LA inflación sigue disparada, y claro, hay que pararla de alguna forma. ¿Cómo? Está claro: subir los tipos de interés. El futuro no es halagüeño, si hacemos caso a la advertencia de Jerome Powell, gobernador de la Reserva Federal Norteamericana: “las subidas de tipos debilitarán al mercado de trabajo y provocarán algo de dolor a familias y empresas”. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Debemos comenzar remarcando una idea: no esperábamos unos precios tan altos. Sí, una vez visto todo el mundo es listo, y quizás la guerra de Ucrania nos hizo comprender que podía llegar lo tercero peor (en primer lugar, la pérdida de vidas humanas; en segundo lugar, las pérdida de recursos económicos esenciales) en forma de inflación. Sin embargo, no se esperaban estos niveles. España está en un 10.7%, por encima de la media de la eurozona, que se encuentra en un 8.9%. Las razones, además de la guerra, vendrían dadas por las políticas monetarias expansivas que han introducido una gran cantidad de dinero en el sistema. Tarde o temprano, eso se refleja en los precios. Hay otras causas: la gran cantidad de ahorro acumulada en la pandemia o la política china de covid cero que ha ralentizado la velocidad de suministro. Además algunos mercados funcionan, implícitamente, como un cártel. ¿Cómo no recordar la velocidad con la que sube la gasolina cuando aumenta el precio del barril del petróleo y lo que le cuesta bajar cuando ocurre lo contrario?

Como siempre en economía, desconocemos el peso de cada uno de estos factores en la inflación actual, y se supone que los expertos (definir un “experto economista” no deja de ser un oxímoron) se dedican a realizar esta valoración. En definitiva, no hay duda: tenemos un problema. ¿Qué podemos hacer?

A nivel individual, se tiende a discriminar más los gastos, eliminando aquellos que nos parezcan estúpidos o caprichosos. También habrá problemas de conflictividad laboral: se corre el riesgo de entrar en una espiral continua de inflación (más precios, más salarios y así sucesivamente). A nivel gubernamental, se ha decidido penalizar a los bancos y a las empresas energéticas. Los famosos bonos de tren o los descuentos realizados en trayectos urbanos permiten aliviar el coste del transporte recurrente a la clase media. Otras opciones son deflactar el IRPF: ajustar impositivamente el tramo de renta para no perder adquisitivo por culpa de la inflación. Es pertinente controlar la competitividad de los mercados: además de pactar precios, podría ocurrir que algunas empresas almacenarían algún producto de interés para que así suba su precio y así aumentar su beneficio. Más urgente que vigilar con videocámaras los mataderos de animales es vigilar el correcto cumplimiento de las leyes de mercado.

¿Mucho trabajo? Sí. ¿Difícil? También. Todas las medidas tienen un coste. Unos agentes económicos ganan, otros pierden. En fin, eso es gobernar: decidir teniendo en cuenta las consecuencias de lo que se hace. Lo fácil sabemos hacerlo todos.

A nivel monetario, la intervención corresponde a los bancos centrales. En nuestro caso, al Banco Central Europeo (BCE). Lo más aplicado: los tipos altos. Eso encarece el acceso al crédito, con lo cual hay menos inversión y menos gasto. Eso supone, tarde o temprano, precios más bajos. Asunto resuelto. Antes de analizar las consecuencias de esta medida, pensemos en el mandato principal de los bancos centrales: proporcionar dinero al sistema económico y que dicho dinero conserve su valor. Si la inflación persiste nuestros ahorros irán al vertedero.

Con tipos altos, sale más caro pedir un préstamo para comprar un piso. En consecuencia, esperamos que los precios bajen. Bueno, sale más caro pedir cualquier préstamo, como los aplicados al consumo. Menos dinero para gastar. Precios más bajos. Con tipos altos, los ahorros tienen un mayor rendimiento. Parte del dinero que iría a bienes y servicios lo dejamos en un depósito, o compramos un bono del tesoro. Precios más bajos. Con tipos más altos, las hipotecas a tipo variable son más caras. En agosto del año 2000, el Euribor estaba en el 5.248%, en julio del 2008, en el 5.393%, en julio del 2011, en el 2.183%, en enero del 2021, en el -0.505%; en agosto del 2022, en el 1.483%; para el próximo año se espera una horquilla entre el 1.5% y el 2.2%. Las familias cuya referencia sea un tipo variable, deberán pagar más cada mes. Eso implica menos gasto en otras cosas. Precios más bajos.

Los indicadores económicos adelantados no son buenos. Los índices de confianza y producción en la construcción son negativos. La matriculación de vehículos de carga y automóviles disminuye. La disponibilidad de bienes de equipo, también. El comercio al por menor ya ha comenzado a decrecer. La prima de riesgo, es decir, el diferencial de interés respecto del bono de referencia alemán está en 120 puntos básicos.

¿Qué hacer?

Sólo hay un consenso: los tipos altos. l

* Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela