Joanes Labayen: "El aita era un batallador, un guerrillero extremadamente generoso y cariñoso con la familia"
Uno muere realmente cuando es olvidado, algo que no parece que vaya a ocurrir con Ramón Labayen. Su impronta queda en la ciudad de Donostia, en la cultura vasca y, sobre todo, en una familia eternamente agradecida: "Ha sido una enorme suerte tenerlo con nosotros"
Donostia. Dinamarca, Grecia, Italia... la familia repasa estos días la colección de fotos de viajes -en la que no falta el perro Laureano- que describen a la perfección el perfil de Ramón Labayen, hombre de profundas raíces vascas que jamás descuidó su visión cosmopolita del mundo. Una hora después de enterrar a su aita, Joanes Labayen se pone el teléfono. "A los tres hermanos nos ha dejado un claro mensaje: el de la batalla, el de la pelea, la lucha por lo que uno cree", señala.
¿Les ha dado tiempo de asimilar lo ocurrido?
Todo ha sido bastante imprevisto. Había sufrido una caída y tenía alguna molestia. En principio no parecía nada grave, hasta que en agosto le llevamos al hospital y le diagnosticaron un cáncer bastante avanzado. Ha sido muy repentino.
Una de sus últimas apariciones públicas fue en abril, en Tolosa, en el aniversario de la República...
Sí, ha estado activo hasta el final. Siempre ha sido un hombre pragmático, de los que hacen las cosas sin dilación. Es algo que ha aplicado hasta en la manera de abandonar este mundo.
¿Cómo afrontó la enfermedad?
Sabía lo que tenía, sabía a dónde iba y habló con cada uno de los miembros de la familia. Se fue muy tranquilo, con una sensación de paz interior: "Sé que cuidaréis de la ama, y sé que me ayudará la fe religiosa profunda que tengo". Eso dijo.
Una mente lúcida hasta el último momento...
Sí, era consciente del deterioro físico que estaba viviendo, pero se fue con la cabeza lúcida. La noche del viernes, cuando falleció, yo regresaba de un viaje de trabajo de Estados Unidos. Mi mujer estaba con él: "Bakartxo, dame agua". Era muy consciente de dónde estaba y lo que sucedía. Por cierto, queremos mostrar nuestro agradecimiento al Hospital Donostia, a Osakidetza, por la atención que ha brindado a mi aita la sanidad pública.
Su padre ha sido una persona de dilatada trayectoria y de gran proyección pública. ¿Es algo que se percibe ahora, a pie de calle?
Estamos recibiendo muchísimas muestras de cariño. Tanto de integrantes de partidos políticos como de la sociedad o los amigos. También se han acercado muchas personas desconocidas, como la mujer que se personó el domingo en el tanatorio: "Estoy muy agradecida a tu padre. Cuando nadie me daba trabajo, él me lo ofreció en el hotel de Londres, y eso no se olvida". Así me lo trasladó, y me dejó sobrecogido. Hemos recibido mucho cariño.
¿Y cómo era de puertas adentro?
Era un hombre con mucha personalidad que se hacía notar allí donde estaba. Se ha ido como se fue, batallador. En su faceta pública era un batallador, pero de puertas adentro era un hombre cariñoso con un sentido del humor terrible, y extremadamente generoso con la familia. Siempre estaba dispuesto a lo que fuera por cualquier miembro de la familia. A los tres hermanos nos ha dejado un claro mensaje, el de la batalla, el de la pelea, la lucha por lo que uno cree. Siempre nos decía que las cosas se consiguen con esfuerzo. Nos ha inculcado el respeto a la palabra dada y la honradez.
Su padre amaba su tierra, pero sin perder de referencia el mundo...
Siempre tuvo mucho empeño en que fuéramos al exterior. Tras su etapa política, unió aún más la familia. En los añois 80 comenzamos a viajar en caravana, y la familia, de algún modo, se volvió a cohesionar. Nos íbamos todos un mes entero...
¿Es cierto que esa autocaravana la ha usado su padre hasta hace poco?
