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Euskadi Ta Askatasuna!

Euskadi Ta Askatasuna!

NO creo que me equivoque si afirmo que, para generaciones enteras, el anuncio del cese definitivo de la actividad terrorista que acabamos de conocer, ha dado pleno sentido al acrónimo de ETA: Euskadi y libertad ¡Por fin! Es el gran triunfo de la democracia, de la política y de toda la sociedad, que ve cómo, a pesar de tantísimas amarguras, la realidad es tozuda porque no hay idea política por estupenda y legítima que sea, que pueda defenderse violentamente contra el pueblo para beneficiarle a ese pueblo. ETA no ha sido nada original en esto pues muchos otros antes que ella han esgrimido el mesianismo mendaz para aplastar a quien decían defender y reivindicar en nombre de la libertad, la justicia y los derechos. Un clásico, si no fuera por los años perdidos y las víctimas que se han quedado en el camino.

De aquella ETA "separatista" y para nada asesina, que luchó por la liberación de la democracia en general y del pueblo vasco en particular, pronto se hicieron fuertes quienes cambiaron de signo e introdujeron el marxismo leninismo y después el modelo maoísta, con sus principios que tan bien servían a la lucha de la liberación nacional de los pueblos en beneficio de su causa. Desde entonces, el separatismo fue sustituido por el independentismo pero respecto de la burguesía (lucha de clases), a la manera que, por cierto, también lo utilizaba entonces Santiago Carrillo para España y George Marchais para Francia. El eslogan de ETA vigente todos estos años, expresa muy bien esto que acabo de recordar de un pasado no tan lejano: en torno al hacha de las bombas, los disparos, los secuestros y las extorsiones, se enrosca la serpiente, símbolo de las medias verdades y "los dos lados de las cosas". Lo clarifica este extracto de un documento de los presos de ETA en la cárcel de Burgos, en 1971: "…y no hay ningún tipo de duda en cuanto al tipo de socialismo que definimos: ni humanista, ni reformista, ni nada por el estilo: marxista-leninista".

Lo que pasa es que mientras se ha ido descomponiendo el comunismo en toda Europa, la verdadera causa nacional vasca ha mantenido la adhesión social de forma mayoritaria en Euskadi, liderando la CAV con buena nota, y dejando su impronta en Nafarroa. Las generaciones van pasando, y lo que fuera el tactismo abertzale que escondía el verdadero contenido ideológico, poco a poco, han ido compaginado las ideas de izquierdas, cada vez más civilizadas, con las auténticas reivindicaciones nacionales vascas, hasta llegar a convertirse recientemente en el motor de la izquierda abertzale, a la que incluso Eusko Alkartasuna no ha tenido inconveniente en sumarse en forma de Bildu.

Lo político y lo militar de la mano, esperemos que hasta ayer, generando una espiral de violencia en nombre del pueblo vasco, a la que acompañó el Estado hasta la defunción del franquismo, y posteriormente durante el tiempo de la "guerra sucia" con sus 175 víctimas entre el GAL y el BVE. Pero se acabó, y es tiempo de alegría y de paz gozosa pero responsable; quiero decir que en la declaración de Donostia, el punto tercero expresamente habla de profundizar en la reconciliación. Y no puede ser de otra manera pues, como dice monseñor Uriarte, la experiencia de otros procesos de paz nos enseña que, una vez conseguida la paz, suele descuidarse la reconciliación. Y eso no debe suceder entre nosotros. Reconciliarse no consiste en que los enemigos de ayer se conviertan en amigos, ni en el olvido de las injusticias o el sufrimiento infligido. Ni siquiera en que las partes enfrentadas compartan una misma interpretación de la confrontación que han sostenido. A pesar de ello, monseñor Uriarte sostiene que la auténtica reconciliación reclama la verdad, postula la justicia, exige el reconocimiento de todas las víctimas con espíritu dialogante y el perdón ofrecido y demandado.

Es cierto que ETA aún no ha entregado las armas y que los excesos no cesan, como el de Esperanza Aguirre, imperturbable en su deslegitimación de todo lo que no sea la derrota y el aplastamiento del contrario. Aun así, faltan muchas cosas (los otros cuatro puntos de la Conferencia de Donostia, por ejemplo), pero muchas menos de las que faltaban solo hace un año, y nadie tiene derecho a matarnos la esperanza con frentismos como los de la pepera Aguirre y sus corifeos. A pesar de la prepotencia que rezuma el comunicado de ETA. Como ella se dice cristiana, le recuerdo que san Agustín ya decía que todas las religiones insisten en que la práctica diaria de la compasión nos conducirá a Dios, al Nirvana o al Tao. Lo digo porque en este asunto del final de ETA, algunos cristianos han tomado la posición contraria al Evangelio, como si la reconciliación fuese una traición a las víctimas o una humillación. Ojo al Cristo, que es de carne y hueso.

En esta reflexión apresurada ante el anuncio del final de ETA, renuevo mi solidaridad con todos los que han sufrido directa o indirectamente la violencia, especialmente los más olvidados -porque siempre queda alguno- y con aquellas víctimas que han tenido el especial coraje de trabajar por la convivencia y superar el odio durante estos años, exponiéndose a un doble linchamiento. No han sido pocas, y su testimonio debería ser el faro que alumbre a las que todavía sufren como para no poder aceptar este incipiente escenario de paz. Tampoco es justo no mencionar en este momento tan memorable a los políticos que ha trabajado hasta la extenuación porque llegue este día. Atesoran muchos años de sincera búsqueda de la normalización política y la paz. Es su trabajo, pero lo han hecho con brillantez precisamente porque a los más implicados no les llegará el gran reconocimiento del gran público, sencillamente porque su discreción ha sido la base de este exitoso momento. Miedo me dan todos los que ahora se irán posicionado para salir en la "foto final", con el 20-N electoral a la vuelta de la esquina.