BILBAO. Las despedidas de las leyendas tienen que ser así. Con todo el estadio y todo el mundo pendientes de ella en los bises, Yelena Isinbayeva cruzó la raya que le conduce, dicen, a la retirada como la reina que ha sido, como corresponde a la atleta más carismática y mediática de la última década. Solo ella podía levantar este Mundial a la altura que merece el considerado deporte rey. Con la medalla de oro ya colgada al cuello, los bises fueron el intento de récord del mundo que coincidió con que ya no había ninguna competición en el Luzhniki. Yelena se sintió en su salsa, el centro del universo, como una diva a la que le piden una pieza más. No estuvo lejos el do de pecho, la posibilidad de superar los 5 metros y 7 centímetros y batir la marca que ella misma tiene desde hace cuatro años en Zurich.
Pero habría sido demasiado para una atleta que tenía en la cabeza que los de ayer iban a ser sus últimos saltos. Si definitivamente esto es así, solo lo sabe ella. "Los géminis cambiamos muchas veces de opinión", ha advertido. Y los genios también, se podía añadir. Quizás le pueda hacer cambiar de opinión haber dejado atrás a las dos mujeres que le relegaron al tercer puesto del podio en los Juegos Olímpicos de Londres. La estadounidense Jennifer Suhr y la cubana Yarisley Silva asistieron en primera fila con resignación y admiración al ¿último? show de la zarina de Volgogrado que apuraba el tiempo entre salto y salto con sus clásicas rutinas mientras arengaba a un público que, en número de más de 40.000 espectadores, por un rato se puso a la altura del evento.
Yelena Isinbayeva no era la favorita ayer, pero actuó con la determinación y ambición de sus mejores tiempos. No empezó a saltar hasta los 4,65 metros e hizo nulo, lo que no presagiaba nada bueno porque Suhr, Silva y la alemana Spiegelburg no fallaban. Pero la rusa, que este año había saltado 5,11 en entrenamientos, aunque solo 4,75 en competición oficial, fue creciendo con el paso de la competición mientras sus rivales empequeñecían, quizás intimidadas por el miedo escénico y por el peso de un día que podía ser histórico, y de hecho lo fue.
salto al oro Al superar a la segunda el 4,82, Isinbayeva se aseguró el podio, pero aún le quedaba un ¿último? gran salto. Se elevó a la primera por encima del 4,89 y metió toda la presión a la estadounidense y a la cubana, las dos primeras en Londres, que no pudieron con el listón, derribaron en sus intentos sobre esa altura con mucha claridad y tuvieron que ceder el paso hacia el escalón más alto del podio a la estrella del atletismo ruso. Yelena Isinbayeva corrió, las cámaras corrieron tras ella que saltó a la grada para abrazarse a su primer entrenador, el viejo y entrañable Valery Trofimov, al que volvió hace un par de años para relanzar una carrera que se había estancado bajo la batuta de Vitaly Petrov, el técnico que moldeó a Sergei Bubka.
Porque desde que logró el oro en los Juegos de Pekín de 2008, Isinbayeva solo había ganado el Mundial en pista cubierta de 2012. En el Mundial de Berlín 2009 hizo tres nulos, en el de Daegu 2011 solo pudo ser sexta y en los Juegos de Londres del verano pasado quedó tercera tras Suhr y Silva. Desde sus 5,05 metros de Pekín no había llegado tan alto en un gran evento. Ayer se elevó por encima del 4,89 para cazar su tercera medalla de oro en un Mundial y la decimoséptima de su carrera deportiva, una cuenta que se inició en el Mundial junior de 1999. Isinbayeva quiso aún más gloria y pidió el más difícil todavía ante un estadio entregado. Y le faltó poco para lograr el que habría sido su vigésimo noveno récord mundial.
Después llegó el tiempo de las aclaraciones. "Quiero retirarme, al menos un tiempo, para ser madre. Luego, pretendo volver a probar y si recupero un buen nivel, me gustaría estar en los Juegos de Río", explicó Isinbayeva una vez recuperada la calma tras la explosión de júbilo en el estadio. La zarina de la pértiga no dice adiós: es sólo un hasta luego.