Las visitas se hacen los lunes porque “es el día que allí no hay turismo”. Jesús no tuvo ninguna duda cuando le llamaron. Insiste en que “lo tenía clarísimo”. Y que “nunca me arrepentiré”, aunque lo que pudo ver el pasado lunes en Cuelgamuros es “brutal”. Él y su hermano Aitor son dos de los familiares vascos que ya han pasado a visitar la gran fosa común que es el valle, donde yacen los restos mortales de más de 33.800 personas fallecidas durante la Guerra Civil. Entre ellos, los de su tío José Larrañaga Zarraoa, natural de Elorrio.

Jesús nació en Bergara, aunque es vecino de Elorrio, la localidad natal de su madre y su tío fallecido en la Guerra Civil. Tiene dos hijos de 40 y 37 años y dos nietos también. Todos le han animado en su aventura. Jesús está convencido de que este “horror” hay que divulgarlo, “contarlo”.

Pero lo cierto es que no todas las familias que han solicitado la exhumación están preparadas para enfrentarse al valle de Cuelgamuros. Algo más de 60, de las 166 que han solicitado ya la exhumación, están visitando durante estas semanas el valle, guiados por el forense Paco Etxeberria y un psicológo que les acompaña durante toda la visita para “gestionar las emociones” que allí afloran.

Un estricto protocolo exige firmar un documento a la entrada y recuerda que está “estrictamente prohibido sacar fotos allí dentro. Si sacase una y te la enseño, sería para abrir la portada del periódico y eso sería rompedor”, asegura Jesús Aristegi.

Fue el propio Jesús, que siempre ha tenido “inquietud” y está integrado en el grupo memorialista Laumunarrieta de Elorrio, el que se enteró, hace ya unos años, de que tenía un tío enterrado en Cuelgamuros. Aunque en realidad fueron dos los tíos, hermanos de su madre, los que fallecieron en la Guerra Civil. José Larrañaga Zarraoa falleció en la batalla de Gandesa (Tarragona) en 1938: “Le enterraron allí en el cementerio y en 1959 le trasladaron al Valle de los Caídos, sin que lo supiera la familia”.

La visita a Cuelgamuros ha marcado un antes y un después para Jesús. Coincidió en la visita con otras dos familias: “Unas chicas de Barcelona que tenían también a un abuelo o tatarabuelo, no sé…; eran jóvenes. Y una familia de Calatayud”.

Le impresionaron las “medidas de seguridad de allí por cosas de salud”, como “ponerse el buzo”. Es un lugar “lúgubre” y “húmedo”, pero a la vez “espectacular, debajo de Guadarrama”.

“Primero estuvimos en un sitio bastante bien acondicionado, que estaba bastante bien, dentro de lo malo. Pero cuando mencionaron lo de Gandesa, dije: esta es la mía, aquí está el nuestro. ¡Jo! Es como un cuarto de cinco metros por cuatro, por dos metros de alto. Todo lo llenaron de cajas, cajas y más cajas, hasta arriba. Y han pasado ya 60 y tantos años y ha habido humedades y estaba todo colapsado; todo estaba en el suelo, todos los huesos, aquello era impresionante”, asegura.

Sensaciones encontradas. “Por un lado, no te voy a decir satisfacción, pero de algún modo sí ayuda el poner las cosas en tu cabeza, darles un sentido, decir esto es así, y es verdad. Es fuerte, pero me pueden los mil agradecimientos hacia el equipo de Paco, que están haciendo una labor de la hostia”, relata Jesús

Una cosa es lo que puedas esperar, más o menos, pero luego, cuando ves la realidad, es brutal, brutal, brutal. ¡Hay que ver aquello cómo estaba! Nos comentaron que los de Borja o Calatayud tenían su inscripción en cajas y algunas eran individuales, otras de dos, pero los de Gandesa estaban todos apilados. Hay 700 de esa batalla y va a ser muy difícil identificar a los que están abajo. Los de arriba igual, pero hay un trabajo del copón ahí”, cuenta Aristegi.

Jesús recuerda que su familia materna “había vivido un drama familiar. Mira, eran 12 hermanos y dos murieron en la guerra”: “Estas cosas normalmente se han callado, los perdedores se han callado, ya sabes, miedo, represión, etcétera. Pero yo te voy a contar, por ejemplo, que oía a mi madre contar que su madre, Alejandra, una mujer pequeñita, lloraba recordando los dos hijos que perdió. Y eso lo he tenido clavado siempre”.

Un “amasijo de restos”

Jasone Aretxabaleta, de Markina, también ha relatado recientemente en una entrevista en Radio Euskadi su experiencia en la primera tanda de visitas que se celebró el 29 de abril. Tiene a su tío Alesander Aretxabaleta enterrado en Cuelgamuros, “en la capilla del Santísimo. En la tercera planta”. En 2019 supieron que sus restos no estaban en Markina.

“Sigo con un nudo en el estómago que me costará bastante tiempo soltarlo. Primero, el lugar es impresionante en el mal sentido. Me dio como miedo estar allí y luego visitar las criptas y ver los restos me parece durísimo, porque todos los huesos y cráneos algún día fueron personas que tenían familia; y familias que igual nunca van a saber si están allí o no y nunca les van a poder recuperar”, aseguró.

“Es una cosa impresionante”, narra Aretxabaleta: “Cajas rotas, desechas, huesos…”. “Un amasijo de restos que a mí personalmente me impresionó muchísimo. Me pareció superduro pensar en todas esas personas, la gran mayoría de ellas que fueron llevadas allí sin contar con nadie, les robaron la vida y la dignidad. Ahora están allí todos mezclados”, lamenta.

La tercera jornada de visita está teniendo lugar esta misma mañana, desde primera hora, y restará al menos una cuarta que se celebrará el próximo lunes, 20 de mayo. El forense Francisco Etxeberria, que recibe y guía a los familiares dentro de las instalaciones, cree que esta es una “visita necesaria” para ellos.

“Era la pregunta de los familiares que fueron recibidos por el Gobierno por primera vez en La Moncloa el año pasado: ¿podremos ir algún día al valle? Bueno, pues sí. Pero nosotros, el equipo, opinábamos que no podrían venir hasta que no tuviéramos dominada la situación desde el punto de vista técnico”, explica el forense guipuzcoano.

Etxeberria recuerda que “hay más de 60 familias que quieren hacer la visita y se les está atendiendo”, pero “si hay más, se les va a atender, porque algunas veces ha ocurrido que al llamar a la familia, mucha gente mayor no ha podido venir. Y eso hay que comprenderlo y poner esa otra cita”, señala. Etxeberria fue quien recomendó la presencia continua de un psicólogo durante las visitas para “gestionar las emociones” de personas que “seguramente la víspera de llegar allá no han dormido” o que “dos días después se les viene a la cabeza todo. Y lo que te viene a la cabeza no es la idea de la imagen de un hueso que está allí en la esquina, sino la idea de la historia de tu propia familia”, añade.

“Llorar de alegría”

“Ese momento es universal; funciona igual en cualquier cultura o religión del mundo. Es esa sensación por parte de la familia de que está ante una oportunidad que en su vida tiene importancia”, señala el forense.

También hay gente que “llora de alegría”, dice Etxeberria: “Llorar de alegría es algo que los humanos prácticamente no hacemos nunca, y los hombres menos. Pues tú llegas a una exhumación en el monte o allí en el valle y ves cómo a esa gente mayor, jubilados incluso, les afecta de esa manera”.