UN periódico digital publicaba el pasado martes el siguiente titular: “La ciclogénesis explosiva llegará a Euskadi después de comer”. Sorpresa. No sabía yo que los fenómenos climatológicos se alimentaban previamente a manifestarse. Podían presentarse improvisadamente. Pero no, tenía que ser después de comer. Mejor si se hubiera echado la siesta. A tenor de la cantidad de agua y viento que la tormenta vomitó sobre nuestras cabezas, el almuerzo debió haber sido copioso.

Alguien había bautizado a la borrasca como Gabriel. Tiene guasa el tema. Eso de poner nombres a las tormentas está reglado. El sustantivo, desde 1954, lo determinaba la Universidad Libre de Berlín, que democratizó la denominación de los efectos meteorológicos admitiendo que cualquier persona, previo pago, pudiera poner nombre a los anticiclones y borrascas acontecidas en Europa.

Los nombres de los anticiclones deberían ser femeninos, y su precio era superior (299 euros frente a 199) al de las borrascas, habida cuenta de su mayor durabilidad temporal. Sin embargo, hace bien poco, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), junto a sus homólogas MétéoFrance e Instituto Português do Mar e da Atmosfera (IPMA) rompieron con el monopolio alemán y comenzaron, por su cuenta, a denominar, según su albedrío, a las bajas presiones de sus entornos. El nomenclátor se extendió y, al igual que ciclones y huracanes, las adversidades climátologicas en nuestro entorno tendrían una denominación más común que las calificaciones teutónicas.

Así, el último temporal llevó el nombre de Gabriel, de origen hebreo, que viene a significar “fuerza de Dios”. Y por Dios que sí la tuvo. Como si en la colación que nos anunciaban hubiese almorzado una sobredosis de las espinacas de Popeye.

La meteorología ya no es una cuestión de fe. Los que somos viejunos recordamos aquellos informes que en la tele de blanco y negro a diario relataba como un autómata Mariano Medina, “el hombre del tiempo”. Sus indescifrables pronósticos comenzaron a ser entendidos cuando en aquellos mapas, hechos con cartón y tizas, se insertaron paraguas o soles. Mariano Medina era el paradigma del “busto parlante”. Imperturbable ante las cámaras. Cuenta una leyenda urbana de la televisión que un día Pedro Macías, para poner a prueba sus nervios de acero, le bajó los pantalones mientras, en directo, hablaba de isobaras y chubascos. “El hombre del tiempo” ni se inmutó. Cuando terminó su discurso y fuera de cámara, se subió los pantalones y santas pascuas. A partir de entonces, y para evitar situaciones similares, Mariano Medina presentó “el tiempo” sentado a una mesa.

Ahora todo es distinto. Basta echar un vistazo a la pantalla del móvil para informarse de por dónde llega el frío, la lluvia y hasta el granizo. Todo es mucho más dinámico y próximo, pues puede contemplarse casi en tiempo real la evolución del ambiente. Sabemos a qué hora comenzará a llover y cuando escampará con una fiabilidad impresionante. De ahí que los expertos nos hayan alertado de que en esta situación climática tan extraña, con númerosos fenómenos extremos, hayamos entrado en un proceso de sucesión de borrascas.

Y como todo es previsible, sabemos que a la ciclogénesis Gabriel ya pasada le sobrevendrán otras que se llamarán Helena, Isaias, Julia, Kyllian, Laura, Miguel, Nicole, Óscar, Patricia, Roberto, Sara, Teo, Vanessa y Walid.

La política está más revuelta aún que la propia climatología. Los elementos adversos se extreman y por doquier arrecian truenos, relámpagos y chuzos de punta. No hay atisbo de anticiclón o calma. Todo lo contrario. Lo abrupto sustituye a lo duro y la aspereza de los discursos amenaza con convertir el escenario en una grosera pugna de descalificaciones al por mayor.

