Txiki, soy Bixar. Quiero compartir contigo estas líneas y estas reflexiones escritas latido a latido tal como solíamos vivir medio siglo atrás cuando éramos ciertamente más jóvenes. Pero éramos. Éramos Txiki y Bixar, Bixar y Txiki. Y así seguiremos en la eternidad, así lo intuyo. “Hil dituzte!”. Un grito ronco rompió el silencio de aquella recién nacida mañana, atravesó los barrotes de la celda y se estrelló en nuestros tímpanos. Tristeza. Infinito dolor. Han pasado 50 años. Una vida. Permíteme que te escriba estas líneas con emoción muy difícilmente contenida. Txiki, observo que la lejanía temporal de 50 largos años y la inmutable cercanía personal se me enzarzan en un intrincado nudo de nostalgia. Te arrebataron la vida, ser y futuro. No te olvido, no quiero, ni debo, ni puedo, fusilado en los estertores del franquismo al alba de un 27 de septiembre de 1975. Me enteré de tu fusilamiento –“Hil dituzte!!”– en las celdas de castigo-aislamiento de la vieja cárcel de Pamplona donde estábamos en huelga de hambre indefinida pues nos habíamos amotinado en la tercera planta donde sacamos ikurriñas por los barrotes que daban a la calle en la que esperaban familiares y amigos.

Cantamos a pleno pulmón a través de los barrotes el Eusko Gudariak y el Gu gera Euskadiko gaztedi berria. Tenía, igual que tú, 21 años, éramos militantes de ETA Político-Militar. Cumpliré pronto los 72 años. Y con el viento del norte, la lluvia mojando y el olor penetrante a salitre viejo, deseo más que nunca que la condición de ser humano se anteponga de una vez por todas y para siempre en Euskadi a cualquier otra consideración. Eras hijo de Extremadura, de Zalamea de la Serena en concreto, llegaste jovencito a Zarautz, madre y padre trabajadores y hermano de otros muchos y muchas. Cuando te conocí aquel julio de 1974 en las escaleras de la entrada de la Parroquia de San Ignacio de Gros, te recuerdo pequeño, sentado y atento, con una txamarrita gris pistacho: “Soy Txiki”; “yo, Bixar”. Cuando estuvimos juntos nunca supimos nuestros nombres. Y cómo es la vida, tú te enteraste del mío por la prensa cuando fui detenido a finales de febrero de 1975 en Pamplona en el Bar Leire por la BPS (Brigada Político Social, policía franquista donde la hubiera). Yo del tuyo cuando te detuvieron en Barcelona. Cuando estábamos juntos no sabíamos de nuestros nombres reales, y cuando los supimos, jamás nos volvimos a ver.

Me acuerdo que en Euskadi Norte, en Iparralde, por casualidades de la vida, no nos pudimos despedir. Yo volvía a Navarra y tú a Catalunya. No nos despedimos, no, quizás sea premonitorio, quizás nos volvamos a ver y sonreír en ese punto misterioso donde dicen que tiempo, materia y espacio se funden en uno. Te intenté enseñar el Eusko Gudariak. La primera estrofa la controlabas; la segunda se te resistía. Pobre. Siete meses de rigurosa clandestinidad fueron testigos de nuestra muy sincera amistad. Compartimos muchas cosas, reflexiones, sustos terribles, apuros varios, casas, personas que nos acogieron (y a las que quiero y querré mientras viva en este mundo), eskerrik asko a ellos/as.

Pasamos malos ratos y circunstancias desagradables que no proceden después de tanto tiempo. Te lloré, lloro y lloraré. Cierro los ojos. Veo a mis dos nietas y mis dos nietos. Los empujo en el columpio. Me invade una profunda e infinita tristeza. Infinita y profunda. Te llevaré en el corazón en mi último suspiro. Pienso que no es posible juzgar los hechos, decisiones, actitudes, voluntades y circunstancias que ocurrieron hace medio siglo con los cristales de las gafas de hoy. Tanto tú, Txiki, como yo, hicimos lo que creíamos que teníamos que hacer. Y lo hicimos con la mejor de nuestras voluntades abertzales, antifranquistas y antifascistas. Lo pagamos muy caro, clandestinidad, detención, tortura despiadada, juicio y cárcel. Y tú fusilado en Sardañola del Vallés, Barcelona la mañana de un maldito 27 de septiembre de 1975.

