N el periódico Público, Ana Pardo se pronuncia claramente a favor de los indultos para los independentistas catalanes. Hay una frase suya que me parece tan vacía como inapelable, y yo estoy ahora mismo en ese momento en que no soy capaz de ofrecer ninguna idea definitiva. Desde que afloraron las dudas, auspiciadas por algún anuncio del presidente del Gobierno, todo han sido conjeturas, especulaciones y elucubraciones mentales. No han faltado las voces a favor ni las voces en contra. Para que no falte nada, tampoco han faltado las comparaciones entre este indulto que se anuncia y otros indultos ya consumados a lo largo de nuestra historia, de la más antigua y también de la más reciente. En esta última aportación de Ana Pardo se establece la comparación de los probables indultos con los de Vera y Barrionuevo, e incluso de Gómez de Liaño y de Tejero. Lo curioso es que ella no se pronuncia sobre la idoneidad de la decisión que, en su momento, les indultó. Concluye que si los anteriormente nombrado fueron indultados, ¿por qué no van a ser indultados los independentistas catalanes, actualmente encarcelados? Sin embargo, no llega a pronunciarse sobre su aceptación, o su posicionamiento a favor o en contra de tales indultos... Si los indultos de Vera o Barrionuevo fueron anormales o perjudiciales para nuestra democracia, ¿por qué han de ser beneficiosos los de los dirigentes catalanes independentistas?

No se ha producido aún ningún pronunciamiento serio y contundente en ningún sentido. Es cierto que los espacios reservados a la opinión de los diarios vienen mostrando una gran afluencia de razones y sinrazones en uno u otro sentido pero, yo que soy lector profuso de las páginas de opinión de los periódicos, me he encontrado con una mayoría de artículos que, en una u otra dirección, intentan justificar el indulto como si la estancia en la cárcel de los líderes independentistas catalanes, que es consecuencia de una serie de juicios debidamente desarrollados y concluidos, no tuviera que ver con la justicia. Grandes personalidades de la política, y algunos menos del ámbito de la justicia, se han pronunciado. (Más a favor que los que lo han hecho en contra, al menos en el ámbito en que yo me desenvuelvo). No me cabe ninguna duda de que los pronunciamientos y las opiniones han surgido de las buenas intenciones y el rigor, pero tampoco me caben dudas de que, en los tiempos que vivimos de sequedad ideológica de unos y perversas ansias de poder de otros, los presos catalanes se han convertido en una moneda de cambio que circula, con la mayor desvergüenza, en la política actual. Que Tejero -aquel de "¡quieto todo el mundo!" con la pistola en ristre y el dedo en el gatillo- estuviera en la calle tras obtener un "perdón" totalmente inmerecido, me lo tomo como una obra de caridad ejercida con una persona despreciable, aunque entrada en una edad excesiva para soportar las penas carcelarias. No ocurre lo mismo con los indepes catalanes, aún pujantes por edad y vitalidad, a los que debería serles requerida alguna muestra de arrepentimiento, aunque adoleciera de falsedad, como aquella del exrey que dijo "no volverá a suceder"... Pero siguió sucediendo.

El caso es que, en esta oportunidad, yo he extendido ante mí páginas y más páginas de periódicos que recogen reseñas y opiniones, y me ha resultado un puzle desordenado en el que unas noticias desmienten a otras, unas opiniones se empeñan con suerte muy diversa en desacreditar a las otras. Es eso lo que me ha traído a escribir este artículo que espero que no llegue a descubrir todo lo que opino realmente al respecto. Sin embargo, deseo que este debate, quizás escasamente riguroso y constructivo, deje de ocupar páginas de periódico. Las narraciones, redacciones y opiniones han de contener razones y conocimientos suficientes para que los lectores saquen conclusiones certeras, y no precisamente para llevarles al terreno, siempre interesado, de los líderes políticos expertos en el manejo de las especulaciones y la propaganda. Los líderes han de esmerarse en cambiar la propaganda por el justo criterio, desde sus principios ideológicos, en el caso de que sean dichos principios los que guíen sus comportamientos.

