Las hojas de los árboles colorean de rojo, naranja y amarillo las imponentes montañas del Pirineo. El otoño ya está aquí, la mejor época del año para quedarse maravillado con la Selva de Irati y sus hayas, abetos, abedules, riachuelos, cascadas, ciervos, corzos, águilas reales...

Este tesoro natural, que abarca una superficie de 17.100 hectáreas, esconde muchos secretos que pasan desapercibidos para la mayoría de visitantes y que Koldo Villalba, de Itarinatura, revela con sus rutas naturalísticas.

“Enseño el sentido del bosque, aquello que a simple vista no se ve. Interpretamos huellas y señales, explicamos el uso medicinal y los usos que el ser humano ha dado a las plantas a lo largo de la historia, observamos el pasado geológico, enseñamos setas y hongos... Nos metemos de lleno en el hayedo y la gente lo flipa bastante”, señala Koldo Villalba, el guardián de secretos, que guía por este bosque mágico desde 2011.

Del roble al haya

500 años sin incendios gracias al manto de hojas

Este otoño, Koldo está trabajando “más fuerte que nunca” y a lo largo de este reportaje guía a 25 madrileños por la regata de Itolatz, repleta de musgos. “Ya veis qué montón tenemos en Irati, parece un colchón o una almohada. Aquí ha salido tanto musgo porque arriba está la balsa de Xelei y el agua desciende por esta ladera”, indica. 

Un gran chorro de agua sale disparado del embalse de Irabia. Javier Bergasa

En este caso, son las especies polytrichum y sphagnum, comúnmente conocida como musgo de turbera. “Las turberas son zonas inundadas y el musgo que queda bajo el agua se fosiliza porque hay ausencia de oxígeno. Se conserva todo lo que cae. Por eso, si se conoce de qué época data la turbera, se puede averiguar la vegetación que había hace 10.000 o 15.000 años. Así sabemos que Irati, después de la última glaciación, era un bosque de robles, nogales y olmos”, comenta el guía Koldo Villalba. 

Después de la glaciación, los nogales desaparecieron, los olmos se redujeron bastante e Irati se convirtió en su mayoría en un robledal virgen. En el siglo XVIII, el ser humano cortó mucho roble y el haya, que estaba arrinconada en la cara norte del Irati, ganó terreno en el bosque.

Dos ciclistas pedalean por la pista de cemento que atraviesa Irati. Javier Bergasa

“Las noticias de hace 150 años narran cómo se sacaban robles en los distintos parajes del Irati aezkoano. Ahora vas a ese mismo sitio y ves hayas porque crecen más rápido que los roblesSolo quedan algunos ejemplares centenarios, sobre todo en el valle de Aezkoa, el resto es hayedo-abetal. Las hayas llevan 2.000 años en Irati y aprovecharon el espacio que dejó la tala del roble”, incide. 

La ruta prosigue por la regata de Itolatz y las hojas, que ya empiezan a caer, cubren el camino. “Quitas un palmo y te encuentras el suelo húmedo. Las hojas de los robles y las hayas juegan un papel fundamental en la prevención de los incendios forestales. Es muy importante que el bosque sea caducifolio porque las hojas que caen cada año generan mucha materia orgánica que permite que el bosque se mantenga húmedo ”, explica.

El grupo de madrileños huele una seta que desprende un olor a ajo. Javier Bergasa

Las hojas también son importantes en las alturas porque impiden que los rayos del sol penetren con fuerza en el bosque y sequen el suelo. Como consecuencia, la Selva de Irati “lleva 500 años sin sufrir ningún gran incendio”, destaca. 

Plantas y medicinas

El hongo que se utiliza en tratamientos de cáncer

A lo largo de la excursión, Koldo explica los usos medicinales y curativos que los seres humanos han dado –y seguimos dando– a los hongos, frutos de los árboles, plantas y excrementos de los animales que aparecen en el sendero.

Por ejemplo, los pastores daban muérdago a las ovejas para que expulsaran la placenta tras el parto, las cagadas de paloma se usaban para ablandar los tejidos y favorecer la cicatrización de una herida, el hongo tremella versicolor, que crece pegado a los troncos de los árboles, se emplea en tratamientos contra el cáncer o la tela de araña se colocaba en la piel porque posee propiedades antibióticas. “Se vendaban. Se apañaban con lo que había”, afirma.

Koldo Villalba durante la excursión con un trozo de musgo en la mano. Javier Bergasa

En la Edad Media, la gente creía que la forma de las plantas era una pista que Dios daba sobre cuál debía ser su uso. Por ejemplo utilizaban el liquen Lobaria pulmonaria, que se parece a un minúsculo pulmón, para curar infecciones respiratorias. “Cogían puñados, lo ponían a macerar 48 horas y cuando una persona tenía tos crónica bebía de ese agua. Algo les calmaba”, indica. 

Estas creencias populares, que no se basan en ningún análisis científico, han llegado hasta nuestros tiempos: la zanahoria es buena para la vista porque cuando se parte en círculos se parece al iris, la nuez incrementa la memoria porque tiene forma de cerebro, la manzana es buena para los problemas de corazón... “Algunas analogías son verdad y otras no así que si seguimos siempre esa regla al final la palmamos”, alerta Koldo. Por ejemplo, tejo en euskera se dice hagina –muela en castellano– y da unos frutos mortales que se parecen a los dientes. 

La Fábrica de Armas de Orbaizeta

La mayor manufactura de armas del Estado durante los siglos XVIII y parte del XIX

Tras más de seis kilómetros por la regata de Itolatz y los campos de Arlagain, Koldo y los 25 madrileños llegan a la Fábrica de Armas de Orbaizeta. “Durante el siglo XVIII y XIX fue la mayor fábrica de munición del Estado”, afirma Koldo.

