FORTUNADAMENTE, sus sortilegios no fueron escuchados. Porque de lo contrario, seguiríamos en un limbo político-institucional. Sin parlamento, sin nuevo gobierno y con una incertidumbre caótica.

Nadie repara ya en la ligereza de los pronunciamientos de quienes erre que erre siguen aferrados al "todo está mal". No digo yo que todo esté bien, ni que vivamos en el país de jauja. Pero la deriva del reproche permanente cansa. Culpabilizar al de enfrente es un afán extraordinariamente enraizado en nuestra sociedad. Tanto en el ámbito colectivo como en el individual.

Escuchaba el otro día a un padre que expresaba su temor ante el inicio del curso académico y la prevención con la que contemplaba las contingencias con las que las autoridades políticas y educativas habían elaborado el protocolo destinado al retorno a las aulas. "Nadie me garantiza -decía aquel progenitor- que mi hija no se contagie en el colegio. No hay seguridad, ni se han hecho las prevenciones adecuadas". "¿Y en el recreo? ¿Quién me dice que se vayan a guardar las distancias y la seguridad en el recreo?" Lo curioso de todo es que mientras esto pronunciaba, el temeroso progenitor contemplaba cómo su niña jugaba alegremente, con total libertad de movimientos, con otra docena de menores en un parque infantil callejero atestado de padres, hijos y espíritu santo.

Similar discurso pude escuchar en un adolescente. "Nadie piensa en los estudiantes ni en su seguridad. Sólo se habla de los jóvenes para criminalizarnos. Deberíamos ir a la huelga. No acudir a la Universidad ni a los institutos hasta que se nos dote de todas las medidas de prevención". El muchacho se mostraba decidido. Tanto como lo había manifestado a su cuadrilla la víspera nocturna en el botellón en el que con absoluta cordialidad había compartido bebidas, vasos, botellas y hasta algún que otro cigarrillo de la risa.

La amenaza de una huelga también la pude oír de boca de una sindicalista del sector educativo. "Nadie nos ha consultado. Nadie nos ha pedido opinión para la vuelta a las clases". Y lo decía el primer día que acudía presencialmente a su colegio tras el confinamiento de marzo. De por medio, clases virtuales y largas vacaciones con despedida de soltera incluida de una compañera de cuadrilla y cañas en un chiringuito de moda en una playa de la costa del sol.

"Qué mal está la cosa", me decía un amigo hace un par de semanas. Venía con la mascarilla puesta pero al encontrarse conmigo, inexplicablemente, se la quitaba para hablarme. Como si el tapabocas le impidiera expresarse. "Y peor que van a estar -le contesté- si todos seguimos tu ejemplo".

Ya no es el ocio nocturno. Ni las aglomeraciones. Ni las reuniones familiares o de otro tipo. Ni mi intención pasa por criminalizar a padres descuidados, jóvenes parranderos o sindicalistas reivindicativos. A todos -a mí el primero- nos va la marcha, pero debemos ser conscientes de que la actual coyuntura requiere un plus de compromiso por parte de todos. El virus no está en la calle. O en los recintos cerrados. Está en nosotros, en las personas. Siempre lo ha estado. Y no terminamos de darnos cuenta de que se propaga porque nosotros posibilitamos su expansión. Es así de sencillo. Su difusión no se detendrá hasta que una vacuna encuentre la barrera que lo frene. Mientras tanto, la comunidad científica, no los charlatanes de feria, indican que deberemos convivir con la enfermedad. Pero convivir no quiere decir rendirse ante ella. Habrá que seguir siendo persistentes en las medidas profilácticas y de higiene para no dejar el campo abierto a la pandemia. Y seguir investigando hasta encontrar una vía farmacológica que anule su carga letal. Porque lo queramos admitir o no, el desafío en el que nos vemos envueltos es nuevo. Nadie tiene certezas de cómo evolucionará o cuál será su comportamiento mañana.

