DESPUÉS de tres años de escándalos, polémicas, traiciones y divisiones bajo el mandato de Boris Johnson, el Reino Unido tiene de nuevo una primera ministra. Liz Truss, líder ahora del partido consevador y exministra de Exteriores, será quien lleve el timón de una nave en los tiempos de tormenta que se avecinan.

En la pugna política dentro de las filas conservadoras, Truss que no había salido en posición de ganadora, ha logrado sacar ventaja a sus rivales masculinos mejor clasificados. El último ha sido Rishi Sunak, parlamentario millonario de origen indio y exministro de Economía a quien algunos turbios manejos de su mujer con los impuestos, le han pasado factura en la carrera por llegar al número 10 de Downing Street. Demasiado rico, incluso para el partido conservador, parecen pensar muchos de los votantes tories.

Liz Truss, la tercera premier de la historia política del Reino Unido, precedida por Margaret Thatcher y Theresa May – todas del partido conservador– ha tenido una militancia política cambiante: de ser una joven contestataria que proponía la abolición de la monarquía a una postura conservadora y neoliberal en el campo económico; de ser favorable a la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea a posicionarse claramente en contra de él.

A muchos de sus colegas estos bandazos ideológicos les hubiera costado una pesada factura; no ha sido el caso con Liz Truss, en quienes algunos, empezando por ella misma, quieren proyectar la imagen de Margaret Thatcher. Boris también quiso emular a Winston Churchill, pero su cabellera desordenada, así como la falta de un grueso puro en la comisura de los labios le traicionaron. Amén de otras cosas, claro.

Uno de los ejes consustanciales del programa de Truss, nacida en Oxford y de 47 años, es su rotundidad a la hora de rebajar los impuestos a la ciudadanía. Lo ha repetido machaconamente en sus actos públicos. Solo ella parece saber cómo afrontará su gobierno las ayudas al precio disparado de la energía. No hablamos solamente de los ciudadanos, sino de las propias empresas. Incluso dentro de su propio partido la primera ministra encontrará oposición a una rebaja radical de los impuestos que deje a los ciudadanos y ciudadanas en posiciones precarias por falta de recursos gubernamentales. El otoño del descontento puede estar al caer.

Otro de los campos que presenta peligrosas aristas es el de la sanidad pública. Durante décadas en el ojo público por su cada vez más menguantes y peores servicios, los británicos, en general, atribuyen a los conservadores falta de interés por un sistema sanitario que en otros tiempos fue el más avanzado del globo y que hoy acusa una falta sustancial de hospitales y personal médico. El bien común puede quedar relegado a la presión del dinero. No ha sucedido solamente en el Reino Unido, pero las desigualdades sociales en el país se agudizan cada día.

La unidad de los conservadores lleva tiempo en entredicho. La razonable estabilidad política de otros tiempos del Reino Unido ha volado. En los últimos años hemos visto a Cameron, Theresa May y Boris Johnson entrar y salir por la puerta negra de Downing Street. Los tres se despidieron antes de tiempo. Las razones tienen mucho que ver con las diferentes corrientes que existen en el partido. El Reino Unido empieza a parecerse a Italia. Truss tiene de momento una holgada ventaja de 71 parlamentarios sobre los laboristas, pero también tiene sus enemigos, entre ellos Rishi Sunak, quien la ha acusado de planes inestables en el campo económico. Y la pelea no ha comenzado aún.

En 1978, con los laboristas en el gobierno, las huelgas de los empleados del sector público dejaron el Reino Unido sin servicios, pararon hasta los sepultureros y los basureros. En los hospitales solo los pacientes de emergencias pudieron ser atendidos. Aquel invierno ha quedado en el imaginario colectivo de los británicos como “el invierno del descontento”. El resultado final fue el cambio de gobierno y el comienzo de la era Thatcher. Liz Truss tiene ahora su oportunidad de gobernar dos años más, pero “el otoño del descontento” parece estar próximo. Los sepultureros también podrían enterrar esta vez al partido conservador, aunque de momento se ve poco probable. l

* Periodista