LA crisis climática, la movilidad (transporte público y bidegorris), las energías renovables, la gestión de las basuras, las zonas verdes, la contaminación del aire, la alimentación y la agricultura sostenible y otros muchos han sido objeto de debate también durante la pasada campaña electoral, en la que determinados partidos han pretendido monopolizar el discurso “en clave verde”.

Por ejemplo, el PP, que no destaca por su preocupación en relación a la crisis climática, proponía convertir la antigua central de Lemoiz en un observatorio internacional de estudio del cambio climático, ignorando que ya existe en Euskadi un centro de referencia ligado a la Universidad del País Vasco denominado BC3, Basque Centre for Climate Change con más de 50 investigadores. Las propuestas sin recorrido son greenwashing, propaganda.

EH Bildu hablaba de soberanía alimentaria en Euskadi, apuntando el objetivo del 75% para el año 2040. Aun compartiendo la importancia de la promoción de los alimentos de temporada, locales y ecológicos, la realidad es que nuestra producción representa únicamente el 37% de nuestro consumo. Los objetivos que no tienen en cuenta los datos de partida son greenwashing, engaño.

Ese mismo partido lleva años despotricando contra la apuesta del Gobierno vasco en transporte ferroviario y, en concreto, contra el Tren de Alta Velocidad, sin considerar que el Eje Atlántico está entre las prioridades europeas como medida de acción esencial frente a la urgencia climática. Proponer declaraciones de emergencia climática sin apostar por las acciones cruciales de reducción de emisiones es greenwashing.

La estrategia de asustar a la población con el miedo a la calidad del aire que respiran, como se ha hecho en Durango, es sin duda greenwashing político. Afirmar que un 71% de la población en Euskadi respira de media anual valores nocivos para la salud es totalmente falso y un despropósito técnico. En realidad, dicen los estudios que el porcentaje de población expuesta por encima de lo establecido por la normativa europea es muy bajo, no llega al 2% en dióxido de nitrógeno y al 0,1% en ozono troposférico y partículas (PM10). Estos buenos datos globales no quieren decir que no tengamos retos importantes en calidad del aire, como mejorar la medición y niveles de exposición de las partículas de diámetro inferior a 2,5 micras. Pero afirmar que 7 de cada 10 vascos nos intoxicamos al respirar, eso es falsa alarma, greenwashing.

Otro partido, Podemos, en teoría abanderado ecologista, titulaba un artículo de prensa de la siguiente forma: “Euskadi suspende en los retos del siglo XXI” e incidía en que “Euskadi suspende estrepitosamente, no solo respecto a Europa, sino también respecto a la media del Estado, en la lucha contra el cambio climático, transición energética y restauración del equilibrio de los ciclos vitales”. Para los profetas de calamidades suspendemos en todo. Pero los datos objetivos son tercos e indican justo lo contrario. Tergiversar la realidad es greenwashing.

Cojamos el principal reto planetario: la crisis climática. En 2017, nuestras emisiones de CO2 ascendieron a 20 millones de toneladas. Sin duda, tenemos que acelerar su reducción, pero también es cierto que la Unión Europea reconoce a Euskadi entre las regiones líderes en la acción climática. Desde el año 1995, nuestro crecimiento económico ha sido del 65% mientras que las emisiones se han reducido un 18%. Hay pocos países que hayan logrado, como sí hemos hecho nosotros, desacoplar de manera absoluta su crecimiento económico de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por cierto, aun teniendo una alta tasa industrial, en emisiones per cápita nos encontramos en valores muy similares a la media de la UE (8,7 toneladas/persona) y no “muy por encima” como afirma algún partido. Los objetivos del Gobierno vasco de reducir las emisiones en un 80% a 2050 y alcanzar una cuota de renovables del 21% a 2030 son de los más ambiciosos entre las regiones europeas líderes en la materia.

La mejora que han experimentado durante los últimos años la calidad del aire, del agua y del suelo en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa es evidente. En 1977, el Gran Bilbao fue declarado primera zona atmosférica contaminada del Estado y varias comarcas presentaban serios problemas de contaminación por partículas. En la actualidad, la calidad del aire que se respira en Euskadi es buena y sólo hay dos valores en los que se registra alguna superación de carácter puntual: el dióxido de azufre, vinculado a la actividad industrial, y el dióxido de nitrógeno, directamente relacionado con el tráfico de vehículos.

En materia de aguas, la evolución también ha sido claramente positiva. Hace tres décadas más del 90% de nuestros ríos estaban contaminados y eso se reflejaba en un mal estado de las aguas costeras. Hoy en día, los datos oficiales señalan que prácticamente el 100% de la población cuenta con aguas de consumo con calidad satisfactoria y el 98% de las aguas de baño tiene buena calificación. Sin embargo, hay que reconocer que tenemos importantes márgenes de mejora en la calidad de nuestros ríos, ya que todavía un 40% obtiene un estado denominado “peor que bueno”.

Tampoco está de más recordar que en los años 80 y 90 había más de 400.000 toneladas de residuos peligrosos del pesticida lindane esparcidas por numerosos emplazamientos. Hoy, el problema está ya correctamente gestionado a pesar de los que en su día se opusieron, y de qué manera, a la construcción de las celdas de seguridad, porque siempre hemos tenido en este país de los que se oponen a todo, también a esto. Hablando de suelo, no está de más destacar que desde el año 2000 se han recuperado más de 1.000 emplazamientos de suelos contaminados.

En definitiva, Euskadi es reconocida en Europa por su buen desempeño ambiental. Y a nivel estatal estamos en el primer puesto entre las Comunidades Autónomas según el informe independiente 17X17 Análisis sobre la sostenibilidad 2019, realizado por el Observatorio de la Sostenibilidad, AIS Group y la Fundación Ciudadanía.

Para alcanzar estos resultados positivos, un factor clave ha consistido en que el medio ambiente ha pasado de intervenciones fundamentalmente normativas en los años 80 y 90, necesarias para enfrentar graves problemas de contaminación, a una mayor integración de la dimensión medioambiental en otras políticas sectoriales. Ejemplo de ello son la política industrial con la economía circular, la política energética con el cambio climático, o la política agraria con la alimentación sostenible. Estas tres políticas sectoriales que han integrado de forma exitosa el medio ambiente en clave de prosperidad y competitividad han sido impulsadas en las diferentes instituciones vascas por departamentos dirigidos por EAJ-PNV, teniendo en cuenta siempre que no se trata solo de política ecológica sino de política social.

La visión de EAJ-PNV integra la necesidad de proteger y conservar nuestro medio ambiente y hacerlo ante las amenazas -muchas y complejas- que se plantean. En esa labor contamos con una sociedad cada vez más sensibilizada y consciente de la necesidad de actuar con coherencia y en sintonía con los llamamientos a nivel global. EAJ-PNV comparte el fuerte sentido comunitario de la ciudadanía vasca y asume como prioridad propia la obligación que tenemos todos de garantizar a las generaciones futuras el entorno natural, el aire, el agua, el suelo, el paisaje, la biodiversidad y el clima al que tienen derecho. Hagamos política sin prejuicios, valiente e inteligente con datos fidedignos. Y dejémonos de greenwashing.* Burukide del Euzkadi Buru Batzar de EAJ-PNV