El año 2024 ha sido testigo de una intensa actividad electoral a nivel mundial. En España, las elecciones autonómicas en Euskadi y Cataluña, junto con las elecciones Europeas, han marcado un hito significativo en el panorama político. Sin embargo, lejos de propiciar un clima de consenso y colaboración, estas contiendas electorales han estado caracterizadas por estrategias de polarización por parte de los partidos políticos, quienes han optado por renunciar a la creación de espacios de centro o puntos de encuentro.

En el ámbito europeo, los resultados electorales han provocado un vuelco en Francia y una situación de estabilidad tensionada por el crecimiento de la extrema derecha en Alemania. En espera del resultado en EE.UU., los temores sobre el crecimiento de los partidos de extrema derecha y el posible agotamiento de la democracia liberal se mantienen, planteando interrogantes sobre el futuro de la cohesión y la colaboración en el continente. Esta tendencia resulta particularmente preocupante en un momento histórico en el que la colaboración se perfila como un factor clave para la competitividad y el progreso de las naciones.

La paradoja es evidente: en tiempos que demandan una mayor colaboración para enfrentar desafíos globales complejos, la clase política parece apostar por estrategias de poder basadas en la fragmentación y la división. Ahora, en los primeros meses poselectorales, surge una pregunta crucial: ¿Tendrán los partidos ahora en el poder la capacidad de liderazgo necesaria para trascender las estrategias de campaña y desarrollar políticas efectivas de colaboración? ¿Se mantendrá la peligrosa metáfora del zorro que ante el rebaño de ovejas promete ser vegetariano en cuanto alcance el poder?

Este contexto de tensión entre la necesidad de colaboración y las tendencias de polarización política nos lleva a reflexionar sobre el concepto mismo de competitividad nacional en el siglo XXI y cómo debe evolucionar para enfrentar los retos contemporáneos.

La Era de la Colaboración: Redefiniendo la Competitividad Nacional

En la era contemporánea, las naciones ya no compiten exclusivamente en base a su acceso a recursos naturales y su capacidad de transformación en productos. La competitividad de una nación radica fundamentalmente en su capacidad de favorecer la colaboración. De integrar las capacidades y talento individuales en redes de trabajo colaborativo, en las que la creación de conocimiento, la innovación que da respuesta real a problemas reales, ya no son el resultado del trabajo individual: el conocimiento, la inteligencia, en palabras de Steve Jobs (Apple) está en la Red: en la colaboración.

Esta transformación en la concepción de la competitividad nacional no es fortuita, sino el resultado de una profunda revolución tecnológica que ha redefinido las reglas del juego económico, social y geopolítico.

La Revolución Tecnológica y los Nuevos Techno-paradigmas

La revolución tecnológica que nació con la informática ha evolucionado vertiginosamente, dando paso a la era de Internet y conduciéndonos ahora hacia una nueva etapa dominada por la inteligencia artificial (IA). Cada una de estas fases ha traído consigo lo que la economista Carlota Pérez (University College London) denomina “techno-paradigmas”: conjuntos de prácticas, principios organizativos y tecnologías que definen la mejor manera de aprovechar las innovaciones de cada revolución tecnológica.

Estos techno-paradigmas no solo han transformado la forma en que producimos y consumimos, sino que han redefinido fundamentalmente cómo interactuamos, colaboramos y competimos a nivel global. La capacidad de una nación para adaptarse y aprovechar estos nuevos paradigmas tecnológicos se ha convertido en un factor determinante de su éxito económico y su influencia geopolítica. 

En el trasfondo queda la reflexión de Shoshana Zuboff (Harvard University) en la que la tecnología en manos de unos pocos pasa a ser utilizada no tanto para el progreso humano y social, el bienestar de los muchos, como para privilegiar a los pocos que controlan las grandes compañías tecnológicas.

De la Ventaja Competitiva a la Ventaja Colaborativa

En este contexto, el concepto de “ventaja competitiva” popularizado por Michael Porter en los años 80 ha dado paso a una nueva noción: la “ventaja colaborativa”, propuesta por Chris Huxham y Siv Vangen. Esta transición refleja un cambio fundamental en la comprensión de cómo las naciones y las organizaciones pueden prosperar en un mundo interconectado.

La ventaja colaborativa reconoce que en un entorno global complejo e interdependiente, la capacidad de formar alianzas estratégicas, compartir conocimientos y recursos, y co-crear soluciones innovadoras es tan crucial como la habilidad de competir eficazmente.

Este binomio de colaboración y competición, lejos de la hostilidad, define la capacidad de las naciones para responder a los grandes desafíos globales y garantizar el bienestar de sus ciudadanos.

Verdaderos Riesgos para las Democracias

Contrariamente a lo que podría pensarse, el mayor riesgo para las democracias modernas no proviene principalmente de la rivalidad con potencias autoritarias como China o de las amenazas bélicas de Rusia. El peligro más insidioso surge de dentro, está en la quiebra de confianza y la fractura interna resultantes de la creciente polarización política y el descontento creado por las crecientes desigualdades económicas.

Estos factores internos erosionan los cimientos mismos de la democracia, minando la cohesión social y la fe en las instituciones. La polarización extrema dificulta el consenso necesario para abordar problemas complejos, mientras que la desigualdad económica creciente alimenta el resentimiento y la desafección política.

Frente a estos retos, el principal desafío de las democracias modernas es trabajar activamente contra la exclusión y facilitar la integración de todas las personas en el tejido social y económico. Esto implica no solo políticas económicas que aborden la desigualdad, sino también esfuerzos para fomentar el diálogo, la comprensión mutua y la participación ciudadana. 

Las infraestructuras de la colaboración no se construyen con hormigón y maquinaria pesada, son infraestructuras sociales dinamizadas por la formación, la inclusión, la tolerancia y la libre participación.

La ventaja colaborativa cobra aquí una nueva dimensión: las naciones más exitosas serán aquellas capaces de cultivar la colaboración no solo a nivel internacional, sino también dentro de sus propias fronteras, entre diferentes sectores de la sociedad, grupos políticos y comunidades diversas.

Hacia un Nuevo Modelo de Competitividad Nacional

En este nuevo paradigma global, la competitividad de una nación ya no se mide únicamente por su PIB o su balanza comercial, sino por su capacidad para fomentar ecosistemas de innovación, promover la colaboración intersectorial y garantizar la inclusión social. Las naciones que logren equilibrar la competencia saludable con la colaboración estratégica, tanto a nivel interno como internacional, estarán mejor posicionadas para enfrentar los desafíos del siglo XXI.

La revolución tecnológica en curso, lejos de disminuir la importancia de la gobernanza nacional, la ha hecho más crucial que nunca. El papel de los gobiernos evoluciona hacia el de facilitadores y catalizadores de la colaboración, creando el marco regulatorio y las infraestructuras necesarias para que la innovación florezca y beneficie a toda la sociedad.

En última instancia, el éxito en esta nueva era no será para las naciones que intenten aislarse o dominar a otras, sino para aquellas que mejor sepan navegar las complejidades de un mundo interconectado, fomentando la colaboración sin descuidar su competitividad. Este es el nuevo horizonte hacia el que deben apuntar las democracias modernas: no solo para sobrevivir, sino para prosperar en la era de la colaboración global. 

Miembro de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa