EN numerosas ocasiones, ante acciones incomprensibles de protesta que dañan más a quien las protagoniza que contra quienes se promueven, me acuerdo de aquel personaje del comic Asterix en Hispania que para denunciar una situación dejaba de respirar. El niño de los dibujos se llamaba Pepe y era el hijo del caudillo hispano Sopalajo de Arriérez y Torrezno, jefe de la única aldea hispánica enfrentada al imperio romano. Pepe, que en realidad debía llamarse Pericles, dejaba de respirar voluntariamente como signo de desaprobación y denuncia. Lo hacía en una grotesca forma de llamar la atención hasta ponerse morado y al borde de la asfixia.

En esta vida, lejos de la ficción literaria, se han visto actuaciones similares mucho más controvertidas y ridículas. Escupir al cielo o pegarse un tiro en el pie son expresiones populares que recogen este comportamiento.

Se atribuye al camaleónico gallego Pío Cabanillas la cita “cuerpo a tierra que vienen los nuestros”. El exministro franquista reconvertido en demócrata pronunció dicha frase en los días convulsos de la UCD en que las conspiraciones internas terminaron con la formación que inventara Adolfo Suárez.

Algo parecido pensé yo al ojear la información en un periódico. Tuve que mirar dos veces el texto porque pensé que había interpretado mal la noticia. Pero no. Por incomprensible que pareciera, el anuncio se ajustaba a lo que había pasado. Los secretarios generales de los sindicatos ELA y LAB habían anunciado en rueda de prensa su acuerdo para convocar una huelga general en Euskadi en la primera quincena del año próximo. ¿Huelga general? ¿En Euskadi?

¿Qué estaba pasando en Euskadi que no me había enterado? Algo notable, seguramente, a tenor de la decisión anunciada. Pero mi sorpresa inicial se fue convirtiendo en incredulidad a medida que profundizaba en las razones esgrimidas por la dirigencia sindical.

El paro global era la protesta elegida para “recuperar los derechos laborales y sociales que se han quitado con la excusa de la crisis”. Y, siendo más concretos, los mandamases de ELA y LAB especificaron como objetivo de la huelga la consecución de unas pensiones dignas -mínima de 1.080 euros- revalorizadas con el IPC, la consecución de un salario mínimo de 1.200 euros/mes, la mejora de los cuidados a las personas dependientes, la no aplicación de recortes en la Renta de Garantía de Ingresos y otras resoluciones en relación con la vivienda y el alquiler social.

Después de frotarme los ojos para confirmar que lo leído era real, pregunté en voz alta; “¿Las pensiones? ¿El salario mínimo interprofesional? ¿La reforma laboral? ¿Los recortes de la crisis?”. Pensé inmediatamente que el destinatario de la reivindicación, de la protesta y, en su caso de la huelga, sería el Gobierno español. Suya era la responsabilidad de corregir todos los extremos señalados. Y suya, también, la autoría de los recortes durante la pasada crisis.

Me equivoqué. La huelga general anunciada se desarrollará, según sus promotores, en las comunidades vasca y navarra. Es decir, que las secuelas negativas de un paro de estas características, por pequeña que sea su incidencia, las pagaremos los de aquí, la sufrida clase trabajadora vasca. Debemos ser gili-pollas... o así lo deben entender los osados dirigentes sindicales cuando se fijan en Euskadi como destino de la protesta. Hay que ser un poco iluminados para pensar que una movilización como la pergeñada será capaz de provocar cambios positivos en la situación reivindicada. Al contrario, seguramente, la huelga, con sus piquetes, manifestaciones, etc., servirá para ofuscar al personal por la inutilidad del gesto, el coste económico que reportará aquí (no en Madrid ni en el Estado) y por la alteración de la normalidad ciudadana que puede provocar cualquier incidencia de presión que se lleve a cabo en nuestras calles.

Pero hay más. Los secretarios generales de ELA y LAB, Mitxel Lakuntza y Garbiñe Aranburu respectivamente, garantizaron que junto a la gran huelga organizarán otras movilizaciones, como una concentración frente al Parlamento para exigir la retirada de la ley de reforma de la RGI y el apoyo a las manifestaciones de los pensionistas previstas para el 16 de noviembre en Bilbao, Vitoria-Gasteiz y Donostia. La “mayoría sindical” busca con esta dinámica una “confluencia de las luchas” que actualmente mantienen pensionistas, trabajadores, colectivos feministas y ecologistas, entre otros.

