Llevamos más de una semana escuchando en todos los medios y redes sociales opiniones sobre las acusaciones a Iñigo Errejón por varios casos de violencia machista. Junto a esto son muchos los debates que están surgiendo: cómo debemos denunciar las mujeres, cómo deben ser nuestras relaciones sexuales, el consentimiento, los silencios de quienes algo sabían…
Nosotras queremos pararnos a pensar en las mujeres que han decidido dar su testimonio sobre las diferentes violencias vividas.
Hace cuatro años contamos con Cristina Fallarás en unas jornadas sobre Construir Memoria frente a las violencias machistas. En este espacio aprendimos de ella la diferencia entre la abstracción y los mecanismos de identificación. Cómo hablamos de violencia machista o de género de manera abstracta y esto nos dificulta entender la violencia e identificar los casos que nos suceden. En este marco la propuesta del #cuéntalo, precedido de otras como el #metoo, promovía que las mujeres contáramos las violencias que sufríamos o habíamos sufrido en nuestras vidas, para conocerlas, compartirlas, encarnarlas y escucharlas, superando cifras que despersonalizan y no empatizan.
Ya en ese tiempo, millones, sí millones, de mujeres de diferentes lugares del mundo respondieron a este hashtag. Este hilo del que se empezó a tirar en el 2018, sigue teniendo un eco, no solo en las redes sociales, y ha sido el espacio donde comenzaron a hacerse públicas las acusaciones a Errejón.
Como decíamos al inicio, queremos pensar en las mujeres que han dado testimonio de las violencias vividas. Las mujeres que no han interpuesto una denuncia están siendo cuestionadas de manera directa o indirecta en muchos espacios por la manera en que han decidido desvelar estas violencias. Por mantenerse en el anonimato. Estos cuestionamientos reproducen una jerarquía entre las víctimas, las que lo hacen “bien” poniendo la denuncia, las que “dan la cara”, las que son buenas víctimas y hacen las cosas “como deben hacerse”.
Las mujeres que han enfrentado violencia son víctimas de esa violencia, pongan o no denuncia. Víctimas, no desde una mirada de pasividad o falta de protagonismo, sino desde el reconocimiento del daño. La denuncia es un derecho que las víctimas o sobrevivientes tienen, pero la elección del camino a tomar es decisión autónoma de quien ha vivido esa violencia. Quien ha enfrentado esa violencia es quien decide cómo afrontarla y también quien decide su propia narrativa a la hora de compartirla.
En este marco, muchas mujeres deciden contarlo en espacios y canales que sienten seguros, entre amistades, en grupos feministas… o, como ha sucedido en los últimos tiempos, en las redes sociales, por ser espacios que suponen un altavoz, una difusión y la construcción de un relato colectivo, junto a los testimonios de otras.
En cualquier caso, el juicio social también ha sido para las que han denunciado, su denuncia se hizo viral en unas horas y el morbo por lo sucedido, la entrada a detalles sobre los gustos sexuales de personas adultas o el cuestionamiento sobre los tiempos para hacerlo público han vuelto a cuestionar la voz de las mujeres, además de embarrar el debate político y el análisis de las estrategias para abordar las violencias machistas que se dan en todos los espacios políticos y sociales.
Queremos reconocer la valentía de todas estas mujeres, a quienes muchas veces se cuestiona. Reconocer a todas aquellas que han decidido romper el silencio, sabiendo la dificultad de hacer públicos testimonios que en la mayoría de los casos implica a compañeros, familiares o amigos. Reconocer su valor por contarlo de la manera que quieren, construyendo esa memoria colectiva y contrarrestando el cuestionamiento de los testimonios de las mujeres. Reconocer el valor de las millones de mujeres que han decidido narrar las violencias que han sufrido, pasando de actos individuales, a la constatación de la violencia machista como un mecanismo de control y sometimiento de las mujeres que sigue ampliamente vigente a día de hoy.
Sería interesante cambiar el foco. No preguntarnos qué les pasa a las mujeres para no denunciar, no volver a culpabilizarlas, sino que las instituciones públicas se preguntaran qué no están haciendo bien, para que las mujeres no vayan a denunciar.
Con datos de la encuesta europea de violencia de género, vemos que menos de un 25% de las mujeres víctimas de violencia física o sexual en Europa denunciaron. En este contexto, son muchas las investigaciones en las que hemos constatado la revictimización de las mujeres en los servicios sociales, policiales o judiciales. Espacios que debieran ser un apoyo para las víctimas y sobrevivientes se convierten en lugares de cuestionamiento, falta de recursos adecuados y reproducción de violencia institucional.
En los últimos años hablamos mucho más de verdad, justicia y reparación. Este caso, como muchos otros, pone en evidencia algunos avances, pero todavía muchas carencias en la apuesta por garantizar estos derechos para las mujeres.
Verdad, creer la voz de las mujeres. Parar un cuestionamiento a un movimiento global que está poniendo sobre la mesa las violencias continuas y cotidianas que las mujeres vivimos por el hecho de serlo.
Justicia, apostar por una justicia feminista, que desde una reflexión antipunitivista se centre en la víctima y no en el castigo, que no revictimice y que ponga en práctica mecanismos ágiles y efectivos contra las violencias machistas en toda su diversidad.
Reparación, reconocer este derecho a la recuperación y reparación integral, así como la garantía de que no vuelva a suceder.
Para todo ello debiéramos preguntarnos qué responsabilidad institucional y social tenemos para poder transformar y aportar a esa reparación. Y qué demandan las víctimas y sobrevivientes. Esta sería la primera pregunta a hacerlas. ¿Qué quieres? ¿Cómo te sentirías reparada? En algunos casos quizá la difusión pública es suficiente, para otras el logro de una sentencia será lo necesario o una dimisión a tiempo o un perdón claro y público... Habrá tantas opciones como sobrevivientes.
En cualquier caso, las víctimas y sobrevivientes deben ser parte protagonista y central en la construcción de modelos de atención integral y también en la definición de sus demandas de reparación ante las violencias, desde las más cotidianas, hasta las más extremas.
Veamos qué nos toca a las y los demás.