todos nos ha pasado, y cuando te ocurre, juras en arameo. ¿Quién no ha vivido el episodio de que, sentado en el retrete, se le haya acabado o, directamente, no disponga a mano, de papel higiénico? Desagradable, verdad. Pero real como la vida misma. Hay quienes piensan que los rollos de papel del váter van solos hasta el cuarto de baño y que se colocan por sí mismos junto al inodoro. Algo parecido con lo que pasa con la ropa sucia, que transita por su cuenta hasta la lavadora y luego se plancha para volver al armario por su propio pie colgándose de una percha.

Sin embargo, esta vez, lo del papel higiénico no podamos achacarlo a la pachorra de alguien, o a un descuido en las labores domésticas. ¿A quien pues? ¡A la globalización! Lo que nos faltaba, que de la ausencia de papel para limpiarse el trasero fuera culpable el capitalismo salvaje y el libre comercio mundial. Pues sí.

Es difícil hacerse cargo del problema. Más aún porque cuando alguien se aposenta en el "trono" para aliviarse no puede creerse que la no presencia del rollo sanitario esté fundamentada con el canal de Suez y el atasco monumental de barcos provocado por el porta contenedores varado en sus orillas tras una tormenta de arena. Al parecer, según diversas informaciones, en dicho paquebote se transportaba, entre otras mercancías, pasta de madera, materia prima fundamental en la elaboración del papel higiénico. La empresa destinataria -Celulosas Suzano SA-, con sede en Sao Paulo y que representa a un tercio de la producción mundial de dicha pulpa de madera, había anunciado que la parálisis comercial ocasionada por el accidente marítimo provocaría problemas de abastecimiento y, por ende, retraso en la producción de derivados, tales como el socorrido papel de váter.

Menos mal que el embotellamiento del canal egipcio se consiguió disipar en unos días.

¡Jodé con la globalización! Primero el coronavirus. Luego esto. A este paso, todos nos hacemos antisistema.

La fatiga pandémica, el cansancio del personal por tanta desgracia y limitación de vivencias, va a dejar paso en las próximas horas (lo está haciendo ya) a una desbordada reacción de sensaciones que, lamentablemente, va a pasar por encima de toques de queda, restricciones horarias y demás ajustes legales que, mucho me temo, se van a contravenir compulsivamente. A pesar de todos los llamamientos públicos a no bajar la guardia pues el virus sigue aquí, veremos a gente que parece haberse vuelto loca por la victoria deportiva de uno de los dos clubes vascos que en mañana por la noche, en Sevilla, se disputarán ser campeones de un torneo futbolístico.

Sea como fuere, habrá un equipo ganador y habrá una escuadra derrotada y la pasión, el desenfreno o la melancolía irán por barrios. La final es mucho más que una competición balompédica. Es un hito histórico en el que los dos clubes principales de la Comunidad Vasca se miden frente a frente en el culmen de un campeonato que, malgré-nous, lleva el nombre del jefe del Estado en el que, por imperativo legal, nos encontramos.

Ese duelo, inédito en la dilatada trayectoria deportiva de ambos equipos ha levantado ya, durante las semanas pasadas, la pasión de unas aficiones que a su rivalidad tradicional le suman la presión de no acudir a un estadio a defender sus colores desde hace más de un año, como consecuencia de la pandemia y la suspensión de eventos con presencia masiva de público. Se dan, por esta razón, las condiciones perfectas para una efervescencia masiva que desafíe las mínimas normas de seguridad y prevención que, por racionalidad y compromiso colectivo, deberíamos respetar, al margen de la alegría o tristeza del resultado de la final.

Es cierto que el Athletic o la Real son mucho más que simples clubes deportivos. Y su actividad trasciende del fútbol. Una gran mayoría de la gente siente los colores de su equipo como una parte consustancial de su identidad. Yo también. No me excluyo. Pero tal emoción no debiera hacernos olvidar que más allá de una final deportiva, más allá de una Copa, está en juego la salud y la vida de la gente. Porque, mientras en el estadio de la Cartuja saltarán al campo veintidós jugadores con el objetivo de ganar un partido, en nuestros hospitales habrá cerca de noventa personas en las unidades de cuidados intensivos en una contienda mucho más importante, la que se juega entre la vida y la muerte.

