Debe de ser una mala costumbre la de opinar sobre las cosas que suceden, sobre los acontecimientos que surgen y se desarrollan de modo arbitrario y casual. Mi intención, cada vez que he enarbolado la pluma para escribir sobre lo que sucede ha sido ser reflexivo, atenerme a las normas más “normales”, —valga la redundancia—, e intentar ser tan racional como constructivo. Siempre he creído que la política tiene sus hábitos y normalidades porque desde que cumplí mi mayoría de edad desistí de encabezar ningún tipo de revolución. La razón de mi actitud fue que, con pequeñas salvedades, todo estaba ya inventado, que la Historia ofrecía suficientes muestras y modelos como para distinguir cuales eran las intenciones de cada cual. Pero, de pronto, mis convencimientos se han ido al garete, pues no en vano creo que estoy asistiendo a un ocaso de las ideologías, sociales y políticas, que ahora mismo suponen un esfuerzo inasumible por las de los grandes principios sociales. ¿Qué son, ahora mismo, el socialismo, el comunismo, el anarquismo, e incluso los nacionalismos? ¿Meros términos que no suponen ningún esfuerzo importante a quienes dicen encarnarlos o sustentarlos? Ahora mismo, en España, solo tienen notoriedad real el socialismo del PSOE, el comunismo del PCE o el nacionalismo del PNV, porque mantienen su valor ideológico en sus propios apelativos, además de en sus modos de proceder. Sin embargo, prácticamente el resto de los partidos españoles activos, en su gran mayoría son surgidos de la casualidad más que de la causalidad. Se han ocultado detrás de nombres ocurrentes que no definen precisamente ningún tipo de ideología política. ¿Será porque no la tienen realmente, o será porque prefieren eludir cualquier compromiso firme con colectivos concretos desde la propia denominación?

La crónica política está llena de eufemismos y ambigüedades. Ya desde el nombre de las formaciones, lo que se pretende es suscitar dudas convirtiendo a las ideologías clásicas en meros proyectos sociopolíticos de difícil y ambigua interpretación y explicación. El punto de arranque fue el ocaso o fracaso de algunas ideologías clásicas que no supieron o no pudieron adaptarse debidamente a los nuevos tiempos. La caída del comunismo, —mal llamado “socialismo real”— dejó huérfanos a una pléyade de irreductibles que se empeñaron en degradar y desacreditar al socialismo más racional. No lo lograron, peor aún, tampoco aceptaron (salvo unos pocos) pasar a engrosarlo y dotarse del rigor y la intensidad que, según ellos, le faltaban. Algo parecido ocurrió en otras opciones ideológicas (Léase, por ejemplo, el nacionalismo vasco que vio surgir en su extremo otra opción que prefirió llamarse “abertzale” exclusivamente para diferenciarse e intentar desacreditar en lo posible al nacionalismo existente). Pero esa especie de desacreditación de lo viejo o usado ha traído consigo un descrédito de las ideologías clásicas, cuyas formaciones viven camufladas tras nombres ambiguos que no las delaten y las distingan del pasado. Los artífices de tal desaguisado han sido, en gran medida, tres: la ineficacia de los partidos clásicos para resolver los viejos problemas, la osadía de nuevos (pseudo)líderes que han creado grupos ideológicos y políticos de tan escasa enjundia como elevada trama propagandística, y la degradación de la acción política, más preocupada por la ostentación y el uso dudoso del poder, que por la auténtica mejora de las condiciones en que viven los ciudadanos.

Llama la atención el hecho de que, de pronto, surjan grupos políticos capitaneados por pseudolíderes que han sido despedidos o proceden de otras formaciones políticas en las que no fueron capaces de llegar a los puestos de mando o dirección. Les basta con obtener, como mucho, media docena de escaños en el Congreso de los Diputados, que venden a precio de oro o permutan por puestos de tercero o cuarto orden en las Instituciones públicas o en la Administración. Del mismo modo, se pergeñan coaliciones y uniones de conveniencia entre formaciones que se bautizan con apelativos tan rimbombantes como escasamente significativos: UPodemos, Más País, Ciudadanos, Compromis, Barcelona en Común, Equo, EHBildu, PdeCat, Vox, NCa, Mes per Mallorca, FAC-Foro Asturias, ASG-Agrupación Socialista Gomera, etc… Del mismo modo, en época electoral, se improvisan listas y se consiguen escaños mediante oportunas alianzas, argumentando que tales uniones de conveniencia responden al abandono del que hacen gala las formaciones políticas tradicionales con algunas provincias no demasiado pobladas, léase como más conocidas Soria, Teruel y alguna otra menos numerosa en los votos obtenidos.

Sin embargo, el Congreso de los Diputados adolece actualmente de exceso de superficialidad en los debates, y se proyecta al exterior como un foro demasiado falto de utilidad. Es mucho más evidente el ruido que las nueces, quizás porque las ideologías han apostado por la espectacularidad en lugar de apostar por la eficacia. El último encontronazo divulgado en los medios de comunicación entre la actual vicepresidenta Yolanda Díaz y el antiguo vicepresidente Pablo Iglesias, actualmente en el dique seco de la política, no puede ser más chusco y ridículo, porque reclamar “respeto” a la vicepresidenta es algo gratuito y atrevido en boca del “chef” de Podemos, cuyo paso más importante en su vida política fue abandonar la nave antes de que se hiciera (o recién se había hecho) a la mar de la política. Casi al mismo tiempo Macarena Olona se ha permitido afirmar que “Vox es el pasado” para contrarrestar el disgusto que le ha dado el fascista Abascal retirándola de la primera línea de Vox.

Mientras tanto, el debate político adolece de una superficialidad excesiva, con un parlamento que no debate ni contrasta ideologías. Las leyes que pretenden marcar y dirigir nuestros destinos permanecen en la recámara esperando tiempos mejores. Pero permanecen, adormecidas y amenazantes, ocultas en los cajones de la Cámara denunciando la ineficacia de un parlamento que habla, incluso grita, pero nada dice. Si no me fallan los datos, hay una petición pendiente para elaborar una ley mental que lleva más de un año esperando después de que la tramitación haya aceptado ya 43 prórrogas. Sirva esto como muestra de la ineficacia de la coalición, toda vez que la espera obedece a la cerrazón del grupo político menos numeroso en la coalición gubernamental. La debilidad del gobierno español deriva de la inestabilidad que provoca una formación como UPodemos, mucho más obsesionada con los oropeles que con la eficacia. Sin embargo, en su empeño por no pasar desapercibido, UPodemos ha propuesto, y en algunos casos ha arrancado del PSOE, pronunciamientos escandalosos como la posible eliminación del delito de enaltecimiento del terrorismo. 

En los últimos tiempos han trascendido y aflorado a las informaciones públicas más discusiones y conflictos entre los socios del Gobierno. Se trata de una unión de conveniencia es verdad, escasamente compacta, sostenida por la pertinencia propia del momento, aunque no por la afinidad ideológica de quienes aún permanecen unidos (PSOE y UPodemos). Unos y otros deben reflexionar. Que cada cual aporte a la unión aquello que es más valioso: UPodemos su espontaneidad y, quizás la valentía propia de su escasa experiencia; y el PSOE su experiencia probada y la sabiduría adquirida tras tantos años de andadura. Pero, sobre todo, harán ambos muy mal en porfiar y debatir entre sí públicamente en los medios de comunicación sobre el sexo de los ángeles. La inexperiencia y exceso de protagonismo de UPodemos debe asimismo respetar a quienes, desde la experiencia de un partido centenario (y más) prefieren no conquistar los cielos a garrotazos.