La platocracia devora el mensaje y alumbra un régimen
Los aspirantes a La Moncloa han obviado asuntos cruciales para la ciudadanía en su afán de representar una imagen menos formal en programas televisivos de entretenimiento que han vaciado las propuestas programáticas
SE acabó lo que se daba. Expiró la campaña electoral más circense de la historia reciente del Estado español con los clásicos mítines de clausura, marcada por el fetiche de la regeneración, el mantra del final del bipartidismo y la irrupción de los emergentes, y la intromisión de la platocracia, palabro de nuevo cuño que define mejor que la RAE ese régimen político inventado por Carloti y Vasile, o sea Atresmedia y Mediaset, con el beneplácito de los cuatro presidenciables metidos a artistas que han convertido el plató de televisión en el nuevo ágora de la democracia española, donde el trueque de programa electoral por el presidenciable comediante adquiere patente de corso. Los partidos políticos se rasgan las vestiduras por la vertiginosa velocidad a la que ha discurrido la campaña y hasta parecen dispuestos a implorar un día más en el que exponer a la ciudadanía sus propuestas. Seguro que regalarían un puñado de votos por poder desmenuzar su programa hoy mismo aprovechando la jornada de reflexión. Ironías al margen, ¿reflexionar sobre qué? ¿Sobre las propuestas a las que han dado la espalda durante dos semanas porque los candidatos a La Moncloa han estado pendientes del mercado televisivo en forma de programa de entretenimiento para convertirse en farandulero, artista o comediante, mientras se pelean por asistir, o esquivar según el caso, a un debate electoral? El caso es que apenas se han planteado propuestas y, cuando lo han hecho, han sido titulares muy genéricos elaborados más a la medida de la capacidad de digestión de nosotros los medios de comunicación que ajustados a las inquietudes y preocupaciones de la gente de la calle. Ni una palabra del descenso demográfico que condena a la sociedad española, y a la vasca, a un envejecimiento de la población y a una falta de mano de obra, dinamismo y proyección alarmante, que nos va a condenar a serios problemas sociales (sanidad, pensiones?), laborales y económicos. Se ha hablado sí del paro. ¡Faltaría más que se le diera la espalda a tan cruda y latente lacra! Pero de la conciliación laboral, ni media. Una opción muy poco extendida por estos lares -y poco prestigiada, más bien al contrario-, pero con unos efectos sanadores para uno mismo, para la familia propia y para esa gran familia que es la sociedad que vive en un sin vivir y al borde de un ataque de nervios. Tampoco la educación y la formación de nuestros hijos ha merecido un espacio en sus intervenciones, ni el estrés al que están sujetos desde sus párvulas edades con más exámenes por semana que dientes de leche completan su boca. Son intangibles que, al parecer, no dan votos ni audiencia en los reality shows de nuestros políticos. Como tampoco tiene poder de convocatoria el calentamiento de la Tierra que ha llevado a los chinos a tener que andar por la vida con mascarilla incluso para besarse, o en Madrid a guardar el coche en el garaje. O la degradante situación de los refugiados sirios y de otros países en busca de su paraíso occidental cruzando fronteras que nos empeñamos en cerrar mientras abrimos a los inmigrantes las puertas de nuestros hogares para ocuparse del cuidado de nuestros ancianos, en negro y sin seguridad social. Y todo porque, además de que engordan la fila del paro, se nos puede colar un yihadista terrorista, fenómeno a combatir con una guerra, aunque no sabemos si el futuro presidente nos meterá en ella o nos dejará fuera. La lista de temas ausentes es demasiado larga para caber en estas líneas. Indagar en los porqués es la gran tarea para la jornada de reflexión.
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