Primero. El experimento

EL covid-19 llegó sin saber cómo, se instaló en nuestras vidas, puso patas arriba la sociedad, desarticuló la vida cotidiana, sometió a la economía, el sistema productivo y a la socialidad a su escrutinio radical. Las recomendaciones para manejar los efectos fueron: no estar con muchos, mantener distancia física, ponerse mascarilla -fiel compañera del atuendo personal-, ir a todos los sitios con ella, ni hacer ni estar de fiesta, la vida nocturna fuera de la agenda personal y la economía, mirarla con cuidado. Las redes sociales y las vías telemáticas debían transformarse -aún más- en los instrumentos por donde transitan los vínculos sociales que eran y son el soporte para estar en contacto y reconocerse con los otros.

Las agendas personales y colectivas se cierran, los activos se despiden del estatus anterior esperando la oportunidad para volver. A partir de fines del mes de abril lo que nació como un experimento se transforma en la realidad que corteja la distopía y la irrealidad.

Al experimento lo engulle la “nueva” realidad; imprecisa, incoherente, irresponsable. Lo que capta son grietas y momentos en los que las coherencias internas se fragmentan. La lista de grandes perjudicados construye el lenguaje del dolor, la pena, angustia y miedo:

1) Residencias de ancianos; la tragedia de la pandemia, sin resolver y aclarar, agujero negro de las carencias de las políticas públicas y punto de huida de la gobernanza de la política social donde el silencio público, el oficial y el privado se dan la mano lamentando lo ocurrido pero sin responder a la pregunta, ¿por qué ocurrió?

2) Sujetos con patologías que no se dan cuenta de lo que sucede

3) Personas que no están en el lugar ni en el momento oportuno

4) Los que no entienden que al experimento no se le puede mirar directamente a la cara porque puede arrastrarle.

Segundo. El conocimiento experto

Emerge el conocimiento experto que representan virólogos, epidemiólogos, estadísticos, comunicadores, políticos y un largo etcétera que con mejor o peor fortuna integran la categoría. La ciencia se enfrenta a la ciencia y, en algunos casos, chocan los que la interpretan. No hay un discurso único para entender lo qué pasa. Las estrategias y la lista de consejos se basan en cuatro medidas: Uno, limpieza corporal; dos, mascarillas; tres, distancia; cuatro, fin de encuentros interpersonales masivos (se supone que coyuntural); y cinco, minimalismo afectivo: no tocarse, no besarse, no abrazarse y, supongo, que mirarse con cuidado. Después llegará -seguramente- la vacuna que nos saque del letargo, tratamientos médicos eficaces y, quizá, para entonces, los ciudadanos aprendan a vivir con el virus. El resumen del segundo capítulo es: profilaxis, prevención, ciencia, fe en los expertos y responsabilidad colectiva. Repítase una y otra vez la lista y quizá la incertidumbre radical del experimento pandémico mute en certidumbre frágil para salir indemne de la contaminación vírica.

Tercero. Emerge la política

Los representantes sociales y las elites políticas pasan por varias fases. Al principio, la actividad preferida es la preocupación y la logística para enfrentar las consecuencias del virus; más tarde, construir tácticas, estrategias y modelos de gestión. Descubren que las carencias y la eficacia de la gestión sanitaria arrastran problemas históricos, cuánto se echan de menos las inversiones no realizadas y la puesta al día de la actividad sanitaria y cómo lo notan algunas comunidades. En algunos casos (véase Madrid) la confrontación política y el manejo ideológico de la ineficacia transforma la incapacidad y la irresponsabilidad en el drama político para andar por casa y en fiesta de la ineptitud. La política, en estos casos, ofrece ineficacia, sesgos ideológicos y enfrentamiento político. En otros aprende y emerge la cara más amable de la política pero debe ubicar, con resultado incierto, la capacidad para contener y controlar la expansión del virus. El covid-19 es la dura lección para las elites políticas de la que ninguna autoridad sale indemne del drama, si bien algunos pueden decir que lo intentaron.