La memoria no es algo que sólo concierne al pasado, toca el presente y sirve para decidir lo que en el futuro no queremos ser ni actuar. Y miro hacia atrás, cierro los ojos, reflexiono. Me veo de niño en una familia donostiarra cristiana, nacionalista, derrotada en la guerra civil, castigada en la dictadura. Padre y dos tíos gudaris del Batallón Saseta. El mayor de los tres, Benito Bujanda, teniente de ametralladoras del Batallón Saseta y muerto en combate en Peña Lemona, aita Inosen y su hermano joven Gerardo, presos por los italianos en Santoña, luego cárcel, Santoña, Puerto de Santamaría y Batallón de Trabajadores. Tías, niñas de la guerra. Familia que participó activamente en la “Resistencia Vasca”. Así conocí lo que era la ikurriña y oí por primera vez palabras como Euskadi, Jaurlaritza, Askatasuna, Aberria, Lehendakari y un largo etc. Hijo de vencidos, pero de resistentes.

Empuñé con apenas 20 años las armas contra los que derrotaron la libertad y a Euskadi, es decir, a mi familia. El dictador Franco seguía vivo. Sigo siendo abertzale y antifascista. Pero Txiki, con todo mi cariño, quizás nos equivocamos desde el comienzo, es la percepción que tengo, la sensación y convicción desde la atalaya que da el paso de casi medio siglo, la triste constatación de que aquello fue un trágico e inmenso error, fatal, radical, ético, político que no debe volver a repetirse nunca jamás, un trágico error que se descompuso y pudrió implacable e imparable y que derivó en una tragedia vergonzante y desastre, porque bien se suele saber cómo se empieza utilizar la violencia como instrumento en la lid política, pero no su devenir y menos cuándo y cómo su final. Quiero que sepas que llevo 30 años militando en EAJ-PN, pero tú no pudiste elegir tu futuro político post franquismo, te fusilaron.

En estos largos años, es la sin piedad del paso del tiempo Txiki, muchas cosas han cambiado y profundamente en Euskadi, como los tamarindos de la Concha, que sobre todo los más viejos, retorcidos y medio caídos, han sido reemplazados inevitablemente para mantener vivo y permanente el paisaje; pero sí, es cierto, otras cuestiones continúan respetando la historia y así el viento del norte con su olor de siempre a salitre viejo, continúa azotándolos y doblándolos hasta a veces quebrarlos. Hoy y aquí, el futuro nos interpela, sin excusas, y creo que estarías de acuerdo en afirmar que es tarea de todos arrimar el hombro, y obligación de conquistar definitivamente la paz, la reconciliación y la convivencia en esta Euskadi nuestra. Lo conseguiremos, estamos en ello, te lo haré saber. Es hora, porque siempre lo será posible en Euskadi. Lo estamos consiguiendo, aunque todavía hay pasos a dar, porque no es lícito, decente, ético ni moral, apropiarse de tu memoria de una manera descarada, oportunista, cínica y partidista; ni lo es tampoco la de otros mediocres de la historia que desde trincheras contrarias te maltratan obscenamente desde ese, su sillón de confort, cuestionando tu honorabilidad y faltando al respeto de tu ser y dignidad, sean de uno u otro partido con el ruin objetivo de que todo sirve para el convento particular.

Al alba sí, que como dice la letra del cantautor Aute, es cuando sangra la luna al filo de su guadaña. Te fusilaron tiro a tiro, gatillos del crimen, mientras cantabas el Eusko Gudariak que te intenté enseñar no sé si con mucha fortuna. Eran los estertores vengativos del franquismo. Últimos vómitos de sangre de quien vivió y murió matando. No fuiste el único, los verdugos de la luz y la esperanza, los esbirros de la noche oscura, y también ante el paredón, acabaron con otras cuatro vidas, una de ellas, la de otro vasco, Ángel Otaegi.

Maldito baile de muertos. Los que venían con hambre atrasada quisieron así, y se lo llegaran a creer, arrancar las raíces de la tierra y congelar el viento del mañana. Me acuerdo y no te olvido Txiki, por mucho que ha llovido en estas tierras vascas de nuestros amores y desamores, y al alba te deseo 50 años más tarde en este bisoño otoño de este ya desflorado tercer milenio que la tierra vasca donde yaces te siga siendo leve. Jamás te olvidaré. Termino. Quiero que sepas que sigo guardando la servilleta que horas antes de ser fusilado le diste a tu hermano Mikel para mí escrita de tu puño y letra, y que me la entregó en un acto político post-amnistia en Añorga.

Y cuando la finitud inspira a vivir más intensamente y pasar de tener una idea a la necesidad de tener la capacidad de relacionarlas, en ese momento, con el viento y al alba me juramento a no olvidarte. Hoy, medio siglo más tarde, al alba, sí, y en la radical negación ética de la violencia política, te recuerdo. Euskal lurra ariña bekizula. Lux eterna. Me seco las lágrimas. Agur Txiki, agur, ez adiorik, Jon Paredes Manot. No te olvidaré. Nos vemos. Eusko gudariak gara!! Gora Euskadi askatuta!! Bixar. l