ALGUNOS se han asustado ante la posibilidad de la reimplantación del fascismo o del empoderamiento del posfascismo. Persiste en la sociedad hispana un extraordinario desconocimento de su historia, cuando no un consciente desprecio. Por eso está condenada a repetirla, si no en forma de sainete flamenquizado, al menos a modo de farsa dramatizada o, Dios no lo quiera, de manera trágica o cordialmente gélida, como advertía Antonio Machado en Campos de Castilla: “Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.

Los historiadores, por imperativo lógico del rigor académico y exigencia ética de la profesión, necesitamos un cierto período de sedimentación cronológica para analizar con imparcialidad, seriedad y honradez las estructuras, coyunturas y acontecimientos. Estos, además, en el mundo cambiante actual de la “modernidad líquida” (Zygmunt Bauman) se suceden vertiginosamente. Por ello, pasadas algunas semanas de los comicios, me permito una breve excursión analítica de las causas y el contexto, no tanto de las consecuencias, desde la perspectiva histórica.

Los fascismos con sus diferentes variantes más o menos rígidas (nazismo alemán, fascismo italiano, falangismo hispano y otros de segundo rango que no disfrutaron de las mieles del poder) nacieron en el período de entreguerras, entre la primera y segunda guerras mundiales (1918-1939), en un panorama caracterizado por una depresión económica generalizada, que tuvo como episodio más significativo el crack de 1929. Dio comienzo en EE.UU. y rápidamente se trasladó a Europa, con las consiguientes derivaciones sociales negativas (paro, conflictos, huelgas) en una época carente de sistemas de protección mutualista. En el plano político se tradujo en un debilitamiento e inestabilidad de las democracias liberales y la aparición de opciones extremas como los Frentes Populares y los fascismos. Estos últimos surgieron dentro de las democracias tradicionales a través del triunfo en los comicios electorales (casos de Hitler o Mussolini) y camuflados bajo la bandera de promesas radicales de cariz social y de defensa de los intereses nacionalestatales, de ahí su denominación primigenia de nacionalsocialismo. Ello explica la importante adhesión de las clases populares, seducidas por el señuelo de tales promesas. Las derechas, los trusts industriales y los grupos financieros (algunos de ellos en manos de judíos) o miraron para otro lado o apoyaron abiertamente los fascismos emergentes, en gran medida con el objetivo de frenar al movimiento obrero. Tampoco hay que olvidar que en el surgimiento del fascismo más virulento, el nazismo, influyó extraordinariamente la mala gestión de la victoria en la Gran Guerra sobre Alemania, sometida a onerosas condiciones que alimentaron una enorme avidez de revancha. Moraleja: el vencido no puede ser humillado hasta la extenuación, es la mejor sementera de la venganza.

En el Estado español, las derechas triunfaron en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933 y la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 las decantó claramente hacia el camino de la sublevación. En ella estaba implicado en mayor o menor medida todo el espectro de las derechas: CEDA, Partido Radical, Tradicionalistas, Acción Popular, Integristas, Partido Agrario, Falange, Renovación Española, Partido Nacionalista Español del Dr. Albiñana... Con la connivencia imprescindible de una parte relevante del ejército y la cobertura ideológica de la jerarquía eclesiástica, juntos la pólvora y el incienso, consumaron el levantamiento el 18 de julio de 1936 contra el régimen democrático republicano, legítimamente constituido. Una guerra civil de tres años asoló la piel de toro. Se saldó con numerosos muertos por enfrentamiento directo y una intensa represión posterior. Esta alcanzó más de 150.000 asesinados, muchos de ellos en fosas comunes todavía cerradas, sin olvidar la terrorífica dictadura de 40 años, que algunos padecimos ya en su atardecer todavía bañado en sangre. Tan pronto terminó la guerra “civil, incivil y pluscuancivil” española, Europa se convirtió en un inmenso campo de batalla, la II Guerra Mundial, donde dirimieron su hegemonía dos fuerzas encontradas: el fascismo frente a la alianza pasajera de las democracias occidentales y el comunismo oriental.

Los posfascismos actuales se han enmascarado bajo el manto de la derecha tradicional y en ella se hallaban solapados, pero esta ha adoptado en los últimos años nuevas caras, emergiendo esos fascismos solapados, como magistralmente ha analizado en un ensayo, publicado este mismo año por Anagrama, el historiador italiano Enzo Traverso. Según él, ha surgido una ultraderecha postfascista, con sedimentación tradicional fascista, pero ha incorporado elementos nuevos y/o acentuado otros. Advertía, además, hace dos años, que el posfascismo extrae su vitalidad de la crisis económica y del agotamento de las democracias liberales que llevaron a las clases populares hacia la abstención.

En 2001, el filósofo húngaro Gáspár Tamás enunciaba un tipo de fascismo que encontraba un nicho perfecto en el mundo del capitalismo global: “Este posfascismo no amenaza al gobierno democrático y liberal. Es compatible con una democracia antiilustrada. El problema del posfascismo no es que presente una amenaza por ser autoritario, que lo es por naturaleza, sino que reserva los beneficios de la ciudadanía para una minoría”.

En España es evidente la pervivencia de un substrato sociológico e ideológico franquista, dispuesto a aventar sus no apagadas brasas al soplo de un viento propicio o un acontecimiento favorable, como se ha podido observar en los avatares del procés catalán, en el caso del pazo de Meirás o en la exhumación de los restos del perenne. Si a ello añadimos otros ingredientes en la coctelera el resultado del brebaje puede ser explosivo.

La ultraderecha ha sacado a la superficie su periscopio. Solo se hunde el submarino con cargas preventivas sociales, políticas y económicas de profundidad, que destruyan las causas del problema y no solo alivien los síntomas.

El monstruo está aquí y crecerá. Tomarlo a broma o no hacer nada es su mejor arma y el inicio de su victoria. Viene como anillo al dedo el poema del pastor luterano Martín Niemöller, escrito con motivo del nazismo: “Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar”.

Steve Bannon (en la imagen junto a Marine Le Pen), exasesor y ex jefe de campaña de Donald Trump, director del diario digital de extrema derecha Breitbart News, banquero e inversor de Goldman Sachs, trabaja en Bruselas con un equipo para convertir Europa en un gran espacio de organizaciones posfascistas, bien financiadas y aliadas entre sí.