ESTUVE en 2012 en la Diada junto a toda la nomenclatura catalana de hace siete años, Jordi Pujol y Josep Antoni Duran y Lleida incluidos, aunque sin Artur Mas, que mantenía un papel institucional. Había tanta gente que aquello no se movía. Familias enteras reivindicando su nacionalidad. Impresionante. La víspera estuve en el Fossar de les Moreres, una plaza de Barcelona construida sobre un cementerio de los caídos durante el asedio a Barcelona en 1714. Tomó la palabra Oriol Pujol. Fue un discurso de trinchera, pelín fanático. No me gustó nada. Había un contraste entre el pueblo de la Diada, sereno y reivindicativo sin pizca de odio, y aquellos exabruptos de toma de La Bastilla. Luego ya hemos visto lo ocurrido con Oriol, uno de los hombres que más presionaron a Mas para hacer lo que hizo. La semana pasada salió de la cárcel. En esta historia del procés hay que meter en el puchero muchos elementos de juicio, como la natural reivindicación con posturas incomprensibles de no haber otros móviles que han ido saliendo .Y es preciso tener claro que sin CiU el procés no se hubiera puesto en marcha y que su consecuencia fue la inmediata voladura de esa formación, como si estuvieran urgidos en suicidarse. Que el ensalzado Trapero dijera que tenía un plan para detener a Puigdemont y al Govern tiene miga.

Creo que esa voladura fue una desgracia. Una auténtica desgracia, para Catalunya, para Euzkadi, para un Estado como el español con miles de personas de las cavernas esperando su oportunidad, y también para poder dar la batalla juntos en Europa de otra manera. Aquella CiU con sus dos almas catalanas, mirando una al centro derecha y otra al centro izquierda y a la vez haciendo día a día la nación catalana, era la fórmula de la cocacola. Lo cubrían casi todo y por eso, desde cero, en 1980 montaron una estructura de nación poderosa (con una pésima financiación por culpa suya, a pesar de que en 1978 habían aprobado la Constitución española con un 90%). Una de las muchas consecuencias de esa voladura también nos toca por aquí. Algunos no se lo creían. De hecho, hace cinco años, EAJ-PNV fue a las elecciones europeas en coalición con CiU. Hoy esta no existe y sus herederos quieren centrarse solo en Catalunya y hacerlo en unas elecciones europeas en las que el glorioso estado autonómico tiene solo una circunscripción y se necesitan muchos votos para lograr un representante, como hemos tenido siempre salvo en 1987, cuando por la división del PNV no fue posible. El trabajo realizado por Izaskun Bilbao, Goikolea y Munoa ha sido extraordinario. Ellos solos son un grupo parlamentario que se ha ganado un merecido prestigio. Lo han hecho con rigor y agudeza y se han ganado a pulso su altavoz europeo; entre otras cosas también porque desde el Aberri Eguna de 1932 Europa siempre ha sido el horizonte del PNV para encaje de una comunidad milenaria como la vasca, sin fronteras y con dos identidades claras, la vasca y la europea. Sin olvidar tampoco que en 1953 fue el PNV quien dio entrada en los Nuevos Equipos Internacionales, donde estaban los pioneros franceses, alemanes e italianos en aquella balbuciente Europa, ideológicamente federal, a Unió Democrática de Catalunya, partido hermano desde tiempos de la República. Su máximo dirigente, Manuel Carrasco i Formiguera, fue hecho preso entonces en el Golfo de Bizkaia en el barco Galdames, cuando venía como delegado de la Generalitat a Euzkadi, y fusilado en Burgos, ayer hizo 81 años. Carrasco era catalán, democristiano e independentista. Y la gloriosa cruzada lo fusiló sin contemplaciones.

Con Unió formamos el Equipo Demócrata Cristiano del Estado español, con Unió hemos estado en mil foros europeos de la DC, Coll i Alentorn, Concepció Ferrer, Josep A. Durán, Salvador Sedó, Domenec Sesmilo, Jordi Casas, Sanchez Libre? y otros han sido nuestros socios en mil reuniones y en decenas de Alderdi Eguna y fiestas del Aplec. En 1987, cuando el PNV se dividió, en el recuento de votos de lo que llamamos “la noche triste”, allí estaba Duran. Y hoy Duran ha dicho que su partido es EAJ-PNV y que en las europeas votará a Izaskun Bilbao. Su espacio está huérfano aunque ese terreno existe, pero en momentos de intensa polarización, al parecer, no valen los matices. Desgraciadamente, hoy Unió y Convergencia se han evaporado. Y así anda el patio. Hoy, CiU sería el rey del mambo en el Congreso, su pacto fiscal estaría casi logrado y aquella Declaración de Barcelona que sentó las bases de una acción conjunta de vascos, catalanes y gallegos estaría sacando la cabeza y chispas de las piedras para horror de una caverna que no llenaría las listas electorales de militares retirados, toreros y fachas connotados. Goliath era fuerte, pero David era inteligente y el pequeño, en esta guerra, tiene que ser inteligente.

