Ese sabio, de alcance internacional e incluso universal, que dice llamarse Wikipedia afirma muy escuetamente en su ventanuco informativo que “la Política es la ciencia del poder y la capacidad de una persona o un grupo de personas de influir sobre la voluntad de los demás…”. Claro está que luego desarrolla esta escueta y rudimentaria propuesta de tal manera que bien podemos afirmar que “Política es todo: toma de decisiones, relaciones de poder entre individuos, distribución de recursos o estatus sociales…”. Y también (así, encabezado por ese “también”, que suele anunciar pegotes muy poco rigurosos como para completar una definición seria), es el arte, doctrina o práctica referente al Gobierno de los Estados, mediante la participación ciudadana, por tener ellos la capacidad de repartir y ejecutar el poder según sea necesario para garantizar el bien común de la sociedad. Wikipedia dixit, que es tanto como rendirse a ese ejercicio de fe que aprendimos de niños en las Iglesias: “Palabra de Dios…Te alabamos Señor”. Sin embargo, la inteligencia popular, es decir, ese ejercicio de repetir sin descanso una definición como si fuera una soflama para vestirla de razón y autoridad, ha convertido la Política en una simple actividad desprovista de virtudes, un instrumento poco dotado de razón de ser que incomoda nuestras vidas y nos obliga a someternos a compromisos que no aceptamos porque creemos que nos restan autonomía y autoridad moral, que nos someten a la voluntad de los que ocupan los peldaños más altos de la sociedad aunque hayan accedido a ellos mediante prácticas tan poco admisibles, e injustificables, como inhumanas.

En eso estamos, precisamente ahora que las ideologías hacen aguas porque los pensamientos se quedan reducidos a frases hechas que persiguen más el predominio individual que el bienestar colectivo. Se trata, en suma, de proponer fórmulas que marquen demasiado bien los territorios que debemos ocupar cada cual. “La Política es para el que vive de ella”, es el dicho popular que con tanta frecuencia se repite en las tertulias de amigos, o en los mostradores de los bares, tabernas y cafeterías. Y ello, sin profundizar lo más mínimo en el dicho y en la dimensión que tiene, porque el que “vive de la Política” en un régimen democrático como el español, por ejemplo, solo tiene garantizada la vida, en lo que a la percepción de un salario se trata, durante los cuatro años que dura una legislatura, y en muchos casos, cobrando algo menos que lo que percibía en su trabajo habitual. (Sé que esta última afirmación llevará a algunos a mostrar esa audaz incredulidad de quien no se haya parado a pensar, y necesita boyas o salvavidas para desenvolverse en el proceloso mar de sus vidas y existencias). Pero la Política, como actividad habitual, lleva aparejadas tales obligaciones que quien la dirige y administra se ve obligado a ejercer esa virtud, tan escasamente practicada en la vida normal, de ser fiel a un ideario que debe ser obedecido como si se tratara de un decálogo religioso. Que, en nuestros días, se pueda ser de una opción o formación política sin estar adscrito a ninguna tabla de prescripciones ideológicas (ideología) forma parte de ese modo superficial de militar en las formaciones políticas que no obliga a casi nada. Hoy en día las ideologías se escriben desde el oportunismo y la ambigüedad propios de las conveniencias. Las ideologías más antiguas —socialismo, comunismo, anarquismo, etc— están en los libros de texto y los viejos tratados históricos, pero los nuevos ideólogos, esos atrevidos aprendices de conductores de masas, prefieren acudir a crear formaciones que responden a impulsos y no a movimientos o razonamientos consumados (Podemos, Ciudadanos, Somos, Sumar).

¡Veamos! Procediendo del Partidos Comunista, como procede, y ostentando el importantísimo cargo de ministra y vicepresidenta del Gobierno español, Yolanda Díaz ha creado una plataforma llamada Sumar. La ambigüedad ha quedado servida, porque nadie sabe a qué han de corresponder las cantidades que se sumen, si han de ser conceptos de igual naturaleza y significado, o sencillamente “unos y otros”. Porque quienes hemos profundizado un poco en los desvaríos producidos en nuestro mapa político en los últimos quince años debemos tener bastante claro que los pseudolíderes que llegaron con la intención de inventar y diseñar un nuevo mapa de partidos políticos, argumentando ser depositarios de nuevas ideologías y compromisos sociales, solo eran oportunistas que aprovecharon las crisis de las ideologías clásicas para inventar espacios de ambigua definición (Ciudadanos, Podemos, Sumar, Soria o Teruel Existen, etc…). Si a estas ambigüedades nominativas añadimos las huidas de sus protagonistas (Rivera, Pablo Iglesias, etc) a buscar la vida lejos del compromiso político o ideológico, en espacios y lugares halagüeños para ellos (aunque no lo fueran para sus primitivos seguidores), nos encontraremos en un mosaico de colores, proyectos e ideas como el actual.

Los ciudadanos asistimos, dubitativos, a estas muestras de oportunismo que tienen, casi siempre, una finalidad muy concreta, pero un objetivo demasiado difuso. Yolanda Díaz, cuya ideología política y adscripción partidista han sido tan firmes como inconfundibles, haría bien en explicar con todo detalle qué significa el término “Sumar”, principalmente para que quede bien clara la naturaleza, y los fines y objetivos, de lo que “se suma”. Porque si los productos que se suman no son de la misma naturaleza o condición, bien cabe que el producto final resultante constituya un mosaico difícil de definir, algo parecido a este Podemos que cada día nos ofrece una razón, más fuerte o más débil, para dudar de sus intenciones reales.

Sí. Las ideologías clásicas están en crisis: de identidad, de ideas y de contenidos, pero la solución pasa porque recuperen su esencia y liquiden a los impostores que, en un principio se han protegido tras sus idearios, y luego han puesto todo el empeño en carcomerlas desde entro, siempre en su provecho.