No corren buenos tiempos para la democracia y sus presupuestos: principio de legalidad, libertad de opinión y conciencia, igualdad entre los ciudadanos, redistribución justa de la riqueza, pluralidad política y alternancia en el poder (Diderot y D’Alembert).

Democracia

En cuanto al principio de legalidad y en las democracias pretendidamente consolidadas, debemos observar con preocupación cómo los gobiernos (normalmente los centrales) aplican la Constitución a beneficio de inventario. Aunque esto constituye una simplificación, parece que los gobiernos de izquierdas atienden preferentemente a los derechos sociales y los gobiernos de derechas a los derechos económicos, aunque en la actualidad existe una misma mixtura entre estas opciones que coincide con la misma mixtura entre las ideologías de la izquierda y de la derecha democrática de hoy. Se olvidan de que se deben considerar las constituciones como un conjunto de normas integradas orgánicamente y todas ellas con la misma capacidad de obligar, pero entre las tergiversaciones de los preceptos, la hermenéutica conveniente y la incorporación de derechos a los que se denomina de nueva generación y muchas veces nadie sabe de dónde han salido, las constituciones son cada vez más lábiles.

Lo que sí atienden con diligencia los gobiernos centrales es la garantía de integridad territorial, los preceptos que distribuyen el poder político en los estados compuestos entre la administración del estado central y las llamadas realidades subestatales y a través de procedimientos sutiles, acrecentando los poderes de la administración central (en el Estado español desde que se configuró como Estado autonómico no han dejado de crecer los funcionarios de la Administración del Estado). Herencia de las antiguas estructuras monárquicas y sus ávidos cortesanos.

La democracia en su dimensión teórica se está debilitando porque se inserta en una sociedad cuyos valores y contravalores crecen desordenadamente. Una reciente encuesta del BBVA muestra que un 30% de la población no cree en la teoría de la evolución (admitida por el Vaticano desde Benedicto XVI) y opta por las teorías creacionistas, incluida en ellas el origen de la mujer de una costilla del hombre.

Crece en porcentajes, no anecdóticos, toda suerte de populismos científicos: tierraplanistas, extraterrestres que conviven con nosotros, curanderos, antivacunas y una larga miscelánea de teorías extravagantes que en conjunto se denominan a sí mismas la resistencia.

Los grupos provida se manifiestan con grandes cruces y rosarios ante las clínicas abortistas y coaccionan a las mujeres que sufren el trauma del aborto cometiendo impunemente el delito previsto en el artículo 172/4 del Código Penal.

En la cumbre de partidos neofascistas celebrada en Madrid el pasado fin de semana, Viktor Orbán ante una multitud enfebrecida proclamaba que en Hungría no había un solo inmigrante, ni siquiera los legitimados para solicitar asilo incumpliendo el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos desarrollado en la Convención de Ginebra de 1951 y su protocolo (Protocolo de Nueva York de 1967).

En la extrema derecha no existe un ápice de sentido humanitario en relación a la política de extranjería. Una de las primeras Órdenes Ejecutivas firmadas por Trump tiene un peligroso parecido con las Leyes de Ciudadanos del Reich y la Ley de la Protección de la Sangre y del Honor del Partido Nazi. Estas Normas establecieron mecanismos defensivos contra los judíos que llegaban de oriente con tres preceptos: no aceptar la entrada de ciudadanos judíos a los que se les consideraba apátridas, evitar la naturalización de los hijos de judíos residentes en Alemania, expulsión de los judíos que terminó convirtiéndose en el paroxismo de la solución final. Compárese lo anterior con los tres preceptos de la Orden Ejecutiva de Trump.

La extrema derecha crece acurrucada bajo las directrices del gobierno Trump a pesar del patrioterismo que exhiben. El problema es que Trump en su orgiástica aprobación de Órdenes Ejecutivas vuelve loco a cualquiera, unas se aplazan, otras tienen que ser reinterpretadas en sentido contrario por sus portavoces y Secretarios de Estado, otras son anuladas por los Tribunales Federales y las más son verdaderas humaradas: la conversión de la Franja de Gaza, símbolo del último genocidio, en una Riviera lujosa y sin palestinos, la invasión de Groenlandia contraviniendo las Convenciones de Ginebra y atentando a la soberanía de este país, la conversión de Canadá en otro Estado de la Unión, la recuperación del Canal de Panamá, el cambio de nombre del Golfo de México, etc.

A todo lo anterior hay que añadir la fragilidad de los partidos políticos históricos. Volviendo a Trump ya ha explosionado al Partido Republicano existente desde el 20 de marzo de 1854 y fundado en una reunión celebrada en una pequeña escuela de la ciudad de Ripon, estado de Wisconsin.

La fragilidad de los partidos, en opinión de Duverger, se debe al cumplimiento imperfecto de vehicular la voluntad de los ciudadanos al ámbito institucional, a su incapacidad para captar las pulsiones de una ciudadanía crecientemente exigente y escéptica y esto que proclamaba Duverger en 1973 se agrava hoy ante una sociedad informada a veces y peligrosamente desinformada por la hegemonía de las redes digitales.

También los partidos han contribuido a ese escepticismo y a su propia pérdida de consistencia por el poder de sus aparatos orgánicos, más obsesionados en acabar con cualquier atisbo de oposición interna, que ejercida con celo ha ido amortizando a dicha oposición y con un celo tan extraordinario ha terminado amortizando en parte a los propios adeptos. La mayoría de los partidos deben hacer una reflexión sobre su propia democracia interna y la apertura de su estructura a la sociedad.

Hoy la defensa de la democracia no solo constituye un requerimiento de una sociedad cohesionada y justa sino de una sociedad económicamente solvente. Políticas arancelarias sin control, estrategias de monopolización industrial que obligan al resto de los países a adoptar medidas de repliegue industrial y económico, guerras comerciales en las que todo el mundo pierde acabarán quebrantando también el frágil equilibrio del orden económico actual.

Jurista