bilbao - La sala de la Audiencia Nacional donde se juzgó el atentado del 11-M fue el escenario de algo más que un simple proceso penal. Presidido el tribunal por Javier Gómez Bermúdez (Álora, Málaga, 1962), los 100.000 folios del sumario del caso, instruido por el juez Juan del Olmo, desembocaron en un juicio de dimensiones homéricas. A lo gigantesco de la causa, se le debe de añadir la extraordinaria trascendencia del proceso, no solo por los estragos generados por la acción terrorista -192 muertos y 1.858 heridos-, sino también por las consecuencias que tuvo el atentado sobre el mapa político español, viciadísimo en los días, semanas y meses posteriores a la tragedia. En ese ambiente opresivo, la sala se convirtió en una olla a presión que el juez Bermúdez, -"un profesional de la presión", según dice-, gestionó con diligencia. El togado no dejó que le sabotearan el juicio y se mostró implacable frente a algunas salidas de tono. La teoría de la conspiración, que estuvo convenientemente bien nutrida desde diversos frentes durante el proceso, fracasó. Aunque siempre presente durante el juicio, bien fuera en la boca de los abogados defensores o en los testimonios de los encausados, el tribunal combatió la supuesta conjura con pruebas que desactivaron su pernicioso efecto. - C. O.
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