La estrategia de la confrontación permanente, y de manera especial con los poderes públicos, no es nueva en la agenda del sindicato mayoritario. Su incapacidad para cerrar acuerdo alguno con nadie y su paulatino aislamiento, pese a ser la fuerza sindical más fuerte y con mayor apoyo en el conjunto de Euskadi, hace de ELA una organización difícil de entender. Tanto más cada vez que acentúa su estridencia en el mensaje público haciendo que parezca una entidad antisistémica, extrema en sus planteamientos. Una organización potente que anula su fuerza por vivir en un universo paralelo que ella misma ha generado y del que se ve incapaz de salir.

Quizá el exponente más evidente de tal burbuja de radicalidad sea el discurso con el que tomó posesión del cargo de secretario general el joven Mitxel Lakuntza. El dirigente navarro, elegido por el 95% de los congresistas reunidos en Donostia el pasado mes de abril, indicó que la huelga es un instrumento imprescindible para combatir la precariedad. “Esperamos que en el futuro haya más huelgas. Huelgas largas para las que tendremos que estar preparados” porque “la vocación de este sindicato es actuar como contrapoder, con la organización y la militancia como norte y promoviendo huelgas”.

“Contrapoder” al statu quo actual en Euskadi. No es la transformación social lo que se pretende sino su sustitución por un nuevo modelo de difícil definición. Si ELA pretendiera incidir en reformar lo existente, pugnaría por tener influencia en las políticas públicas y, de manera especial, en la configuración de los presupuestos. Sin embargo, su enmienda a los programas gubernamentales ni tan siquiera admite una opción remota de posibilismo. Es el todo o la nada. Valga como muestra su llamamiento a EH Bildu y a Elkarrekin Podemos para que se nieguen a posibilitar la aprobación de los presupuestos vascos.

Ya en el mes de agosto, sin que tan siquiera se conociera la música de lo que serán las cuentas vascas para 2020, Lakuntza instaba a los partidos de la oposición vasca a no negociar los presupuestos. Así, en una entrevista a la agencia Europa Press afirmaba que “hacer una aportación desde la izquierda a los presupuestos es poco presentable y poco creíble” salvo que “se entienda que la negociación presupuestaria se tiene que limitar a aspectos de maquillaje” y “recordaba” a EH Bildu y a Elkarrekin Podemos que “parte de la política es hacer oposición”.

Ayer viernes, el consejero de Economía y Hacienda del Gobierno vasco, Pedro Azpiazu, trasladó al Parlamento Vasco el proyecto de presupuestos generales para 2020. Se trata de un proyecto expansivo pero realista, con importante aportaciones en materia de política de género, sostenibilidad medioambiental, protección social y apoyo a la innovación. Una buena herramienta para seguir avanzando como país y como sociedad cohesionada. A partir de ahora, al gobierno le toca negociar con las formaciones de la oposición para posibilitar que estas cuentas salgan adelante y que la dinámica política, el clima electoral y el bloqueo no impidan que la asignación económica a programas y objetivos concretos quede en agua de borrajas. Veremos si en esta coyuntura se impone el pragmatismo, la responsabilidad o la demagogia de la ruptura, como plantea el sindicato de Lakuntza.

Si no cabe negociar los presupuestos, si no se contempla el diálogo ni se pretende la transformación, ¿que queda? ¿La confrontación permanente? ¿La conquista de los cielos a través de la lucha popular?

En el desvarío que algunos parecen evidenciar, con propuestas tan impresentables como la de la huelga general señalada, puede existir la tentación de convertir Euskadi en un banco de pruebas alternativas. Pero este país no está para experimentos, ni para una “confluencia de luchas”, ni para “huelgas generales” de confrontación política. No. Se equivocan quienes sueñen en un contrapoder insurreccional. Euskadi no es Bolivia, ni Perú, ni Chile, ni el Líbano. Tampoco es Hong-Kong.

¡Despierten de una vez! Y empiecen a respirar, que su protesta puede acabar con ahogo.