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Jóvenes contra las armas

ME gustan las buenas noticias, especialmente en fechas cercanas a la Pascua. Y eso de que existan manifestaciones en Estados Unidos con lemas como Nadie necesita un AR-15 para defenderse, es un motivo de esperanza para muchas personas, especialmente jóvenes.

Una parte de la población de Estados Unidos indica que una matanza en un colegio no puede impedirse con rifles automáticos al alcance del profesorado. Claro que otra parte muy significativa dice que sí y reivindica el derecho a la mal llamada “autodefensa armada”, porque con las armas solo puede haber un ataque, aunque se denomine preventivo. Y si es posterior, que venga ahora la justicia a decirnos que una persona es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Y, en todo caso, será mejor que sea la policía quien intervenga, aunque, ¡ay!, ese lenguaje al uso de que los violentos “han sido abatidos” tiene siempre alguna arista que en ocasiones no se explica bien.

Y si quienes protagonizan estas marchas son personas compañeras, amigas, familias de aquellas personas que fueron asesinadas, tenemos un punto más para apresurarnos a subrayar que estamos hablando de una buena noticia. Hay casos en los que se utiliza a las víctimas para castigar -así se le llama-, pero hay otros en que con su testimonio contribuyen a disminuir el odio y la venganza. Y son precisamente esas personas las que, como en casos cercanos que conocemos, pueden convertir las espadas en azadones de arar conciencias y sembrar valores, que es lo que en verdad necesitamos en la convivencia.

Hay demasiado odio en nuestro mundo, demasiadas palabras de odio, demasiadas sospechas, acusaciones, faltas de entendimiento. Y las denominadas drásticas soluciones armadas no producen más que dolor y fomentan la espiral de la violencia. ¿Cómo pararla? Decía Gandhi que si seguimos el lema de ojo por ojo el mundo se quedará ciego. Y así continuamos, haciendo el caldo gordo a las multinacionales de las armas y la justificación para ser utilizadas, de corto, de largo, y de larguísimo alcance. No en vano el señor Putin ha enseñado, hace poco tiempo, un misil tan potente que puede jugar al escondite de la muerte con los escudos antimisiles norteamericanos. ¿Cuánto tardaremos en oír que esto no es así, que hay otro misil con barras y estrellas mucho más destructivo? Da miedo decirlo, pero muchas guerras han comenzado con la expulsión de diplomáticos.

En este contexto, da gusto que sean miles de personas jóvenes, en 800 lugares del mundo, en varias ciudades norteamericanas, quienes salgan a la calle porque desean un mundo libre de armas. Y como los símbolos siguen teniendo su función a la hora de sembrar esperanza, hemos podido presenciar que una niña de 9 años, nieta de Martin Luther King, participaba en la marcha contra las armas y decía: “Yo tengo el sueño de que ya ha sido suficiente y de que este debería ser un mundo sin armas. Punto”, recordando el discurso de su abuelo en aquella multitudinaria marcha de 1963 en la que reivindicaba los derechos de las personas de color.

Ya sé que hay quienes sonríen ante estas expresiones, poco realistas a su modo de ver. Además es coherente pedir que no se utilice a la infancia para actos reivindicativos. Y tampoco es fácil rebatir ese argumento, hay que decirlo todo, pero también debemos reflexionar sobre las veces que decimos a las autoridades educativas que deben promover la paz en las escuelas y, enseguida, esas mismas autoridades hacen demostraciones de fuerza. Se dice que no hay que pegarse y una parte del mundo adulto suspira porque haya peleas, o considera que los problemas solo se resuelven con más fuerza institucional, o individual, pues ya ni siquiera se considera que son las instituciones quienes han de tener el monopolio de la violencia.

Jóvenes contra la guerra del Vietnam, en los mismos años 60, removieron una época, con cientos de manifestaciones y organizaciones pacifistas de resistencia fiscal contra la guerra. Jóvenes contra las armas, más allá de unas manifestaciones esporádicas, pueden crear también tendencia. El tiroteo en un instituto, el acceso fácil a las armas, nos ayudan a recordar que también quienes tienen un sueño, como Luther King, pueden morir de un disparo. Pero hay una cultura de la paz que puede seguir sembrándose y no precisamente a costa del miedo.

Uno es consciente de que en Estados Unidos el sueño de muchas personas activistas no es más que un primer escalón, su objetivo primero no es la eliminación, sino el control de las armas, que no es poco, visto lo visto.