Esta maraña de opiniones e impresiones alrededor de los indultos de los políticos catalanes está provocando una muy dañina consecuencia en la mayoría de las fuerzas políticas españolas, a excepción de las catalanistas (y alguna otra fuerza nacionalista o independentista que aplica el refrán de "a río revuelto..."). Frente al posicionamiento del Gobierno -que suena con demasiada contundencia cuando le esgrime el presidente-, las voces de los independentistas catalanes parecen meros rumores. No quieren el indulto, no admiten el perdón, porque de nada han de ser perdonados ni indultados, toda vez que las leyes por ellos trasgredidas no solo eran injustas sino que constituyen una afrenta y un ataque a su libertad. Puigdemont, que huyó como alma que lleva el diablo para rehuir cárcel y castigo, se atreve a todo espoleado por su propia cobardía: "Es obvio que nosotros no estamos inhabilitados para hacer política para nadie, excepto para España". Pero se dedica a hacer la política desde una distancia excesivamente prudente, desde la que solo se atreven a actuar los cobardes, o quienes actúan como pirañas clavadas en el torso del lomo que las mueve. De este embrollo, tan lioso como inexplicable para la ciudadanía normal y corriente, cada cual opina según sean sus quimeras o sus intereses. Cada uno expresa sus opiniones pensando en el efecto que pueden producir en los oídos o el entendimiento de los que escuchan.

El presidente Sánchez ha advertido de que "arreglar los problemas no tiene coste; tiene coste dejarlos como están". Tiene mucha razón; sin embargo, hay veces que se presentan como problemas sencillas vicisitudes producidas caprichosamente por agitadores. Los independentistas catalanes encarcelados cumplen sus penas, que no son precisamente la respuesta a un capricho de los jueces sino el resultado de juicios sopesados. Del mismo modo, otros independentistas catalanes, huidos, participan en la desordenada discusión haciendo alarde de un respeto que no ejercen realmente, a la vez que viven ajenos al lugar y los centros en los que se deciden y resuelven los problemas. Ha dicho Puigdemont que "ni estoy en el gobierno catalán ni le tutelo", pero ha respondido a la posible dación de indultos por parte del Gobierno español que se trata de una solución "personal", pero no política, que él no comparte. De modo que los anunciados y casi seguros "indultos" no van a resolver el problema sino solo atenuar la irracional discusión que se ha desatado.

El asunto no da mucho más de sí.

El Gobierno tramitará y concederá los indultos (casi seguro) a los presos catalan(istas) sin obtener a cambio ninguna reacción pacífica de ellos. El comportamiento de los líderes del nacionalismo catalán, capaces de "acordar" entre ellos un acuerdo de formas e ideologías casi antagónicas en lo social y económico para derrotar, y alejar del gobierno, a quien ganó las elecciones -el socialista Illa-, fija claramente el interés frentista de los nacionalistas catalanes. De muy poco servirá la voluntad mostrada por Pedro Sánchez, tal como ya le ha adelantado el presidente catalán Pere Aragonés, porque su empeño no es hablar de financiación u otros aspectos dirigidos a consolidar los derechos, y forjar una vida holgada y dichosa para los catalanes, "sino la autodeterminación". Incluso no le ha temblado el pulso a la dirección de ERC al proponer que el preso Oriol Junqueras esté en la mesa de diálogo con el Gobierno. Imaginen ustedes cuál puede ser la aportación del citado preso, en un marco de debate o negociación, después de conocer por activa y por pasiva que su encarcelamiento fue una especie de capricho de los jueces que le juzgaron, según su opinión.

Queda, pues, poco por debatir. Los indultos no van a servir para pacificar el proceso, ni para dotar de cordura y moderación a los dirigentes catalanes. Pero el Gobierno del Estado, en un alarde de solvencia y de responsabilidad, está por la labor de correr todos los riesgos porque está en juego la normalización de Cataluña, de España, de los catalanes y de los españoles. Al esfuerzo del presidente y del Gobierno debería responder el presidente Aragonès y el Gobierno catalán con la debida lealtad y cordura, pero mucho me temo que los independentistas catalanes consideren un posible indulto como una muestra de debilidad del Gobierno de Pedro Sánchez... Y solo eso...