Hace apenas unos días escribía yo sobre el estado de acatalepsia en el que me encontraba respecto a la clara asimetría del caso de Evan Gershkovich, del Wall Street Journal, que había sido condenado por el régimen de Putin a 16 años de cárcel por espionaje. Al igual que a mucha gente, y a muchos gobiernos occidentales, tal medida me escandalizaba aunque no me extrañaba en un régimen como el de Putin. Comentaba que lo que me hundía en la acatalepsia era que en Polonia teníamos a otro periodista, Pablo González, que llevaba camino de 900 días acusado de espionaje pero que no había sido siquiera juzgado. No se le informaba a su defensa de los hechos sobre los que se sustentaba la acusación de espionaje que pesaba en su contra. El contraste entre la protesta -justificada- de gobiernos occidentales por la condena a Evan Gershkovich, y el silencio absoluto respecto a González en esas circunstancias llamaba la atención.
Muy poco después de que escribiera aquello, salta la noticia de que se produce el intercambio de prisioneros al más puro estilo de la Guerra Fría.
Según algunos medios, las negociaciones llevaban ya meses produciéndose y debieron estar a punto de fructificar en octubre de 2023, cuando Navalni -que también iba a ser intercambiado- muere en circunstancias harto sospechosas, por decirlo suave. Entre los intercambiados en ambas direcciones hay de todo: un hacker, otra persona que obraba a favor de Rusia en el mercado de valores, un exportador a Rusia de alta tecnología, el propio Evan Gershkovich, del que ya he hablado. Y también, entre otros insisto, un activista y publicista condenado supuestamente por difusión de “información falsa” sobre el ejército ruso, cooperación con una “organización indeseable” y traición al Estado. Hay también más periodistas e incluso un activista de derechos humanos, Oleg Orlov, acusado de intentar rehabilitar el nazismo. La terminología de las acusaciones en Rusia desde luego da que pensar.
Yo, sin haber tenido demasiado tiempo para reflexionar, he sacado las siguientes conclusiones:
Varios de los prisioneros intercambiados fueron recibidos a pie de avión por Putin y por Biden. No me extrañaría que incluso este detalle haya sido negociado.
Respecto a Pablo González: tras su puesta en libertad, hay quien me ha dicho que queda confirmado que era un espía. Que si no lo era, que por qué ha sido parte de un intercambio de espías. A ello reitero que en el intercambio hubo de todo. Pero que para que González sea un espía, tendré que contar o bien con una confesión suya hecha con esas garantías procesales a las que todos tenemos derecho, o bien con un proceso con las debidas garantías que no tuvo. Que se supone que en eso nos diferenciamos del régimen de Putin ¿no? También he oído que apoyaba al régimen de Putin. Por mí como si hubiera sido pro-otanista: en la Unión Europea se supone que se puede discrepar. Se nos ha privado de acceso a la información u opinión que él hubiera podido publicar si no hubiera sido detenido. Y también se nos ha privado de nuestra libertad de discrepar con él si se hubiera dado el caso.
Las autoridades polacas del momento afirmaron que había utilizado su condición de periodista para recabar información para los servicios de inteligencia rusos, que había contactado con activistas de la oposición rusa y que tenía información sobre las actividades de destacados opositores rusos. Bajo esa regla de tres, quienes informaron sobre Navalni en su día también debían de ser espías, opinara lo que opinara González.
Insisto, se supone que en la Unión Europea prevalece el Estado de Derecho. Es más, la UE tenía serias discrepancias con el anterior gobierno polaco al respecto de cosas tan elementales como la separación de poderes, etc. Ahora entiendo -aunque no me parece bien- la inacción del actual gobierno polaco, al que el intercambio de prisioneros le ha venido de perlas para quitarse de encima una auténtica patata caliente procesal, independientemente de la realidad efectiva del caso. No es de extrañar que en Polonia a la noticia apenas se le dé relevancia.
Abstrayéndome del caso concreto de González y centrándome en el intercambio de prisioneros, creo que ha quedado claro, una vez más, que en una situación de enfrentamiento bélico, la información es una de las primeras víctimas colaterales del conflicto y el periodismo, como agente comunicador de esa información, se convierte en profesión de riesgo. Puedes ser víctima directa y morir de un balazo o en una explosión cubriendo un enfrentamiento, pero también puedes ser detenido arbitrariamente y privado de todas las garantías procesales, con lo que la norma, el derecho y las garantías son también, junto con la información, de las primeras víctimas en una guerra. En Rusia, en Ucrania o donde sea.
Por último, en un enfrentamiento bélico dejamos de ser seres humanos y pasamos a ser fichas o números al albur de unos seres presuntamente humanos. Servimos para contabilizar bajas. Y también como fichas para intercambiar en una negociación. Y me resisto a esto de dejar de ser personas para ser guarismos. Y mi forma de resistencia sigue siendo el activismo de derechos humanos, la defensa de la norma, del derecho internacional de los derechos humanos. El día que la humanidad cambie y adopte ese chip será el día en que de verdad habremos restringido el poder absoluto y sus abusos. Sólo entonces viviremos en un mundo mejor. Y el esfuerzo bien vale la pena.