La iglesia de San Martín, en Gazeo, nos ofrece unas maravillosas pinturas góticas del siglo XIV donde se representan distintas escenas cristianas. Entre ellas, el final de las malas personas y su castigo en el infierno: dispuestas en fila, sus almas caen en las fauces de un monstruo condenadas a penar eternamente. Al parecer representan distintos pecados y, curiosamente, una de ellas lleva una corona y una bolsa de dinero (se supone que condena la avaricia). Andábamos ese día en pleno lío mediático por los asuntos del emérito y, no sé por qué, en ese momento me vino a la cabeza. Una pena, en pleno momento de disfrute estético.
Que quede claro que no hago una valoración moral, me limito a exigir que todas esas corrupciones, cada vez menos presuntas, se paguen como se debe; esto es, con proceso judicial, devolución, abono al fisco y todo lo que pueda conllevar. Si no sucediera así, la credibilidad del Estado y de la Judicatura caería aún más bajo de lo que está.
Una medida urgente a tomar debería ser retirarle el tratamiento de rey emérito: en el 2014 se lo dio Rajoy vía decreto y de la misma manera se lo puede quitar el Gobierno de Sánchez. Aunque pueda parecer simbólico, supone bajarle del pedestal en el que ha vivido desde que el dictador decidiera su sucesión. La culpa de ello se la reparten entre toda esa corte de falsos republicanos y ciertos medios, que se han dedicado -y siguen haciéndolo- al peloteo y a tapar los numerosos deslices y negocios de un señor conocido del uno al otro confín, como en el poema de Espronceda que estudiábamos en el colegio. Sabían y callaban mientras jaleaban las gracias del campechano.
Mucho se está hablando del paradero del padre de Felipe VI. Y la verdad es que da igual, a no ser que haya elegido un país que dificulte su extradición. La pelota ahora está en el tejado de los tribunales españoles. Ya veremos si le juzgan o, si, por el contrario, se van a acoger a esa inexplicable y discriminatoria inviolabilidad que permite que los y las intocables reales puedan convertir la inmunidad para el ejercicio del cargo en impunidad para cometer delitos.
Han sido numerosas las disculpas para mantener a esa familia en el trono, y la más indecente y engañosa es la que defiende a Juan Carlos como hacedor de la democracia. Por poner un ejemplo, nadie de entre sus aplaudidores oficiales, ha conseguido demostrar que su papel en el golpe de estado de 1981 fuera para preservar aquella naciente democracia.
Al igual que la abdicación del 2014, esta marcha, catalogada de huida en gran parte de la prensa internacional, es una nueva estratagema para salvar la monarquía española muy tocada en su línea de flotación por innecesaria y dudosa justificación democrática.
Como se ha visto desde su entronización en 1700, la familia Borbón ha hecho lo que fuera necesario para seguir estando. Pero lo realmente inexplicable es que el PSOE colabore en ello. Oír estos días a Sanchez o a su vicepresidenta hace pensar en traición al partido que fundó Pablo Iglesias Posse (en sus inicios eran un partido republicano obrero y socialista). Hay monarquía porque el PSOE quiere, ni más ni menos.