Bilbao - Podría decirse de él que apunta maneras. Pero no sería justo. Porque con solo 25 años, Lander Otaola no es un actor que promete: es un actor que demuestra. Sus eclécticos papeles en Cabaret Chihuahua y en Fausto, ciudadano ejemplar -ambas son propuestas teatrales de Pabellón nº6-, dejan al desnudo los contundentes registros de Otaola. Ahora, disfruta del éxito que está teniendo Ocho apellidos vascos, película en la que también interviene.
Póngale final a este guión: un chaval llega a casa, les dice a sus padres que quiere ser actor y...
-...y sus padres se miran entre ellos y dicen pues qué le vamos a hacer. Y el chico se va a la cama y ve que su ama está en vela, paseando por la casa y pensando: ¿Por qué este tío que ha sacado tan buenas notas en Selectividad quiere ser actor? Luego pasan cuatro años, ven que el chico trabaja de esto y entonces, son más felices.
Usted colgó las botas para actuar.
-Es que me coincidía todo. Yo empecé con La máquina de pintar nubes, mi primera película. Justo estaba jugando al fútbol y en un torneo en Ibiza me abrieron el tabique nasal. Me dije: si me van a desfigurar ya no voy a poder ser actor. Y tuve que elegir.
Tiene 25 años y es actor. No lo niegue: se liga más.
¡Sí, sí! Yo porque tengo chica, pero sí que es verdad que se te acerca más gente solo por salir en la tele, lo que es un poco terrible, no sé... Conóceme, que igual luego resulto ser un idiota.
Alguna vez ha dicho que usted no es un actor de método. ¿Lo suyo es puro jazz, que fluya?
-No soy de método. No soy de sentir lo que siente el personaje. Soy más de dejar fluir. Yo creo que en interpretación, el 50% o más, es lo que te da el compañero. Si tienes un compañero que no es generoso, que va a lo suyo, tú no puedes actuar solo. De lo que él te da, tu recibes. Es como un partido de tenis. Y hay compañeros con los que he trabajado mucho y con los que tengo química, como Mikel Losada o Diego Pérez, con los que trabajo en Fausto. Con ellos todo es más fácil.
Precisamente en 'Fausto' tiene un personaje muy extremo. ¿Hay sitio para el pudor en un escenario?
-Sí. Pero no en Fausto. Como es todo tan expresionista, tan extremo y grotesco, no siento pudor. Me encanta hacer Fausto. Es una descarga de energía. Es casi terapéutico.
¿Condiciona actuar cuando en las butacas hay familia y amigos?
-Un poco sí. Fíjate que son los que más te van a apoyar, pero es como si quisieras contentarles. Pero lo que más me impacta es cuando estás haciendo una comedia y está todo el mundo súper serio y mirándote con los brazos cruzados. Eso te coarta. Te haces pequeño.
Una pregunta original: ¿cine, teatro o televisión?
-Una respuesta original: los tres. Depende del momento, depende de qué cosas...
¿Qué papel le gustaría hacer?
-Muchos... En cine me gustaría hacer de psicópata. Y me gustaría interpretar a Dalí. En clásicos de teatro, me encantaría hacer Macbeth.
¿Actores que admira?
-Admiro a Jim Carrey. Mucha gente lo odia, pero a mí me encanta. Y Javier Cámara, Al Pacino, Bardén...
¿Y del cine y teatro vascos?
-De pequeño era un enfermo de El día de la bestia. Me ponía el VHS y la veía todos los días. Álex Angulo me parecía y me parece Dios. También Aitor Mazo y Ramón Barea. Son un ejemplo. Tienen el tipo de carrera que a mí me gustaría tener.
¿La de actor es una profesión en la que se corre el riesgo de pecar de ego?
-Sí. Sin duda. Siempre digo que los actores somos gente con muy poca autoestima y mucho ego, y esa es una combinación espantosa. Aunque seamos tímidos en la vida, tenemos algo dentro, algo enfermizo, que hace que queramos subirnos a un escenario, para que nos vean y que nos aplaudan. Eso es de analizar. Pero también creo que el ego es necesario, porque sino, no te subes, no te expones tanto. Y como tenemos tan poca autoestima, el día que te dicen que lo has hecho muy bien, eres Dios; y el día que te dicen que lo has hecho mal, te hundes. Somos enfermos, enfermos bonitos y necesarios, pero enfermos.
Pues no se me enferme usted...
-¡No, por Dios!
Actor