lunares, en el que domina la roca clara y desnuda. Sobre este gran penedo, el Leixão do Ladrão, se cuentan leyendas antiguas, como la de la princesa mora que llora la muerte de su amado, originando con sus lágrimas el corte típico de la roca caliza.
En el entorno del faro de Alfanzina, crece un bosque de pino de Alepo, uno de los pocos árboles que coloniza estos terrenos pedregosos y áridos. Aquí, los pinares funcionan como islas ecológicas para los carboneros, el mirlo o el mochuelo europeo. La vegetación densa favorece mamíferos como el conejo, la mangosta o el zorro.
Un recorrido paralelo al mar
Así, la acción de las aguas dulces y saladas ha resultado en la formación de un modelado encajado de la costa, designado por paisaje kárstico, con una notable diversidad de geoformas que se pueden observar a modo de catálogo en la Praia da Marinha: arcos, grutas, algares y abismos, punto de partida desde el este. Le sigue la playa de Benagil, asociada a la desembocadura de un arroyo torrencial que esculpió un barranco estrecho en el acantilado. Esta playa alberga una comunidad piscatoria dedicada a la artesanía; hoy en día, las embarcaciones realizan sobre todo visitas a las grutas marinas. Además, una espectacular cueva a la que solo se puede acceder desde el mar y cuya magnitud y colorido no dejan indiferente a nadie.
El siguiente hito es la mentada playa de Carvalho. A partir de aquí, el matorral costero de cariz mediterráneo permite a los aficionados a las plantas encontrar ejemplares de palmera enana, la única palmera europea, mientras que los pajareros pueden tener la suerte de avistar la curruca cabecinegra, una pequeña ave típica de este entorno. El faro de Alfanzina no queda lejos. Este es una de las luces de ayuda a la navegación más importantes de esta costa abrupta y con numerosas peñas y arrecifes que hacen peligrosa la navegación. El destino final es la playa de Vale Centeanes, hito que cierra el tramo principal de esta senda.
Si el caminante se ha quedado con las ganas, esta ruta se puede alargar unos kilómetros más hacia el oeste por un ramal secundario que sigue la costa y pasa por la playa de Vale Covo, la rocosa de Algar Seco y la playa de Carvoeiro, tres rincones que completan un paisaje que a luz de otoño realza.
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