VIVIMOS tiempos de cierta precariedad porque no son muy mayoritarios, en número, los que viven de un trabajo fijo y duradero, además de debidamente remunerado, respecto a quienes trabajan en puestos provisionales y, como tal, mal y escasamente pagados. No es extraño que hayan surgido pensadores y economistas que urgen a que los responsables políticos se comprometan a buscar soluciones solventes ante la precariedad laboral y el empleo que devuelvan la dignidad, y cierto grado de tranquilidad, a quienes acuden cada mañana a su puesto de trabajo sin saber realmente si al día siguiente va a poder acudir al mismo trabajo. El gran número de trabajadores sujetos a contratos parciales, temporales en algunos casos, a media jornada o por horas en otros casos, o sometidos al más absoluto secreto porque sus nombres no figuren –ni deban figurar, por voluntad de sus empleadores–, en ningún documento oficial, está disparado. En su libro El Precariado: la nueva clase peligrosa, del economista Guy Standing, constituye una auténtica denuncia del vejatorio trato que los actuales modos de empleo permiten, siempre como consecuencia del uso abusivo de contratos temporales e indebidamente remunerados que convierten al trabajador en una simple herramienta (humana, eso sí) de la que se puede prescindir cuando no resulta suficientemente productiva.

En los tiempos actuales, que se caracterizan entre otras cosas porque los ciudadanos –y los trabajadores, por tanto–, salen de sus centros de formación, de las universidades y de las escuelas técnicas, debidamente preparados, son demasiados los que encuentran serias dificultades para encontrar trabajos razonables. En todo caso, someten sus altas cualidades y cualificaciones técnicas a los caprichos de una Economía demasiado obsesionada con obtener unos beneficios que sólo reviertan en el Capital de quienes, casi siempre, ejercen de patronos tan insaciables como autoritarios. El mundo, incluso ese mundo que se dice desarrollado, está dirigido por gentes que aceptan, e incluso desean, que el trabajo no alcance para todos los humanos. Ello, a pesar de que el nivel de educación y formación de los trabajadores sea muy superior al trabajo que deben desempeñar, lo que les lleva en muchos casos a desarrollar funciones de nivel superior al nivel para el que son contratados. En palabras de Standing, “no pueden dar a sus vidas una narrativa ocupacional, porque no saben realmente qué son”. Sus trabajos varían desde el ejercicio de funciones algo técnicas o sofisticadas, hasta la ejecución de meros trabajos manuales, e inestables, que en buena medida reducen su significación ciudadana y laboral. Poco a poco el trabajador va perdiendo algunos derechos de ciudadanía que le postergan y arrinconan en el rango social al que creen pertenecer: “La gente trabaja más, pierde los beneficios sociales y no obtiene casi nada a cambio” (Guy Standing).

La precariedad laboral ha convertido nuestras calles, plazas y parques en centros de recreo y descanso de personas, en gran medida ociosas. Sin embargo, se produce la brutal paradoja de que la juventud mejor formada y más instruida, además de informada, encuentre grandes dificultades para diseñar y desarrollar un modo de vida culto y saludable. Standing desea argumentar con valentía para reivindicar cambios en las estructuras sociales y de poder, pero retrocede: “Hay nuevos movimientos ecologistas, sociales, un precariado cada vez más enfadado, que trasladará presión a los gobiernos para pensar de un modo diferente pero el actual Gobierno de coalición (PSOE, UP) no creo que sea de izquierdas en la práctica”. Da la impresión de que la sociedad permanece a la expectativa, temerosa de que la solidaridad deje de ser una actitud propia del progresismo y de las izquierdas. El discurso que usan nuestros líderes –de izquierdas o de derechas, indistintamente– adolece de sufrir grandes dosis de cobardía. Cuando el trabajo no compromete a todos, porque no alcanza a todos ni para todos, es preciso pensar en quienes no lo tienen, pero la solución no pasará solamente por el hecho de que lo busquen denodadamente los desempleados, sino porque los gobiernos y las instituciones actúen con responsabilidad distribuyendo el trabajo existente, promocionándolo y facilitando a los ciudadanos su acceso a él… Si bien resulta evidente que su escasez para cubrir toda la demanda humana bien puede remediarse mediante el reparto de tal empleo.

Debemos exigir a nuestros dirigentes políticos, a quienes se adscriben la función de pensar, a quienes dictan las leyes y normas que rigen nuestros comportamientos que, en el caso que nos ocupa el fin debe “justificar” los medios, porque el fin es tan importante y definitivo que es realmente el que conformará las relaciones humanas, es decir, estructurará nuestra convivencia. Dice Standing que “uno de los problemas que ha tenido la izquierda ha sido que hemos permitido a la derecha apropiarse del discurso de la libertad”. Quizás sí. Es verdad. Pero la libertad, como concepto, no debe tener el mismo significado cuando la utiliza y esgrime la derecha que cuando lo hace la izquierda. Que ciertas izquierdas se hayan atrevido a proclamar la libertad como una disculpa para sojuzgar, en lugar de proclamarla como un instrumento para favorecer la igualdad real, no debe equivocarnos.

Lo precario suele ser escaso e inseguro. Y es preciso que deje de serlo. Nuestra condición humana nos lo exige, salvo que no seamos tan humanos… l