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Tribuna abierta

33 páginas para un futuro imperial

Fechado en noviembre del 2025 ha visto la luz el documento titulado La estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América. Un texto de 33 páginas, firmado por Donald Trump, que podría entenderse como una cuestión del trámite que los presidentes de los Estados Unidos cumplen a lo largo del primer año de su legislatura. El objetivo del mismo suele ser el dar a conocer las líneas generales de la hoja de ruta que guiará la política de cada uno de ellos durante su mandato y su interés, normalmente, se limita al de los analistas de la política interna e internacional y poco más. Pero estimo que, esta vez, su importancia trasciende al de los profesionales del análisis político y debería llegar, cuando menos, a los pobladores de la Unión Europea, y a los de la América del Sur.

No cabe duda que los planes que Donald Trump pretende llevar a cabo en la América Latina son una versión actualizada, ahora en clave de Imperio, de la doctrina que, desde la presidencia de James Monroe en 1823, Estados Unidos viene aplicando en el Cono Sur Americano. Y, esta nueva versión imperial va a suponer un mayor intervencionismo –muestra de ello es el acoso militar sobre Venezuela y Colombia, la intervención en las elecciones de Honduras, Argentina–, y el despliegue de políticas económicas, políticas y militares orientadas, no solo a la obstaculización de la expansión del mercado chino, sino, fundamentalmente, a la consolidación de los mayores y subyugadores niveles de dependencia.

Y para Europa, ¿cuáles son sus planes? Europa, dice Trump, tiene problemas muy profundos relacionados directamente con “un desvanecimiento civilizacional” y que si, las tendencias actuales obstaculizadoras del desarrollo del liberalismo anglo-sajón, ahora en su versión neoliberal, continúan, el continente será irreconocible dentro de veinte años o menos. “Porque –sigue diciendo Trump– los líderes se atrincheran en gobiernos minoritarios inestables, muchos de los cuales violan los principios fundamentales de la democracia (Trump asocia neoliberalismo y democracia) para oprimir a la oposición”.

Por ello, lo que Trump no dice explícitamente, pero quiere decir, entre líneas, que es necesario seguir profundizando en la implementación del ideario neoliberal y de esta forma, poner definitivamente “el viento de cola” y la alfombra de terciopelo a los partidos de la ultraderecha.

¿No es cierto que, en una sociedad políticamente viva, el plan de Trump para Europa que aparece en su documento, debería estar en el centro de los debates?

Sin duda, la Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump tiene el calado suficiente como para que, al europeo, si es que realmente existiese esa condición ciudadana, no le dejase indiferente. Pero, lo difuso y lo átono de “lo europeo” en cuestiones de ciudadanía nos exigiría plantearnos previamente en qué consiste la “condición de europeo” y si existe un verdadero sentimiento de pertenencia a la Unión Europea.

Pero temo que, el debate que podría suscitarse a partir de esas dos cuestiones, resultaría absolutamente estéril porque si bien es cierto que existe un sentimiento nacional con respecto al país de cada cual, no está tan claro que, ese mismo sentimiento, aflore con respecto a una sociedad anónima o una multinacional por muy revestida de ropaje político-institucional que le adorne. Por ello, estimo más pertinente obviar esas cuestiones y preguntarnos directamente si el presidente norteamericano, tiene razón o no en sus salidas de tono, amenazas y vaticinios que el documento contiene en lo relativo a la Unión Europea.

Desde el inicio del segundo mandato de Donald Trump al frente de la presidencia de los EE.UU. son muchas las cuentas del rosario de vejaciones, que conforman un auténtico vía crucis, que la Unión Europea ha tenido y está teniendo que soportar provenientes del actual gobierno norteamericano. De esta manera, la administración Trump ha dejado muy claro que, el principio de jerarquía asentado en la fuerza y no el del multilateralismo, será, en adelante, el eje que rija las relaciones de su país con Europa y con el resto del mundo en el ámbito internacional.

