Las tierras del interior de Lapurdi, me han parecido siempre algo así como una encantadora composición pictórica. Pequeños pueblos de caseríos blancos, agazapados alrededor de su iglesia, salpican las praderas de verde penetrante, las suaves colinas amarillentas en el estío, se recortan sobre un cielo azul intenso o sobre las caprichosas formas que crean las nubes en esos días intensos de vientos del sur. Una paleta de colores verdes, ocres, blancos, azules, armoniosa y sublime. Cerrando el horizonte, hacia el sur, ese Pirineo que se asoma al mar; ese Pirineo delicado, armonioso, justo allí donde las suaves y dulces colinas van dando paso, paulatinamente, a las alturas cada vez mayores de la cordillera. En medio de este paisaje bucólico y hechizante, encontramos un pueblo que guarda un curioso secreto, uno de esos parajes de nuestra Euskal Herria insólita: nos vamos a Bastida.

Para descubrir ese misterioso secreto, caminaremos buscando saborear sin prisa cada rincón de estas tierras. Aparcamos en el parking de la zona W. de la localidad labortana, y comenzamos a pasear. Dejaremos para el regreso la visita al precioso pueblo y, nada más salir del aparcamiento, giramos a la izquierda. Enseguida vemos una carretera dentro del pueblo que se dirige hacia otro aparcamiento; descendemos hasta llegar a un cruce de caminos. Optamos por seguir a la derecha, y ascendemos, pasando junto a un molino. Incluso podemos ver una enorme piedra de moler, junto al camino. Alcanzamos la carretera general D-10, junto a las piscinas, pero la obviamos, girando a la izquierda. Rápidamente cruzamos el río, por el Pont de Port, para llegar a un nuevo cruce. Elegimos seguir por la derecha, caminando ahora entre prados y campos de cultivo salpicados por caseríos rojos y blancos. Pasamos por varios de estos baserris, hasta que alcanzamos el barrio de Chanchette, tras el cual, giramos a la derecha para descender hasta la carretera D-10, que debemos cruzar. Giramos a la izquierda, en dirección, NW, y caminamos por el arcén de la carretera 1,5 kilómetros aproximadamente, hasta dar con el cruce señalizado que se dirige hacia la Abadía de Belloc, a la cual ascendemos por la carretera sin perdida. 

FICHA PRÁTICA

  • ACCESO: A Bastida llega la carretera D-10, desde la autopista A-64. Igualmente podemos acceder desde la localidad de Hasparren desde la misma D-10.
  • DISTANCIA: 7.5 kilómetros.
  • DESNIVEL: 200 metros.
  • DIFICULTAD: Fácil.

La abadía de Belloc atesora una dilatada historia. Se trata de un monasterio benedictino fundado por el padre Agustín Bastres, allá por 1874. En el año 1902, el gobierno francés ordena su disolución y los monjes, trasladados a diferentes monasterios guipuzcoanos, consiguen retornar a Belloc en 1928. La abadía ha sido refugio de exiliados durante varias contiendas, como la guerra civil española, cuando fue refugio de republicanos y nacionalistas vascos; la ocupación nazi, cuando escondió a pilotos aliados; e incluso militantes de la organización ETA aprobaron aquí la declaración de principios de la banda, en la primavera de 1962.

Buscamos la carretera D-510, por la parte de atrás del monasterio, para descender en dirección al barrio de Bayonnès, donde podemos ver el Monasterio Sainte Scholastique. Desde este punto, solo nos resta descender hasta Bastida. Una vez en el centro de la localidad, podemos disfrutar de sus casas típicas labortanas; no en vano, la localidad está considerada como uno de los Pueblos más bonitos de Francia, integrados en el catálogo de la organización “Les Plus Beaux Villages de France”. Bastida fue fundada por el rey Luis I en 1312 para asegurarse un puerto en el río Joyeuse. Construida en forma de cuadrícula alrededor de la calle principal, la Place des Arceaux, plaza central rectangular, está rodeada de soportales con casas de entramado de madera de estilo labortano y navarro.

La comunidad judía exiliada

Desde la plaza central, subimos por la calle principal hasta topar con la iglesia de Nuestra Señora de La Asunción. Frente al templo, giramos a la izquierda para encontrar el motivo por el cual hoy estamos en estos bellos parajes: un cementerio judío. El recinto, protegido por un vallado, pero de acceso permitido, protege un prado con varias losas de piedra; sepulturas que acogen a los difuntos de la comunidad sefardí que huyó de las persecuciones religiosas de la Península Ibérica. Estos judíos fueron expulsados de España en el año 1492, y se refugiaron en Portugal y en el Reino de Navarra, de los cuales fueron igualmente expulsados. Huyeron a la capital labortana, Baiona, en esa época en manos inglesas, dedicándose al comercio, entre otras cosas del chocolate. De la capital se diseminaron por diversas localidades de Lapurdi, entre ellas Bastida, que eran de dominio Agramont, señores feudales que acogieron a los judíos. El cementerio que hoy visitamos data del siglo XVII, momento en que formaban la comunidad judía de la localidad unas 80 familias. Posteriormente, la comunidad mermó a 15 familias hasta que, debido a la Revolución Francesa, huyeron los que quedaban allí. Posteriormente, en el año 1941, fue profanado por las tropas nazis, que ocuparon el territorio francés. 

Hoy podemos visitar el camposanto, que fue incluido en la lista de Monumentos Históricos Franceses en el año 1988. Se pueden ver unas 60 losas, siendo la más antigua del año 1620, y la más reciente del año 1785. Allí podemos leer nombres como David, Rebeca, Sara, Jacob, Isaac, Abraham, unidos a apellidos como Núñez, Hernández, Álvarez o Henares. Tras la visita al cementerio, solo resta regresar al aparcamiento.