Sin embargo, a CiU se la llevó la tramontana. Desde el 24 de marzo de 2017, el archivo de Unió ha corrido el riesgo de acabar siendo vendido como un activo por el administrador concursal que se hizo cargo de la liquidación de esta histórica formación democristiana fundada el 7 de noviembre de 1931.

En la carta en la que anunciaba a los militantes la disolución de Unió, fechada en marzo de 2017, Ramón Espadaler se comprometía a poner a salvo la unidad del archivo del partido. No ha sido fácil, aseguró Espadaler, a quien se le llenaban los ojos de lágrimas cuando recordaba que la penúltima carta escrita como secretario general del Comitè de Govern la dirigió al presidente del EBB Andoni Ortuzar, para asegurarle que trataría de hacer todo lo posible para que no se perdiera toda la documentación cruzada entre ambos partidos a lo largo de su historia.

Eran otros tiempos, de cuando la delegación de Unió viajaba al Alderdi Eguna y se paseaba del brazo de Arzalluz, Uzturre, Sudupe, Imaz, Urkullu, Ardanza e Ibarretxe. Era la delegación catalana, los viejos amigos de la democracia cristiana del exilio y la clandestinidad.

En los cajones del archivo, que han pasado un año confinados en la última sede de Unió en la calle Almogàvers de Barcelona a la espera de la decisión de la administradora concursal y el juez mercantil, hay documentación histórica. Bien es cierto que ahora el Arxiu Nacional catalogará con precisión todo el contenido. Ahí se encontrará, por ejemplo, todo el material relacionado con la reconstrucción del espacio democristiano durante la transición -el amplio territorio en el que se movieron Gil-Robles, Ruiz Giménez, Anton Canyellas, Miquel Coll i Alentorn o los dirigentes del PNV-; las relaciones con la democracia cristiana alemana, italiana o chilena, la defensa al PNV en Chile ante un implacable Aznar, o la documentación guardada de la actividad clandestina de los democristianos catalanes. Y, cómo no, los acuerdos, los desacuerdos y, tal vez, las miserias en el seno del binomio político más poderoso de los últimos cuarenta años en Catalunya, Convergència i Unió. La historia de un partido, por no hablar de una federación de partidos, siempre tiene recovecos.

En la salvación del archivo hubo algunos implicados, como el conseller de Cultura, que aceptó proteger la documentación declarándola bien de interés cultural, y también la consellera Elsa Artadi, que aceptó pagar una cantidad bastante ridícula para contentar a la concursal y evitar que los pocos papeles que saben algo de Carrasco i Formiguera que están en este archivo acabaran en el Mercat dels Encants. La misma Elsa Artadi que no estuvo muy amable cuando anunció que no le aportábamos nada diciendo que “la sociedad catalana ha cambiado y ha abandonado la vasquitis que teníamos”.

Bien es cierto que el procés no se hubiera iniciado si CiU y Más no hubieran pactado con ERC y hasta con la CUP, partido antisistema, para hacerlo. Una decisión que ha hecho desaparecer a dos partidos y a una fórmula. Carles Campuzano, diputado de CiU durante años y defenestrado por Puigdemont a pesar de ser un “soberanista tranquilo”, como él mismo se define, se lamentaba diciendo: “Queda una obra de gobierno impresionante producida entre 1980 a 2003 y que todavía podemos disfrutar a día de hoy. Quedan las estructuras de estado más potentes construidas en este periodo y queda una actitud política que algunos reivindicamos y que se podría resumir en algunos eslóganes cómo construir más que destruir o sumar más que restar. Queda la política entendida con una vocación de utilidad y eficacia, que vincula claramente el autogobierno a la mejora de la vida de las personas. Muchos ciudadanos reclaman la necesidad de esta manera de hacer política muy pegada a la realidad, muy poco demagógica, con mucha vocación de eficacia y utilidad, que buscaba un equilibrio entre la eficiencia económica y la justicia social y que tenía situada en la construcción europea una parte importante de las respuestas que tenemos como país y como sociedad”.

Desgraciadamente, el viento se llevó aquella fórmula mágica para Catalunya. Saquemos alguna conclusión que otra.