La manufactura real se instaló en 1784 por orden de Carlos III y se ubicó en este paraje porque aquí estaba el mayor bosque del estado, y los ríos tenían un caudal abundante y estable.

“En la fábrica, se juntaban tres arroyos que se represaban. Los trabajadores usaban el agua represada que necesitaban para mover los fuelles del horno y los martinetes, que golpeaban y amoldaban el hierro”, apunta. 

Francisco José Cayuela, Alicia García, Carmen Martín, Elisa González, Mercedes Pascual, Carmén Díaz, Javier Izquierdo y José Ramón Pérez. Javier Bergasa

Antes de montarse en las furgonetas y saciar los estómagos, el grupo valoró positivamente las explicaciones de Koldo y se quedó maravillado con el paisaje.

Trabajo en una oficina de cara a la pared y la Selva de Irati la tenía apuntada en mi agenda de viajes. Mis ojos necesitaban ver verde y bosque. Las hayas me han parecido preciosas”, confesó Yolanda Rueda.

“Me habían dicho que el norte de Navarra era una maravilla y realmente es una maravilla. Me lo he pasado genial paseando”, incidió Miguel Ángel Griñán.

“Es la segunda vez que vengo a Navarra porque la gente es encantdadora, se come muy bien y el paisaje es inmejorable. Merece la pena adentrarse en el hayedo”, subrayó Marta Martínez. 

El embalse de Irabia

Los turistas contemplan el chorro de agua que sale disparado por la compuerta

Dejamos atrás Orbaizeta y ponemos rumbo a otros de los parajes más concurridos de la Selva de Irati: el embalse de Irabia, que estaba a rebosar de agua –las compuertas de la presa estaban abiertas– y de gente, con los tres parkings repletos de furgonetas, coches y autocaravanas.

“En el interior de Valencia tenemos montañas, pero estos hayedos son inigualables. Te adentras en el bosque y se respira tranquilidad. Esto es maravilloso”, indicaron Luz Fernández y su madre Luz Medina, que acababan de rodear el embalse. “Esto es para jóvenes, pero a mí me gusta seguir andando”, sacó pecho Medina a sus 76 años. 

En la presa, Alicia García, Francisco José Cayuela, Carmen Martín, Javier Izquierdo, Elisa González, Mercedes Pascual y Carmen Díaz disfrutaban del chorro de agua que salía disparado del embalse.

“Por fin hemos coincidido todos en otoño, que no es fácil. El año pasado se me vinieron abajo porque decían que iba a nevar y hacer frío. Yo quería ver el bosque con nieve, pero mis amigos son frioleros y del norte de África”, bromeó Carmen Martín, que, como todos sus amigos, reside en Valladolid.

El grupo, aunque no vio el hayedo blanco, se quedó maravillado con las tonalidades rojas, naranjas, amarillas y verdes y los senderos que atraviesan el monte. “Llevamos cuatro días y no hemos hecho más que caminar. Bueno, también hemos comido, bebido y comprado queso”, se rieron. 

La Selva de Irati también se disfruta en bicicleta eléctrica. Eva Casals y Francesc Estepa, Lleida, pasaron dos días en la zona y ambas jornadas recorrieron 35 kilómetros. “Hemos estado en la Fábrica de Armas de Orbaizeta, Irabia, Ochagavía, Espinal... Cogemos la furgoneta, colocamos las bicis y nos vamos de turismo de naturaleza”, explicaron.

Curiosidades

Polainas de abedul.

Los habitantes del valle de Aezkoa y Salazar utilizaban la corteza del abedul para confeccionar polainas para la nieve. “Cuando el árbol está seco, cortaban trozos de corteza, los ataban con correas y se creaban unas magníficas polainas”, detalla Koldo. En la Edad Media, la corteza del abedul también se transformaba en láminas y se escribía sobre ella. 

La “prima” de la marihuana.

La planta Eupatorium cannabinum contiene THC en su interior y se puede encontrar en los bosques de Irati. “Tiene muy poco. Por eso están aquí, si no alguien se las habría llevado”, bromea. 

La planta mortal.

El acónito es una planta mortal que crece en dos puntos de la Selva de Irati. “Si la tocas, puedes morir”, alertó. El Imperio romano lo utilizaba como veneno y también se conocía como Matalobos porque los cazadores frotaban el atónito en pedazos de carne que dejaban en el bosque.

“Era puro veneno para el animal. Un solo miligramo es letal para una persona de 80 kilos”, concretó. Además, “la muerte es horrible. Se contraen tanto los músculos que acaban rompiendo los huesos. Falleces en 20 minutos”, avisa. 

Barba de chivo, calidad de aire excelente.

El liquen Tillandsia usneoides, que tiene forma de barba de chivo, es muy común en la Selva de Irati e indica que la calidad del aire es excelente. “Este liquen moriría si hubiera un poquito de contaminación”, aseguró.

En estos hayedos se pueden encontrar otros cuatro tipos de líquenes: Ramalina farinacea –calidad de aire buena y aguanta poca contaminación–, fruticulosos –resisten más la contaminación– los líquenes crustáceos, que viven pegados a las rocas, y los foliosos, a los árboles. “No les hacen ningún mal. Estos líquenes se alimentan de la clorofila que ellos producen”, declara. 

La seta que huele a ajo. 

La Marasmius alliaceus es una seta que huele a ajo. “Es una de las pocas especies que se puede comer en crudo. No pasa nada”, asegura.

La piedra ‘anticoches’. 

En el parking de la Fábrica de Armas de Orbaizeta se ha colocado una piedra de varias toneladas de peso para que los turistas no aparquen los coches y furgonetas delante de una boca de incendios.