En las últimas semanas, el procés soberanista catalán ha muerto y resucitado en varias ocasiones pero finalmente, tras la investidura del convergente Carles Puigdemont como nuevo president de la Generalitat, llega la calma. Al menos entre las filas independentistas.

¿Hacía falta agotar el plazo de negociación hasta el último día?

-Dilatar el proceso de elección del president era la forma más sencilla de formar gobierno pasado el 20 de diciembre. Era clave hacerlo pasadas las elecciones generales para evitar un voto reactivo en España que le diera una mayoría absoluta al Partido Popular.

¿Los resultados de las pasadas elecciones generales favorecen el ‘procés’ catalán?

-Sí, sin duda. La aritmética del Congreso de los Diputados juega a favor del independentismo. La ingobernabilidad de España da aire y margen de actuación al nuevo Gobierno catalán. Hay que tener muy claro que quien bloquea la formación de gobierno en el Estado no es ni Podemos ni Ciudadanos, sino Convergencia y Esquerra, que son los partidos que históricamente han ayudado a Partido Popular y PSOE a conformar mayorías.

En Catalunya hay un nuevo president que nadie se esperaba. ¿Será Puigdemont un buen líder?

-No hace falta que el nuevo president lidere el procés. El liderazgo pueden ejecutarlo Oriol Junqueras y Artur Mas como hasta ahora, cada uno desde sus nuevos papeles. También Raül Romeva formará parte del nuevo gobierno y ejercerá su parte de responsabilidad y liderazgo. Estamos acostumbrados a que sea el president de la Generalitat el que lleve el peso de las decisiones, pero es evidente que esto cambiará porque Puigdemont no va a sustituir a Mas como figura política.

¿Y por qué ha sido finalmente el elegido?

-Puigdemont es una persona de consenso que no despierta animadversiones grandes. Es un perfil amable para todos. No está ligado al anterior gobierno ni al pujolismo, y viene del mundo municipalista, cosa que agrada a la CUP.

También agradaba Neus Munté, la hasta hace unos días vicepresidenta del Govern.

-Sí, pero su perfil juega otro papel en la filas de Convergencia. En clave de refundación del partido y pensando en quién recogerá el guante de liderar el proyecto de la nueva formación, perfiles como el de Neus Munté o el de Josep Rull destacan. Que uno de ellos ocupara el cargo de president de la Generalitat ahora suponía darle ventaja en la carrera interna.

¿Qué se puede esperar del nuevo Govern?

-Que cumpla con la hoja de ruta que tiene sobre la mesa y que supone afrontar retos complicados, como la desconexión con el Estado. Falta poco, de hecho seguramente antes del verano empezaremos a vivir momentos de choque institucional de envergadura. El nuevo Govern deberá responder con firmeza y empezar a desobedecer. Si se planta cara con unidad, sin fisuras, el proyecto independentista saldrá reforzado y tirará adelante.

¿Y en clave de gestión?

-Desobedecer también. El Govern debe, sin más dilación, sacar adelante y aplicar una ley que está suspendida por el Tribunal Constitucional, que es la de la pobreza energética, por ejemplo. Por poco que el Ejecutivo catalán saque adelante estos mandatos la respuesta del Gobierno central será beligerante.

¿Y qué pasa si no se asumen estos mandatos?

-Si el Govern empieza a dilapidar compromisos o a dilatar la toma de decisiones, las formaciones parlamentarias soberanistas deberían considerar el pacto roto. Nos vimos envueltos en una situación compleja en vísperas del 9 de noviembre, cuando el Ejecutivo de Mas parecía que se echaba atrás con el referéndum una vez se empezó a hablar de imputaciones e inhabilitaciones. En aquel caso fue Junqueras el que se hizo fuerte y empujó al Govern a seguir adelante.

Alcanzar el pacto implica movimientos dentro de los grupos parlamentarios. ¿Quién gana y quien pierde?

-Ni unos ni otros, creo. Este pacto hay que analizarlo a partir de los incentivos que se logran. Tanto para la CUP como para Convergencia el incentivo era muy grande: acelerar el proceso. Por su parte, la CUP debía salvar los muebles y evitar una escisión anunciada a gritos en las últimas semanas. Convergencia, por su parte, no podía permitirse unas nuevas elecciones en las que sabía que perdería representatividad.

¿La CUP se salva de la escisión seguro?

-Sí, sin duda. Los anticapitalistas tenían un mandato que era acelerar el proceso y que Mas no fuera president. La dirección ha logrado hacer una carambola casi imposible y se planta en un escenario en el que puede llevar a cabo este mandato de su asamblea a cambio de comerse un sapo.

¿Y podrá la organización digerir esta humillación a la que les somete el pacto?

-Partimos de que la humillación es mutua. La CUP se come el sapo a cambio de conseguir lo más grande que podían pedir, que era la cabeza de Mas. Otra cosa es el debate de lo estético de su petición. Yo creo que la CUP estos días ha salido de la infancia y ha visto que entrar en política y tomar decisiones de verdad, no solo estar en la oposición que es muy fácil y divertido, significa entrar en contradicciones. Ellos están asumiendo la contradicción de dejar en evidencia que sus procesos internos entorpecen a cambio de hacer que Convergencia se contradiga aún más desbancando al hasta ahora president.

¿Y que papel ocupará Artur Mas a partir de ahora?

-De momento sabemos que se va a refundar CDC y que queda a disposición del país. Yo creo que es un activo muy importante para dar seguridad y estabilidad en el procés a los agentes que pueden generar dudas, me refiero a sectores económicos, pequeña y mediana empresa, y por qué no, también en la esfera internacional.