Es como si asistiéramos a una competición de estupideces. Mientras todos esperaban que Rivera moderase su discurso para aprovechar el hueco abierto en la centralidad por el desplazamiento del PP hacia VOX, su movimiento ha sido el de acompañar la deriva de exageración. La moderación no casa con su temperamento. Así, el partido naranja hacía rodar por las redes sociales su última perla destructiva. En 43 segundos y con su firma bien remarcada, decía: “Sánchez agacha la cabeza otra vez. Cede ante quienes asesinaron y secuestraron. Mercadea con la dignidad de las víctimas del terrorismo. Para conseguir el apoyo del PNV y Bildu. Transfiere prisiones al País Vasco. Acerca a los presos de ETA. Excarcela a terroristas. ¡Basta de burlarse de las víctimas! España está por encima de los presupuestos de Sánchez. Elecciones ya”.

La manipulación de la extinta violencia y de las víctimas por ella injustamente provocadas no es nueva en relación a las formaciones españolas. Es más, diré que ha sido consustancial a los partidos estatales de centro derecha que han utilizado -en el peor sentido del término- la instrumentalización del dolor como herramienta de coacción política. Una práctica impresentable a la que también Ciudadanos se ha abonado. Y es que para buscar rentabilidad política, todo le vale a Rivera. Todo menos ser propositivo.

Luis Garicano, gurú económico de los naranjas, parecía salvarse de estas prácticas intempestivas. Pero no. El pasado miércoles, el candidato a eurodiputado de Ciudadanos vino hasta Bilbao y en un acto público tuvo el poco respeto de decir que “la subida de las pensiones la van a pagar todos menos lo vascos” con base en la falsa afirmación de que “la deuda pública no entra en el cálculo del Cupo”. Ni qué decir tiene que mentía. Un “prestigioso economista” como él debería tener mucho más rigor. Pero el afán de Garicano, a quien vivir a caballo entre Ámsterdam, Londres y Madrid parece haberle aturdido, no se detuvo y dedicó un tweet a sus compañeros de C’s en Euskadi “impresionado por vuestra ilusión, energía para acabar con el régimen de partido único del PNV que a base de euskaldunizar a la fuerza a un Euskadi más provinciano, más cerrado y con menos capacidad de elegir” (sic). El faro liberal de Ciudadanos dejó de ser referente de moderación. Se apagó su crédito.

Para pocas luces, una nueva comunicadora que parece desenvolverse en esto del reproche desmedido como pez en el agua. Además, no oculta que se encuentra feliz en esta fase de creatividad argumental. La barbaridad, en este caso, la ha patrocinado el PP y en concreto su portavoz en el Congreso, Dolors Monserrat. En su particular carrera por ingeniarse la mayor maledicencia, la diputada popular solicitaba la comparecencia en la cámara baja de la ministra de Política Territorial y Función Pública, Meritxell Batet, a fin de “informar sobre el desmantelamiento del Estado con el traspaso de treinta y tres competencias, incluida la competencia en materia de prisiones, al País Vasco”. Al cumplimiento de la ley, porque como tal debe entenderse el desarrollo del Estatuto de Autonomía de Gernika, la voz de Casado en el Congreso calificaba, ni más ni menos, que de “desmantelamiento del Estado”. Solo le faltó comparar el momento con la caída del imperio romano. No hay palabras para responder a tanta ignorancia.

El vendaval de posicionamientos hirientes para cualquier entendimiento, regresivos en lo democrático, amenazantes e involucionistas en relación al reconocimiento del Estado autonómico parece no tener fin. Y de acostumbrarnos a la obscenidad, ni nos inmutamos al escuchar llamar “cobarde” repetidas veces al presidente de su gobierno. Es como si asistiéramos a las consecuencias nocivas de un cambio climático devastador y destructivo para la democracia. Los tiempos venideros auguran una tormenta perfecta. El aguacero de irresponsabilidades, la sacudida de las ráfagas de ira y el frío helador de las mentiras nos va a obligar a arroparnos adecuadamente. A aislar las puertas y ventanas de Euskadi con cierres térmicos para evitar las consecuencias del viento que viene del sur. Llega un invierno duro, con copiosas precipitaciones y temporales con nombre propio. La borrasca Casado, el tornado Naranja, el ciclón Boina verde.

Últimamente, se ha hablado demasiado de establecer un cinturón sanitario. En Euskadi, tonterías las justas. Vacunas, prevención y buenas prácticas. Aislémonos, si podemos, de la tempestad que arrecia en España y sigamos construyendo Euskadi con seguridad, respeto, trabajo y confianza. Porque así llegará la primavera.