La ha estado utilizando hasta el año pasado con mi ama en sus viajes por Europa. Mi padre tenía profundas raíces vascas, sentía orgullo por el euskera, pero a su vez tenía una visión cosmopolita. La caravana es el empeño de un hombre por conocer. Siempre nos decía que no se puede viajar como una maleta. "Si queréis viajar a Roma, a Estados Unidos, donde sea, tenéis que empaparos de historia". Nos decía que el mundo era grande, y que había que conocerlo.
Al él le tocó salir de Euskadi a la fuerza...
En la Guerra Civil tuvo que salir por piernas. En todo caso, de aquella experiencia extrajo valiosas lecciones, como su educación francesa de primer nivel. También era muy anglófilo. La emigración es algo que estaba en nuestros genes, como solía decirnos recordando al bisabuelo que emigró a Argentina. La historia del bisabuelo que dormía en la barra de la tienda de ultramarinos con una pistola.
¿Qué echará de menos de él?
Todavía no me ha dado tiempo, no me hago a la idea de que no esté. Quienes le van a echar mucho de menos son nuestras hijas y los sobrinos. Mi hija de ocho años y los sobrinos iban todas las semanas a comer con él y les preparaba un arroz. Ayer me preguntaba la cría que quién le iba a hacer ahora el arroz...
Tenía aspecto de aitona entrañable.
Les quería muchísimo. El aitatxi tenía lo que en casa llamaba la banca Labayen, una pequeña asignación que daba a cada nieto. Él administraba el dinero por ellos porque decía que no sabían ahorrar (sonríe). Estaba orgulloso de sus nietos.
¿Donostia sería la misma ciudad sin su aportación?
Estoy absolutamente convencido de que no. Sin ánimo de hacer comparaciones, mi padre tenía una visión de Donostia muy clara. Había trabajado mucho en la hostelería, y quería una impulsar una ciudad de servicios con un turismo de calidad, como hizo con el hotel de Londres. Quería un festival de cine de primer nivel. Decía que había que ser referencia por algo que no fueran los tiros y las broncas que había constantemente en la calle. Era una época difícil. Fue a muchos funerales, pero la ciudad adquirió con él un determinado rumbo.
De portavoz del primer Gobierno vasco a alcalde de Donostia. ¿Cómo se vivía en casa esos años de tanta exposición pública?
Fueron años cruciales en los que se puso en marcha, por ejemplo, Euskal Irrati Telebista. Pero probablemente, la época más intensa fuera la de alcalde, porque había muchísima más cercanía con el ciudadano. En ese sentido, recuerdo un año en que las instalaciones del Club Atlético San Sebastián amenazaban con derruirse. Tras pedir consulta a los técnicos, decidió cerrarlo, y tras aquella decisión hubo muchos manifestantes en la puerta de casa... ¡aquello era un ayuntamiento! Había una cercanía extrema con el ciudadano, de la que el aita se sentía orgulloso.
Y luego llegó la escisión...
Pasó de tener once concejales a dos.
¿Qué decía en casa?
Teníamos una cercana relación con el lehendakari Carlos Garaikoetxea, que seguimos manteniendo. Había una relación familiar. Mi madre trataba mucho con su mujer, Sagrario, yo era de la clase de Mikel, uno de los hijos, y mi hermano era de la clase de Carlos, otro de los hermanos. Había una relación muy estrecha, y al mi aita se le planteó el debate entre la fidelidad personal al lehendakari o la fidelidad a las siglas. Al final se quedó con las siglas. Fue una decisión muy dura de amigos contra amigos, aunque luego con el tiempo se han ido curando las heridas.
¿Por qué no quiso la cartera de Interior cuando se la propuso Garaikoetxea?
Estaba convencido de que el Departamento de Cultura era el Ministerio de Defensa. Decía que la identidad vasca se protegía en gran medida través de la cultura. Nos decía que ahora se podía ver ETB o colgar la ikurriña como la cosa más normal, pero él venía de donde venía. Había vivido una época en la que, en la guerra, el Gobierno vasco representaba casi un Estado, con el lehendakari Aguirre convertido en una institución viva. Pasó de aquella época a otra etapa en la que no se podía colgar una ikurriña porque estaba prohibido. Por todo ello creía que había que fortalecer la parte cultural e identitaria del país.
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