Como botón de muestra, sin hacer larga la lista, estimo que son evidencias suficientes de sumisión y, sobre todo, de dependencia jerárquica, sin olvidar la humillación en la cuestión de los aranceles, el papel de convidado de piedra o mejor de “chico para los recados” que Donald Trump ha otorgado a la Unión Europea en las guerras ruso-ucraniana y judeo-palestina; la escenificación de un comportamiento de “perro faldero” de la Europa de los Veintisiete en cuestión de la “confiscación” e inmovilización indefinida de los 210.000 millones de euros de los fondos rusos existentes en entidades financieras europeas; la bajada de cerviz de Alemania frente al mandato imperativo de la prohibición norteamericana de compra de la energía rusa y obligación de adquirir la suya propia, etc.

Financiación de la OTAN

A lo que hay que añadir el trágala europeo de la revitalización de la OTAN y la asunción de su financiación; la asignación de un rol para Europa dentro del concepto de seguridad fundamentado en la guerra convirtiéndose en enclave armamentístico de los Estados Unidos que garantice a futuro el perfecto y rentable funcionamiento de su industria militar. De ahí, ahora, el 5% de gasto en armamento, después… el que necesite el sistema imperial.

Pero el hecho de estar avisados y conocer los precedentes no han sido suficientes razones para responder con contundencia a la aparente provocación de la Administración Trump. La respuesta tímida y ambigua de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, expresada en entrevista concedida a al diario Político en Bruselas, sintetiza la debilidad de la Unión y refleja la aceptación de su impotencia: “Se supone que nadie debe interferir en los asuntos de la Unión Europea”.

El documento contiene la constatación, ahora expresada públicamente con la firma del presidente Donald Trump, de que la Unión Europea es rehén de los EE.UU. Que, la Unión Europea, firmó su destino desde el momento en el que se constituyó al aceptar las condiciones puestas por los EE.UU. en los acuerdos de Bretton Woods y expresadas en el artículo 2 del maquiavélico Plan Marshall que se sintetizan en la exigencia de algo aparentemente inocuo como “la creación de un mercado único y unificado”.

Y esa exigencia, aparentemente sin importancia, contenía, como es natural, una condición necesaria para que fuera posible el funcionamiento de la Unión: la “compra” de su sistema ideológico. Dicho de otra manera, la adquisición del sistema de valores del liberalismo anglo-sajón que, finalmente, derivará en neoliberalismo y cuya piedra angular de la acción social es el individuo egoísta, que hace que, uno de los padres del neoliberalismo, el filósofo Friedrich Hayek, diga que: “La persecución de objetivos egoístas conduce al individuo a fomentar el interés general, las acciones colectivas de grupos organizados son invariablemente contrarias a ese interés general”. Esa “compra” ha supuesto la entronización del sujeto individualista-egoísta como modelo social en la Unión Europea en detrimento del sujeto solidario sin conseguir neutralizar totalmente a este último.

Liberalismo europeo

Y es que, para Donald Trump, a pesar del empeño puesto de manera especial desde el Tratado de Maastricht, el trabajo realizado por los dirigentes europeos en el ámbito de la aculturación ideológica, no ha sido suficiente. La Unión Europea no ha hecho totalmente los deberes y no ha cumplido plenamente con el compromiso esencial del cambio de valores. No ha sido capaz de aniquilar totalmente su sistema ideológico esto es, su liberalismo de corte comunitarista. Ese liberalismo continental europeo que procede de los autores de la Ilustración francesa y alemana y que entiende la fraternidad (solidaridad), la libertad y la igualdad como valores esenciales que hacen que, conceptos tales como “servicio público”, “interés general”, “bien común”, “justicia social”, sean la razón de ser del Estado.

Estos conceptos que están en la base de las Constituciones de los países europeos suponen obstáculos a las políticas, por ejemplo, de deshumanización de la inmigración o de desregulación de la libertad de expresión o permisividad de la oposición política de corte fascista y, eso, duele profundamente al actual presidente norteamericano que ve dilatarse en el tiempo el cumplimiento de su sueño: Un Imperio, un único sistema ideológico.

Catedrático emérito de la UPV/EHU