Nadie es capaz de vaticinar sin riesgo a equivocarse cómo nos afectará mañana un virus capaz de mutarse y de comportarse de forma insólita. Nadie, digo, salvo los iluminados que lo saben todo. Los que tan pronto dicen que habría que hacer test masivos a la población -test que servirían para dar una fotografía puntual en el tiempo pero que podría variar a las pocas horas- o que exigen medidas imposibles en Euskadi que no proponen en la comunidad foral de Navarra, donde la afección de la enfermedad es pareja.

Profetas que vaticinan el desastre comunitario aquí por la "mala gestión" y se olvidan de que situaciones análogas a la nuestra se viven en Alemania, en Bélgica, en Francia. Y allí no gobierna Urkullu ni el PNV.

El pasado jueves, el Parlamento Vasco, por mayoría absoluta de sus representantes, designó a Iñigo Urkullu como lehendakari de la Comunidad Vasca en su decimosegunda legislatura. La propuesta de Urkullu fue el fiel reflejo de la expresión democrática de la ciudadanía vasca manifestada en las urnas el pasado mes de julio. Una voluntad mayoritaria e incontestable.

El programa de gobierno expuesto ante la cámara legislativa por el aún candidato fue denso, serio, pragmático y comprometido con una situación de emergencia como la que atravesamos. Un compromiso de gestión realista con cuatro pilares básicos en los que intervenir; la salud pública de la ciudadanía; la recuperación económica y el empleo; la cohesión social en un marco de desarrollo humano sostenible y el fortalecimiento del autogobierno como herramienta de progreso.

Podrán hacerse salvedades o expresar desacuerdos puntuales a las propuestas desgranadas por Urkullu en el Parlamento. Se podrá criticar a su proyecto como "poco ambicioso", o "continuista". Pero nadie podrá negar que su hoja de ruta obedezca a un diagnóstico de país y a unos objetivos a conseguir posibles, concretos y tangibles. Un programa de gobierno de verdad para un país de verdad.

En contraposición, compareció también en la Cámara una segunda candidatura, la representada por Maddalen Iriarte. Arnaldo Otegi había anunciado que EH Bildu comparecería en el pleno de elección de lehendakari con propuesta propia. Y lo argumentó "por responsabilidad, para plantear con claridad que existen otras formas de gobernar, que existen otras políticas públicas y que existen otras políticas a nivel nacional".

Nadie duda de que en el ejercicio de la pluralidad haya maneras distintas e incluso antagónicas de hacer frente a un contexto social y político. Pero que existan programas divergentes no es argumento suficiente para justificar lo injustificable. E injustificable es convertir un acto parlamentario en una escenificación, en un mero ejercicio de propaganda. La campaña electoral acabó hace tiempo. La ciudadanía votó y eligió a sus representantes para que éstos se pusieran manos a la obra en la formación de un gobierno que volviera a dinamizar la actividad del país. Provocar visualizaciones artificiales, imágenes de lo que pudo haber sido y no fue, es vivir en la ficción. Y Euskadi no necesita ficción sino pragmatismo.

Andreu Mas-Colell es un eminente economista y activista independentista catalán que fue conseller en el gobierno de Artur Mas. Pocos en Catalunya dudan de su patriotismo y de su ponderado pensamiento político. Colell acaba de publicar en el diario Ara un destacado artículo cuya lectura recomiendo vivamente. Se titula Hay que ser pragmático y su resumen cito textualmente a continuación. "Sería extraño que el sentimiento patriótico nos tuviera que llevar a violentar el intelecto sobre lo que es o no es posible. Se puede ser un patriota de pura cepa y ser pragmático. Para mí, patriota es el que está comprometido, firmemente y activamente, con la causa de la pervivencia y la prosperidad de la nación. La historia de Catalunya está admirablemente llena de ellos. Tal vez la tarea a la que invito es difícil, y seguro que es agotadora, pero es lo que toca. No hay otra. En particular, no acepto que ser patriota signifique golpearse contra la pared un día sí y otro también".

Lo que toca en Euskadi es abandonar la ficción y dedicarse a gobernar de verdad un país de verdad. Es lo que hoy, en Gernika, Iñigo Urkullu Renteria vuelve a hacer prestando juramento de su cargo. Ante Dios humillado, en pie sobre la tierra vasca, bajo el árbol de Gernika€

* Miembro del EBB de EAJ-PNV