Cuarto. La sociedad

La sociedad vive incrédula la primera parte del drama. Se mete en casa, aplaude a los sanitarios, espera ordenes, obedece y sigue los caminos recomendados. En la desescalada, sale del hogar, deja de aplaudir y quiere respirar. Las medidas recomendadas dejan huella en el devenir cotidiano: mascarillas, distancia, limpieza, nueva socialidad o las terrazas no logran hacer olvidar el estado de la economía, la caída del sistema productivo, los ERTE, los PCR, la asistencia sanitaria y el descubrimiento de que el virus sigue vivo donde siempre estuvo. El experimento se transforma en la pesadilla que no termina de devolver el plácido sueño. Aparece la segunda oleada de la pandemia y con ella, otra vez, las estadísticas de contagiados, la confrontación política, las llamadas a la prudencia, al poder de la ciencia y del conocimiento experto, el recurso a la melancolía por los amigos y la familia que no puedes ver, el lamento por lo que no puedes hacer y por todo lo que se pierde.

Los individuos mantienen la conexión problemática con el virus, se creen los consejos que dicta la autoridad político-sanitaria y las directrices del conocimiento experto pero añoran y desean vivir su ritmo de vida, la noche está cerrada y las atracciones nocturnas se presentan como “lugares peligrosos”. Inevitablemente, la vida se tensiona porque la capacidad humana de querer vivir se encuentra y, en muchos casos, choca con el cierre decretado para paliar las consecuencias del virus. La pugna es clara: vida y cierre, tumulto y control, disputan sobre el espacio humano y los lugares sociales, bajo la atenta mirada y la amenaza del virus que todo lo condiciona y contamina.

Quinto. Ausentes, presentes y manifestantes

Hay ausentes, presentes y muchos manifestantes en estos meses de pandemia. Están los que nos dejan porque el virus se los llevó, los que perdieron la capacidad para comprender los sentidos de la pandemia y se refugian en lugares seguros, los que ofrecen soluciones que no tienen. Las élites políticas y económicas que quieren estar pero no siempre lo consiguen crean algunos acuerdos, protegen puestos de trabajo y el sistema productivo, sostienen la tensión en la gestión sanitaria, crean instrumentos como el salario social, pero en algunos casos no aciertan con la actividad necesaria, no terminan de entender lo que está en juego y responden con ineptitud e incapacidad, se retiran a espacios de confort y se protegen, con respuestas basadas en lugares comunes; el “yo no he sido” suena, por ejemplo, demasiado fuerte.

La expansión vírica se cita con aspectos que transforman el mundo y enseña algunas cosas. Descubre que si un valor cotiza alto es la flexibilidad. La pregunta es; ¿cómo prepararse para vivir las transformaciones e incertidumbres que condicionan el mañana? Lo que es lo mismo que interrogarse sobre dónde están los líderes para interpretar y dirigir los cambios necesarios y las virtudes cívicas ¿Quién desea encabezar la manifestación?

El virus enseña, aunque parezca una paradoja, que la era pospandemia ya está aquí, se define por algunos hechos relevantes: la vida es un experimento, está diseñada desde la vulnerabilidad de la complejidad, lo frágil se impone a lo sólido, hay que saber interpretar lo inesperado, asumir la incertidumbre y regresar al poder que ofrece el conocimiento experto, entender el poder y las razones de la tecnología para no dejar hackearse por ella. Los futuros no están escritos, el cambio a gestionar responde a las leyes de la velocidad y la aceleración y a las conexiones, interconexiones e interdependencias entre unos y otros mundos. El mundo post pandemia incrementa la desigualdad, revisa el marco de la democracia y organiza la diversidad, impone formas diversas de política cuántica, emergen nuevas rutas de la seda diciendo que lo global es la marca del mundo. Élites desaparecidas o descomprometidas, liderazgos frágiles, objetivos confusos o con deudas permanentes no son las referencias más convenientes para enfrentar el futuro después de la pandemia. Quizá esta obligue a aprender y a revisar lo que son, lo que hacen y quizá alguno aprenda a estar en el lugar que le corresponde.

Seguirá.

* Catedrático de Sociología de la UPV/EHU