Celebremos pues lo que toque. Pero con responsabilidad. Sin atentar contra la seguridad de los demás, porque los excesos de hoy pueden convertirse mañana en decesos.

Otro ámbito que, desde mi punto de vista, debemos trabajar todos para reducir al máximo su impacto es esa destructiva hostilidad que en ocasiones deviene de la rivalidad competitiva existente entre el Athletic y la Real. En este campo, como en otros en los que los sentimientos particulares juegan un papel relevante, las personas podemos ser y querer ser lo que libremente deseemos, sin necesidad de odiar lo que no somos o lo que otros son. Respeto, por lo tanto, a cada cual y tolerancia cero al insulto, al descrédito, la humillación o el intento de activar agravios entre territorios, localismos o sociedades. Una sociedad como la nuestra no puede permitirse el lujo de que su gente se divida por la interacción de quienes utilicen mensajes afectivamente disgregadores disfrazados de pugna territorial, deportiva o cultural.

Siempre habrá graciosos que aprovechen cualquier ocasión para colocar sus chistes enfadando a unos o a otros, dependiendo de su adscripción. Por eso sé que mi mensaje es voluntarista y tal vez su éxito sea escaso. Como aquella mención de un embajador norteamericano en las Naciones Unidas cuyo nombre no merece recordarse que en el año 1948, en plena guerra entre árabes y judíos reclamó de ambos bandos que arreglasen sus desavenencias por vías pacíficas "como buenos cristianos".

Todo esto se produce, además, en vísperas de otro Aberri Eguna. El segundo consecutivo que los vascos celebramos envueltos en la pandemia. El pasado año reivindicamos nuestro sentimiento patriótico encerrados en casa. Aislados para protegernos colectivamente de una enfermedad que había llegado de repente y que amenazaba nuestras vidas.

En esta edición, las condiciones de prevención no son tan extremas y, dentro de lo razonable, podemos exteriorizar nuestras vivencias y reivindicaciones con moderación y cautela. No hemos vuelto a la normalidad prepandémica pero vamos camino de ella. Y, en ese recorrido, el Aberri Eguna de este año se encuentra también con la esperanza de las vacunas, de un remedio médico y científico que, esperemos pronto, pueda inmunizar al conjunto de la sociedad de la enfermedad.

El Aberri Eguna surgió el pasado siglo como una manifestación evidente del sentimiento nacional de la población vasca. Fue el ejercicio de una reacción social que se rebelaba frente a la uniformidad impuesta tras la abolición foral y que reivindicaba el derecho colectivo a convertir al Pueblo Vasco, como sujeto político, en un Estado con personalidad propia.

Durante los años -la mayoría de ellos de penalidad- la conmemoración del Aberri Eguna, en Euskadi y en todos los rincones del mundo en los hubiera vascos y vascas, fue la señal encendida de una conciencia nacional que no renunciaba a su futuro. Y hoy, tal celebración sigue portando ese mensaje de que aquí hay un Pueblo que quiere vivir libre y pacíficamente. Sí, vivir libre y pacíficamente en medio de la globalización mundial. En medio de esa "aldea global" interrelacionada e interdependiente.

Hoy, un virus surgido en China o el colapso marítimo provocado en Suez condiciona, y de qué manera, nuestras vidas. Pero, que tal interacción sea así no significa que el proyecto político de un pueblo pequeño como el nuestro no tenga porvenir. Al contrario, lo grande y lo pequeño pueden conjugarse en beneficio mutuo. De ahí nuestra perseverancia en la construcción nacional de Euskadi.

Ahora, en este momento, nos toca retomar brío. Recobrar fuerza en nuestra capacidad de autogobierno para plantar cara a los dos desafíos urgentes a los que nos enfrentamos: la salud y la regeneración económica. Vivir y filosofar. Con determinación, seguridad y sin disputas internas. Ese es nuestro camino. Esa es la final que debemos ganar todos. Apartemos nuestras diferencias y sumemos "como buenos cristianos". * Miembro del EBB de EAJ-PNV