Durante mucho tiempo, el racismo se sostuvo en el rechazo al color de la piel, más concretamente, en la supremacía de la piel blanca sobre las otras, con especial énfasis en la persecución de personas de piel negra. Ya en el siglo XXI, ese eje racista sigue vigente, si bien, al mismo tiempo, ha ampliado su discurso hacia una acusación que proclama la incapacidad de los emigrantes de integrarse en las comunidades de acogida y en el rumor de que no asumen conceptos claros como democracia y respeto a las leyes y a la propiedad. Frente al racismo brutal y primitivo de rechazo al otro por el color de la piel, ahora se elabora un racismo sofisticado que dice que los migrantes no pueden convivir con las comunidades autóctonas pues carecen de voluntad para integrarse. “No tenemos nada contra las personas negras, simplemente debemos vivir sin mezclarnos”, “Cada grupo con su pureza”. Es la resultante de un neorracismo de discurso menos salvaje, pero igualmente deleznable y que predica la imposibilidad de que diferentes etnias convivan en un multiculturalismo razonable.

Cada etnia, cada comunidad debe vivir en su propio espacio. “Nos quieren invadir y reemplazarnos”, dice la extrema derecha. Pero el escenario que abre la separación de etnias y comunidades es un archipiélago de grupos humanos en condiciones desiguales, separados por recursos económicos distantes y oportunidades para unos frente a la escasez de los otros. Unas comunidades mueren golpeadas por la pobreza mientras la de piel blanca ocupa un status superior.

Al neorracismo también se le puede llamar “nuevas formas de racismo” y también “racismo diferencial”. Es así que la diferencia cultural y de comportamiento es un indicador en este nuevo racismo. El neorracismo se presenta hoy con una nueva cara. No es el Kukus Klan precisamente, sino una ideología que reivindica la familia, el cumplimiento de las leyes, y la aceptación de los votos como base de una legitimidad. No vemos desfiles fascistas al son de himnos con el brazo en alto portando antorchas. Sin embargo, utiliza la complicidad de leyes, jueces y políticos afines, para prohibir agendas culturales, suspender obras de teatro, películas y programas de televisión, reducir la libertad de expresión hasta donde pueda.

Este nuevo racismo sostiene la superioridad de unas razas sobre otras y, en consecuencia, su derecho a dominarlas y el respeto a la desigualdad natural. En el neorracismo anida un conservadurismo y una nostalgia por “valores” familiares tradicionales, el rechazo al liberalismo y la defensa del antisemitismo.

Neorracismo

Justamente la marcha de Vox de Espinosa de los Montero del partido del que fue uno de sus fundadores, desvela que su ultraliberalismo ha sido eventualmente derrotado por el proteccionismo interventor de Santiago Abascal, más cercano a Falange y su particular ideario nacional socialista. Abascal tiene una guardia pretoriana cuya cabeza pensante es Jorge Buxadé, un falangista destacado que suele decir que no se arrepiente de haber militado en Falange y sí por haberlo hecho durante algunos años en el Partido Popular. Buxadé, un Rasputin del tres al cuarto, se ha encargado de ningunear y dejar a un lado a Espinosa de los Monteros.

Buxadé es un nostálgico del pasado franquista. Creyente del mito del “gran remplazo” se propone militarizar Vox. Es hijo de un militar que fungió como juez perseguidor de objetores de conciencia que se negaban a incorporarse al ejército.

El neorracismo se enfrenta al multiculturalismo y a la integración de las etnias. Su posición antimigración por motivos culturales, económicos (quitan empleos) y de seguridad, cierran el círculo de una sociedad en la que cada comunidad ocupa su lugar, sin mezclarse. La posición del neorracismo radicaliza la expulsión de migrantes como medida básica contra las pretensiones de islamización de las sociedades europeas. Algo que conecta con medidas de seguridad ciudadana como eje de su propuesta política. El autoritarismo es bandera política del neorracismo.

Los neorracistas advierten un declive cultural, sufren un desengaño frente a la modernización que debería haber fomentado la necesidad de un nuevo poder hegemónico, y practican un populismo que alimenta el mito de que el pueblo debe resurgir. Hasta el momento esta agenda no ha logrado imponerse sobre el resto de partidos políticos.

El racismo posmoderno presupone que diferentes razas tienen niveles desiguales de desarrollo intelectual, cultural, económico y político, en lugar de otros diferentes. Las teorías educativas y psicológicas más extendidas sitúan a menudo a los estudiantes europeos en una etapa superior, comparada con las de niñas y niños de otras etnias.

El etnocentrismo europeo vive la contradicción de no poder evitar que diferentes etnias vivan en espacios plurales en un mismo territorio, mientras rechaza las ideas de igualdad de estatus. Desde este enfoque el mundo es un territorio único para la dominación de razas inferiores por otra superior.

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo